
España estaba más necesitada de la paz que Cuba: se evidenció en el ardid de Arsenio Martínez Campos al tratar de convencer al jefe oriental “de lo ventajosa que sería la paz”.
Por supuesto que engañaba; no habría una paz completa sin independencia, abolición de la esclavitud, ni un Estado cubano; su verdadero propósito era hacer saber a los reunidos en la arboleda de Mangos de Baraguá, aquel 15 de marzo de 1878, las cláusulas del Pacto del Zanjón, firmado con los comisionados del Comité del Centro, un mes antes en las sabanas de Puerto Príncipe (a partir de 1903 se llamó Camagüey).
De ahí la reacción del Mayor General Antonio Maceo Grajales y oficiales que comandaba al conocer la capitulación pactada en el Zanjón, por lo que se negaron a deponer las armas.
–¡Guarde usted ese documento, no queremos saber de este…!
El general peninsular tiró su cigarrillo y plegó el papel guardándolo en su levita.
–Es decir, exclamó, ¿que no nos entendemos?
–¡No, dijo Maceo, no nos entendemos!
–Entonces, replicó el General Martínez Campos – designado con poderes plenipotenciarios para “pacificar la Isla”–, ¿volverán a romperse las hostilidades?
–¡Volverán a romperse las hostilidades!, acentuó el Mayor General mambí.
El “no” rotundo recogido por la pluma del médico y amigo del Titán de Bronce, el brigadier Félix Figueredo, mostró la intransigencia de los “hombres del ’68”, personificada en la conducta de Maceo, a quien la rúbrica del bochornoso convenio le dolió más que las varias heridas recibidas en la contienda.
Esa actitud firme de no rebajarse ante la manipulación del general español levantó la espada caída, fue el resultado de la fidelidad a las ideas independentistas y de un compromiso de sólida base ética, unido al liderazgo político-militar del Titán de Bronce, principal protagonista del suceso, quien junto a otros generales propiciaron que la Guerra de los Diez Años (1868-1878) no concluyera con la desmoralización del Zanjón, sino en su reverso glorioso: la Protesta de Baraguá.
Lo ocurrido allí tuvo una vigencia decisiva para su momento y todos los tiempos, porque dio a los revolucionarios cubanos un arma poderosa para continuar la lucha y reveló que debe basarse en la unidad, la intransigencia revolucionaria, la confianza en el triunfo, la decisión de vencer o morir y en la ética.
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