Rin, riiin. Como cada mañana, el despertador suena puntual. Ella estira el brazo y lo apaga, solo para quedarse diez minutos más en la cama, tiempo suficiente para reunir fuerzas y levantarse.
Coge la toalla y se ducha en tiempo récord, para no llegar tarde al trabajo. En su armario predomina el color blanco. Tal vez este no sea su favorito, pero es el que la define como persona y la alienta cada día a salir adelante.
Se mira en el espejo, cubre el rostro con maquillaje, sabe que el tiempo pasa y su vida se ha resumido en una profesión de la cual no se arrepiente, aunque en ocasiones se mira el vientre y anhela su ayer, la inocencia, el hecho de no saber nada.
Se viste, arregla la cama, agarra el portafolio, echa dentro un par de guantes, se pone la mascarilla, careta anticovid y sale. Otra vez se va sin desayunar, pues debe escoger entre dormir unos minutos más o irse con el estómago vacío. Hoy no lleva un perchero con una bata, al parecer no tiene guardia.
Luna es Licenciada en Enfermería y trabaja en una sala de Neonatología hace cinco años. Esta fue la especialidad escogida al descubrir que no podía ser madre. La noticia no le afecta tanto como al principio, le tocó superar esto desde muy joven y su mayor satisfacción es estar rodeada de bebés.
Son esos seres pequeñitos quienes le dan fuerza para continuar y comprender que el amor de una madre va más allá de poder engendrar o no.
No importa si es planificado o al azar, si sale del vientre o es adoptado, si es el momento correcto o fue a temprana edad; el instinto maternal es un sentimiento profundo que nace con cada mujer y está presente en cualquier etapa de la vida.
Ser madre es dejar atrás prejuicios y ofrecer sin esperar algo a cambio. Madre hay una sola, aunque existan muchas formas para definir el amor de ese ser querido, ángel protector que nos alienta y calma. El primer y gran amor, el que nunca envejece ni se acaba.
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