¿Apocalipsis ahora?

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Esta pandemia nos puso a todos en la boca una mano de tela: es para que nadie dude que viajamos en el mismo barco, aunque sigan existiendo los viajeros de primera clase. ¿Es un aviso? Alguien dirá que hace siglos nos avisan.

El coronavirus, que confunde su nombre con lo que lleva un rey, nos alerta que la humanidad se enfrenta al mismo acertijo, al reto de salvar la vida de nuestro propio egoísmo.

Se asoman a la puerta, empinando los ojos de la muerte, otras pandemias que parecen amenazas fuera del borde de las rutinas cotidianas: calentamiento del planeta, sequías, falta de agua potable para humanos, y peces, y plantas: emigraciones masivas, estallidos sociales sin programas claros, fragmentación del hombre, dominio de máquinas robotizadas sobre los hombres: otra especie de transhumanidad que pierde el sentido de los abrazos, destrucción de naturaleza y la vida humanoide conocida.

Estamos ante nuevas formas de esclavitud y el hombre goza las cadenas de la seducción en un nuevo canto de sirenas: dominio sobre la palabra y los sueños. Se dice que las llamadas guerras cognitivas ya no pretenden cambiar nuestro pensamiento sino el modo en que pensamos, es la conquista de la mente de la humanidad.

Y mientras esos peligros corren hay una pérdida de concentración de la atención, el cerebro se limita a luz, movimiento y sonidos, como solo sucede a los niños recién nacidos. Las emociones sobrepasan al pensamiento y la reflexión. Se fracturan los espacios de relaciones comunitarias; desde una mesa donde dos personas respiran, un celular impide la palabra más cercana porque una extraña y nueva soledad se apodera del hombre. Ya la verdad no es la verdad, es solo aquella que se acomoda a nuestras creencias.

La realidad virtual del metaverso nos acerca a la torre de Segismundo, incapaz de diferenciar la realidad del sueño. Alguien se asoma por la ventana de su casa y no ve nada, solo atina a decir que el sol está clarito. Hay una semilla que crece en los muros de la casa, muchos no sospechan cómo aquella raicilla puede un día derrumbar los muros invencibles del confort y los mercados.

La lengua puede ser buena o mala, ya eso se sabía desde los tiempos de Esopo. Las tecnologías pueden servir para salvar o aniquilar la humanidad del hombre; por eso es preciso compartir una ahondadora reflexión sobre este mundo que cambia a una velocidad vertiginosa. Se necesita un esfuerzo pedagógico que nos acerque a esas realidades.

Hay que analizar y desmontar los nuevos códigos de comunicación para plantar nuevas formas de liberación de la persona. Es preciso fomentar la palabra y la cercanía sin que medien los “like” que se evaporan en las redes del narcisismo. Es necesario leer con detenimiento el mensaje del profesor y filósofo italiano Nuccio Ordine, con aquel ensayo: La utilidad de lo inútil, donde rescata el valor de la belleza y la ternura que no aportan beneficios financieros, pero sí identidad humana.

No es preciso preguntar al Oráculo de Delfos. Los sabios hablan solo una vez. Desde Asia vuela la voz de Confucio: “Ver, no es ver lo que tienes delante, sino lo que viene después”.

Ahora los más poderosos buscan mudarse de planeta. ¿Marte? Allá no hay luz como la nuestra, ni es el mismo cielo, no son iguales las puestas de sol y ni siquiera podemos encontrar el sutil aviso de las flores que nos saludan desde el patio. Podemos mudarnos a otro planeta, o más bien, intentar recuperarlo en el corazón del hombre: Es preciso otra utopía en el reino de la inocencia.

(*) Profesor universitario y colaborador

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