Abrazarlas 365 veces

Colorearle los días es poco; ella igual nos los pincela con su amor como milagro andante; entiende lo que un hijo no dice; su abrazo dura mucho después de que te suelta y su beso es lo más sincero del mundo.

FOTO: Yoandris Delgado Matos

Decir madre inspira fuerza, refugio, alas, luz, consejos, regaños, disciplina, triunfos, unidad familiar, sacrificios, ahorros para comprarle “algo al niño”, sí, porque nunca crecen en su mente; es regazo de acurruco y enjambre de cariño que llena de regocijo como abeja en flor de lirio.

En su alma se esconden dolores compartidos, angustias, alegrías, confesiones de amores, nacimientos de los hijos, lágrimas “curadas” mientras su abrazo silencioso nos repone el corazón. Sus ojos son como un lago que refleja el cielo en su cristal, limpio, puro y transparente.

Amarla es un compromiso de por vida que se extiende más allá de la infancia a lo largo de las distintas etapas de la vida; brindan orientación y apoyo incondicional. Celebran nuestros éxitos y ofrecen un hombro en el que apoyarse en los momentos difíciles.

Su amor está presente siempre y se hace más fuerte e intenso con esas gotas de amor salidas del instinto maternal, cuyo reflejo traspasa su propio cansancio, supera desvelos, enfermedades, angustias y otras situaciones por el bienestar y educación de sus hijos.

Verla pegadas al fogón inventándoles una “bobería a los niños”, como alegan ante la multiplicidad de ingenio culinario de los tiempos que corren, habla de su estirpe de guerrera; nos orgullecemos cuidándola, mimarla o consentirla con sus 60, 70 u 85 almanaques, como es mi caso este último.

Tengo la dicha de contar todavía, toco madera, con la presencia de mi madre; no es la misma ya; sus ojos no pueden ver a sus seis hijos producto de glaucoma, además de ser nefrópata, hipertensa, y otras enfermedades que demandan de cuidados extremos y velar cada minuto por su alimentación y medicamentos.

FOTO: Yoandris Delgado Matos

“Como un elefante yo sé caminar. Mano arriba…” le tarareo a Ofelia, mi mamá, mientras sostengo sus dos manos y le sirvo de bastón para trasladarla de un lado a otro en la casa. Estribillo que me trae a mi memoria las primeras canciones infantiles enseñadas a mi hijo.

Sonríe, suspira, camina bien pausado y me regala una sonrisa que siempre la acompaña, por la cual me niego a pensar en ella solo el segundo domingo de mayo.

Ni tampoco googlear frases bonitas y cursis para ese Día de las Madres, de hecho, ideado por la norteamericana Anna Jarvis, quien luchó por homenajear a su madre por el esfuerzo y empeño que tuvo en reconciliar a los dos bandos de la guerra civil estadounidense.

Pensar en Ofelita, como la llamamos, es abrazar el amor los 365 días del año. A ellas debemos abrazarlas siempre.

(*) Colaboradora

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