
El 16 de octubre se celebra el Día Mundial de la Anestesiología, efeméride que honra la primera demostración pública de anestesia con éter, realizada en 1846 por el dentista William Thomas Morton. Desde entonces, diversos procederes quirúrgicos dejaron de ser sinónimos de sufrimiento para convertirse en un acto de precisión silenciosa, guiados por la ciencia, la empatía y el dominio técnico.
Hoy, los anestesiólogos son el pulso, a veces invisible, de la cirugía moderna: garantes del equilibrio entre el sueño y el despertar, entre el dolor y la vida. Controlan la respiración, la presión, el corazón, mientras el bisturí corta y el tiempo se detiene. Son los que no se permiten un error, los que deben actuar con rapidez y mente fría, incluso, cuando la sala tiembla de urgencia.
En Cuba, esta especialidad ha crecido con el paso de los años, pero con un sello distintivo: la entrega. En el Hospital Pediátrico Provincial de Sancti Spíritus, dos historias resumen esa vocación: la de Ailyn Cruz Guinaga, joven anestesióloga que halló en los niños su propósito y la de Anay de la Caridad Ferrer Marín, maestra de generaciones que lleva más de tres décadas sosteniendo vidas entre el silencio y el latido constante del monitor.
Los doctores anónimos que velan por la vida

Doce años después de haber pisado por primera vez el quirófano del Hospital Pediátrico, Ailyn Cruz Guinaga aún siente la misma punzada de respeto cada vez que amarra la mascarilla y ajusta el respirador.
“Una se toma esta profesión con la seriedad más grande del mundo”, confiesa. Y es que cada caso es un universo distinto: el temor de los padres, las dudas, la fragilidad del paciente. Pero cuando todo termina bien, cuando el pequeño despierta sin dolor, el cansancio se disuelve.
Ailyn descubrió la anestesiología casi por accidente. “Cuando nos dieron la oportunidad de acceder a especialidades directas, me presenté sin pensarlo mucho. Luego entendí que había elegido una de las ramas más completas y humanas de la medicina”, dice. Desde entonces, ha aprendido que su trabajo no se mide solo en procedimientos, sino en segundos de tensión, en respiraciones contenidas, en vigilias discretas.
“Nos dicen los doctores invisibles –sonríe–. Pero somos los primeros en recibir al paciente antes de dormirse y los últimos en despedirlo al despertar”. Ailyn conoce la delgada línea que separa la calma del caos. Recuerda, como un puñal en la memoria, el día en que un niño arribó al hospital con un cuerpo extraño en la vía aérea. “La hipoxia llegó en segundos. Sentí cómo el reloj dejaba de avanzar. Son momentos donde todo lo aprendido se pone a prueba, donde no puedes titubear”.
Pero no siempre hay finales felices. “Perder a un niño –su voz se apaga un instante– es algo que no se supera. Lo llevas contigo, aunque no quieras. Una se pregunta mil veces si se pudo hacer algo diferente. Es un vacío que no se llena con nada. Aprendes a vivir con eso, a seguir trabajando porque sabes que otros te necesitan despierta, serena”.
Hace una pausa. “A veces, cuando todo sale bien, miro al pequeño despertar y pienso en aquellos que no lo lograron. Y me repito que por ellos también vale la pena seguir”.
Trabajar con niños la ha moldeado. “Son los pacientes más impredecibles. Te sonríen un segundo y al otro ya pueden colapsar. Pero también son los más agradecidos. Su recuperación te enseña lo que es la resiliencia. Hay padres que regresan solo a darnos las gracias, a veces con lágrimas, a veces con un abrazo. Y eso, créeme, compensa todo el agotamiento. Es el tipo de gratitud que no se olvida, la que te recuerda por qué elegiste esta profesión”.
Ailyn asegura que la Anestesiología Pediátrica es casi una subespecialidad dentro de la medicina cubana, “porque exige otro tipo de sensibilidad, una comunicación distinta, un pulso que sepa escuchar lo que no dicen los monitores”.
Su vida personal gira en torno al hospital. “A veces mi esposo dice que soy más del salón que de la casa –ríe–. Pero él lo entiende. Sabe que amo lo que hago y que los niños me necesitan”.
No tiene hijos propios, mas se siente madre simbólica de muchos. “Cada pequeño que sale bien de una cirugía es un hijo más que me deja el destino”, agrega.
Y aunque las guardias del 31 de diciembre se confundan con las madrugadas de enero, Ailyn no se queja. “Los niños no eligen cuándo nacer o enfermar; así que nosotros estamos ahí para ellos los 365 días del año”.
En cada jornada, la anestesióloga espirituana confirma un lema personal que ya forma parte de todo un equipo de médicos: “Dormir para despertar. Esa es nuestra misión diaria”.
