¿Tenemos conciencia del envejecimiento poblacional y su repercusión en los niveles estructurales de la sociedad?
¿Estamos construyendo y consolidando los programas para la atención y el cuidado de nuestros ancianos? ¿Desde el hogar, les proporcionamos las condiciones que tributen a una mayor calidad de vida?
El fenómeno de la vejez constituye una de las problemáticas más agudas que enfrenta la humanidad en este siglo, el cual continuará impactando con el transcurso de los años. Cuba, uno de los países más envejecidos de América Latina y el Caribe, acomete políticas públicas y programas integrales ante el desafío de garantizar el bienestar social de este grupo etario.
Los altos índices alcanzan cada vez mayores dimensiones debido a la marcada disminución en la fecundidad y el incremento de la esperanza de vida al nacer, que en la Isla es de 78 años, con una población de más de 16 800 personas adultas de 60 años en adelante, según datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información.
Las familias cubanas, caracterizadas de antaño por la convivencia de tres generaciones en el mismo hogar, afronta la triste realidad de moradas donde viven solo personas de la tercera edad a consecuencia de la emigración y por ende, la poca o nula protección, atención y cuidado por sus hijos, nietos y parientes más allegados, situación que trajo aparejado el desarrollo de la actividad de cuidadores como una importante labor remunerada.
Datos estimados por estudios demográficos apuntan que para el 2025 uno de cada cuatro cubanos pertenecerá a este grupo etario, lo cual impactará en la economía nacional, al tener una gran parte de la sociedad inactiva laboralmente, donde la producción de bienes y servicios tendrá importantes retos para el progreso del país.
Es una necesidad imperante consolidar programas y políticas que el Estado lleva a cabo como la apertura de nuevas consultas y centros especializados para la atención geriátrica, el incremento de las capacidades y mejoras estructurales en los hogares de ancianos existentes en el territorio cubano y un mayor fomento de las casas de abuelos en las comunidades.
La concientización de este proceso y el deber de los familiares para con sus adultos mayores es urgente, pues se trata de atenderlos con la intención de disminuir el índice de dependencia y la sensación de exclusión –mucho más si tienen algún deterioro de los sentidos, como la visión–, así como proporcionarles seguridad y apoyo para un mejor desenvolvimiento dentro del hogar y en lugares públicos.
Aunque el Estado prioriza las políticas sociales y jurídicas en cuanto al tema, el núcleo familiar debe involucrarse de manera más certera en mejorar la calidad de vida de los adultos mayores, crearles espacios de esparcimiento y orientarlos en la realización de hábitos y rutinas que favorezcan una vejez plena y digna, donde los chequeos médicos y las actividades beneficiosas para su salud sean regulares.
Sin duda, mantenerse activos luego de la jubilación laboral les posibilita continuar la siguiente etapa con una actitud positiva en la sociedad, por ello la recreación y espacios educativos y de ocio se vuelven fundamentales por su valor terapéutico, tanto mental, físico y social; de ahí la relevancia de la Cátedra Universitaria del Adulto Mayor, los ejercicios deportivos del Inder, los juegos pasivos de mesa, dedicarse a la jardinería, participar en bailes comunitarios, entre otros.
Lo esencial es que disfruten de la actividad y compartan con otras personas, en ello inciden fundamentalmente la familia y la comunidad, como entornos iniciales donde se establecen los valores, las normas sociales, la cultura acerca del tema y condiciones que favorezcan su bienestar sicosocial, pues mañana seremos nosotros los ancianos de nuestro hogar.
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