A Juan Morales Díaz lo sorprendo una de estas mañanas, debía llamarlo para compartir historias de la vaquería 5, en aquel entonces del distrito La Victoria, lugar que con solo mencionárselo aviva sus recuerdos.

Ya está jubilado, tiene 68 años. Cuando a través del teléfono le explico el objetivo de contactarlo las emociones acortan distancias. Su voz es leve, comenta que tiene “un montón de enfermedades, pa’ qué contarlas, pero qué bueno que me buscan para hablar de Ubre Blanca y Fidel”.
Este hombre delgado (me enviaron fotos) y ya encanecido todavía reside en el poblado. Las palabras le salen a golpe de ráfagas. Con orgullo dice que era uno de los encargados del cuidado de la famosa vaca que, a principio de los ’80 del pasado siglo, rompió varios récords Guinness con una producción lechera sin precedentes. El 25 de enero de 1982 logró su récord mundial de 110,9 litros en un día, con tres ordeños.
“Gracias a ella conocí al Comandante en Jefe, quien comenzó a interesarse por el animal al conocer que por Isla de Pinos había una vaca que estaba dando más litros de leche de lo normal en cada ordeño, por encima de la media.
“Primero trabajaba en la vaquería 1, cuando empezó a dar de qué hablar el ganadero Arnoldo Carreño, el descubridor de la F2 cubana, resultado de un cruce de razas, tuvo que irse varios días para La Habana a un seminario y me mandaron a buscar para que me ocupara de Ubre Blanca.

“Pasé varios cursos y me hice maternista celador; sin embargo, aquello no fue fácil, al principio no se dejaba tocar, poco a poco le fui entrando; entonces era quien la bañaba, la ordeñaba, la llevaba a pastar…, tenía una ubre grandísima y casi le impedía caminar.
“Pasábamos más tiempo en la vaquería que en la casa, imagínese, desde las seis de la mañana y en ocasiones nos daban las 12 de la noche. Al principio el ordeño era muy rústico, pero luego fue mecanizado y se le crearon otras condiciones, hasta para la alimentación.
“Fidel fue varias veces, desde que supo de la extraordinaria vaquita estuvo muy pendiente de todo. Era impresionante, de gran estatura y como yo no era tan alto me ponía el brazo en el hombro. La gente me preguntaba por qué no hablaba mucho con el Comandante. Yo nervioso, casi sin hablar, sí, porque para conversar con él había que saber mucho, estar bien preparado, no entendía con las mentiras.

“Me preguntaba si era el dueño de Ubre Blanca porque no me despegaba del animal; éramos unos cuantos los que nos ocupábamos, desde el administrador de la vaquería, a quien el Comandante le regaló un polski, hasta el veterinario y otros de aquel equipo multidisciplinario porque no le podía pasar nada.
“Nunca pensé estar tan cerca del Comandante en Jefe, quien se aparecía en la vaquería y se preocupaba no solo por Ubre Blanca y sus partos –todavía me acuerdo cuando parió a Reina Amalia, de las veces que le daba hollejos de naranja, y hasta la vez que pidió azúcar y le dio de comer–, sino de las condiciones de los trabajadores, no se cansaba de preguntar y hacer chistes.
“Fíjese si era así que en una ocasión mandó a entregar dos motos, cuando regresar de nuevo preguntó y al conocer que habían dado Verjobinas, dijo que eso no era lo que había dicho… y que no se buscaron las motos para los estimulados… así era él.
“Me parece estarlo mirando, conversando con Manresa, primer secretario del Partido por aquella época, con los periodistas o cuantos visitantes fueron a ver a este ejemplar al que le debo el haber podido conocer a un hombre extraordinario, admirado y querido por muchos; para mí es como si estuviera vivo todavía”.