Tres décadas de vigilia amorosa

En el quirófano del Hospital Pediátrico espirituano, Anay de la Caridad Ferrer Marín es una imagen de calma. Su voz pausada, su gesto sereno, su modo de colocar la mano sobre el hombro de un residente bastan para transmitir confianza.
“Aquí no hay margen para el error”, suele repetir. Y todos saben que lo dice con la autoridad de quien lleva más de 30 años enfrentándose a lo imprevisto.
“Ser anestesiólogo es tener nervios de acero y corazón blando”, resume. A lo largo de su carrera ha visto lo mejor y lo peor de la vida en un quirófano: nacimientos que parecían imposibles, accidentes que desgarran, recuperaciones milagrosas. “Uno aprende a desconectarse del ruido exterior. Cuando entras al salón, el mundo queda fuera. Lo único que existe es el niño dormido y el deber de que despierte”.
Anay recuerda, como si fuera ayer, aquel caso que la marcó: una niña politraumatizada, igualita a su hija pequeña. “No se me olvida. Tenía apenas cinco años, la misma edad de mi niña en aquel entonces. Había que intervenirla de urgencia. Éramos pocos, pero nadie dudó. Estuvimos horas ahí, sin parpadear. Cuando finalmente abrió los ojos, lloramos todos”.
Hace una pausa breve, casi imperceptible, antes de añadir: “Pero también hay noches en que no logramos traerlos de vuelta. Son heridas que no se cierran nunca. Te vas a casa con el rostro del niño en la mente y el corazón hecho un nudo. Y al otro día tienes que volver, porque hay otros que te esperan. Esa es la parte que nadie ve”.
Con el tiempo aprendió a convivir con esas cicatrices invisibles. “Uno se endurece un poco, pero no tanto. Si pierdes la sensibilidad, dejas de ser lo que eres. El dolor también te enseña a cuidar más, a estar más alerta, a no confiarte jamás”.
Cuenta que lo más gratificante no son las madrugadas ni las guardias prolongadas, sino los momentos posteriores a una cirugía complicada. “Cuando un padre te dice llorando: ‘Gracias por salvarlo’, ahí entiendes el verdadero sentido de lo que haces. No hay aplausos, ni medallas, ni salario que se compare con eso”.
Le pregunto si ha pensado jubilarse. Se ríe. “No, todavía. Mientras tenga pulso y concentración, seguiré aquí. La anestesia también rejuvenece, aunque sea por dentro”.
Asegura que el secreto de la longevidad profesional está en el equilibrio: “Hay que ser rápido, pero no precipitado; sensible, pero no vulnerable; decidido, pero no impulsivo”.
En su voz se intuye la maestra, pero también la mujer que ama lo que hace. “Nosotros no podemos equivocarnos –dice–. Nuestro error no tiene segunda oportunidad”.
Por eso, cada guardia es una lección nueva; cada despertar, un motivo de gratitud. Y cuando los padres agradecen entre lágrimas, ella responde con la serenidad de quien ha aprendido a medir la felicidad en signos vitales estables. “Ese abrazo vale más que cualquier medalla –afirma–. Es el verdadero premio de esta profesión. Porque cuando un niño despierta, también despertamos nosotros un poco”.
Entre el silencio y el aplauso: Reflexiones al despertar
Ailyn y Anay encarnan dos etapas de una misma vocación: la juventud que se abre paso entre turnos interminables y la madurez que ha aprendido a leer la respiración como un lenguaje. Ambas viven pendientes de lo que casi nadie ve: ese parpadeo del monitor, ese descenso de presión, esa línea que nunca debe detenerse.
La Anestesiología cubana, pese a las limitaciones actuales, sigue siendo una de las especialidades más sólidas del sistema nacional de Salud. En cada hospital provincial hay historias similares: médicos que postergan la vida familiar porque entienden que un segundo de distracción puede costar demasiado.
Ellos son los guardianes del sueño y del regreso. Los que apagan el dolor sin dejar que se apague la vida. Los que saben que un niño que despierta tras una cirugía no solo respira aire, sino también esperanza. Y mientras existan anestesiólogos que amen su oficio como Ailyn y Anay, habrá manos en Cuba dispuestas a salvar lo más valiosos de cualquier país: la vida de sus pequeños hijos.
Otras fotos aquí: http://www.cubadebate.cu/especiales/2025/10/16/ailyn-y-anay-guardianas-del-sueno-y-del-despertar/
Otros artículos del autor:
- Díaz-Canel recibe a Presidenta del Parlamento de Santo Tomé y Príncipe: Ratifican históricos lazos de amistad
- Atacan a caravana del presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, al sur del país
- Más allá del firewall: La revolución silenciosa del WAF
- Accidente en Villa Clara deja un fallecido y 10 lesionados
- A 15 años de su partida física: ¡Lucius vive! ¡La lucha sigue!