Llámese la doctrina de la Fruta Madura, la doctrina Monroe –formulada con la frase América para los americanos–, la Enmienda Platt o la “Política del buen vecino”, lo cierto es que desde principios del siglo XIX Estados Unidos se ha valido de todo tipo de ardid para tratar de apropiarse de la Isla por su privilegiada posición geográfica y potencialidades económicas y comerciales.
Ejemplos existen muchos, pero especificaré lo sucedido el 29 de mayo de 1934, hace 89 años, cuando los gobiernos de Cuba y EE.UU. suscriben el Tratado Permanente de Relaciones Recíprocas, disposición con la que el vecino del Norte diseña una de sus artimañas.
Presionado por la creciente resistencia popular y para intentar apaciguar la marea revolucionaria y antimperialista de la Revolución del ’33, que derrocó la dictadura de Gerardo Machado (el “Asno con Garras”), no le queda otro remedio al país norteño que “dejar sin vigor” la Enmienda Platt por ser ya innecesaria”.
Sin embargo, las humillantes condiciones del oprobioso apéndice quedan vigentes en el nuevo documento, solo que, redactadas de forma más sutil. Así, este legajo ratifica la permanencia de Estados Unidos en el territorio ilegalmente ocupado por la base aeronaval yanqui en Guantánamo, que significa un ultraje a la dignidad nacional y ha constituido un foco de peligro, amenazas y agresiones con el saldo de varias víctimas mortales cubanas.
Por ende, la Enmienda Platt y el Tratado Permanente de Relaciones Recíprocas eran el mismo perro con diferente collar, basado en la llamada “Política del buen vecino”, pues la anulación de la primera no puso fin al hegemonismo de EE. UU. que mantenía su dominio político, militar, comercial y económico sobre la Perla de las Antillas.
No obstante, fracasa en sus planes imperiales y jamás puede anexarse a Cuba , como ocurre con Puerto Rico, debido a la sólida conciencia desarrollada en la población tras vivir tres guerras de independencia mambisas y una insurrección armada popular conducida por la Generación del Centenario con el joven abogado Fidel Castro Ruz al frente.
Los gobiernos de Washington cuentan en su política con su representante más fiel, el tirano Fulgencio Batista, quien huye hacia Santo Domingo en la madrugada del primero de enero de 1959, fecha del triunfo definitivo de la Revolución que asume el poder y comienza a variar el modelo de república mediatizada y de relaciones injerencistas que Estados Unidos había aplicado hasta entonces.
La provocación y la codicia del imperialismo yanqui respecto a la Mayor de las Antillas no han cambiado; bien lo demuestran su invasión mercenaria por Playa Girón en abril de 1961, la Crisis de Octubre en 1962 y la imposición del extraterritorial y genocida bloqueo económico, comercial, financiero y diplomático contra Cuba, lo cual evidencia su fracaso ante la firme resistencia del pueblo cubano.
Ni las permanentes agresiones de la Cia, sabotajes, las Leyes Torricelli y Helms Burton, ni las 242 medidas impuestas por el gobierno de Donald Trump y mantenidas por Joe Biden, herederas de la infamante Enmienda Platt, impedirán que Cuba sea un Estado socialista de derecho y justicia social, democrático, independiente y soberano, cuyo pueblo se mantiene alerta, vigilante, resistente, creativo, con la dignidad y firmeza que lo caracteriza, organizado con todos y para el bien de todos como se plasma en nuestra Carta Magna.
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