La mujer biónica o Tony Stark (Ironman) parecen creados únicamente para entretener o hacer un guiño a cómo la ciencia podría ponerse al servicio de la humanidad.
La existencia de ciborgs, sin embargo, es una realidad palpable, que desde Australia inicia una verdadera revolución hasta niveles insospechados que incluyen elementos como la privacidad y los derechos humanos.
Pero para comprender de qué va el mejoramiento de seres humanos con la inclusión en sus cuerpos de elementos tecnológicos, es necesario hacer un repaso a la historia del ciborg,primero como concepto, y como elemento cotidiano en el día a día.
Superpoderes venidos de la ciencia
No es un secreto. Algunos superhéroes no son impresionantes a causa de los poderes adquiridos por designio divino o accidente, sino por la capacidad de aprovechar las ventajas tecnológicas en pos de hacer justicia.
Con esta idea, el concepto de ciborg viene de las palabras en inglés Cyber (de cibernético)y Organism (organismo). Es decir, se trata de un ser vivo con elementos cibernéticos incorporados.
En la década de los años 60 del siglo XX, el concepto se manejó por primera vez con esas implicaciones. Se debió a la responsabilidad de Manfred E. Clynes y Nathan S. Kline, quienes se refirieron de esa forma a un humano que pudiera resistir la vida fuera de la Tierra.
Lo definieron con las siguientes palabras:
“Un ciborg [sic] es esencialmente un sistema hombre-máquina en el cual los mecanismos de control de la porción humana son modificados externamente por medicamentos o dispositivos de regulación para que el ser pueda vivir en un entorno diferente al normal.”
Sin embargo, ciborgs considerados como seres que mejoran sus capacidades mediante la ayuda de máquinas integradas en sus sistemas biológicos, ya caminan entre nosotros desde hace muchos años. Y en lugar de adaptar al ser a un entorno diferente, la meta es sortear las necesidades especiales de cada individuo mediante el avance tecnológico.
Tal es el caso de quienes poseen implantes cocleares. En este particular, un micrófono externo se conecta al nervio auditivo de la persona sorda, y aproxima la experiencia de la escucha a la sensación real. De cierta forma, estaremos en presencia de un ciborg.
Los implantes cocleares ayudan a millones de personas en el mundo entero a recuperar la audición, de manera asistida, un paso de avance que demostró la valía de las máquinas para mejorar la calidad de vida de los seres humanos.
En ese contexto, aparecen dos tipos de ciborg: los de restauración y los de mejora.
Como su nombre lo indica, los dedicados a restaurar, ayudan a recuperar capacidades. Se trata de emular las condiciones en que el órgano afectado trabajaba anteriormente o se espera que trabaje, como el caso de los implantes cocleares o los marcapasos.
Por su parte, los dedicados a mejorar son aquellos que toman las funciones predeterminadas y rompen sus barreras, y aumentan así las capacidades naturales del individuo.
En el campo médico los avances son cada vez más acertados. Por ejemplo, desde 2004 se desarrolló un corazón artificial con las funciones naturales al cien por ciento, y la suma de campos como la nanotecnología, la ingeniería genética, así como la impresión 3D y el diseño son alentadores.
RFID: la revolución ciborg
Una tecnología de la Segunda Guerra Mundial revoluciona el panorama actual y se pone al servicio del ciborg. Se trata de la Identificación mediante Radio Frecuencia (RFID, por sus siglas en inglés). Con ella, un chip es capaz de contener toda la información personal de su portador e intercambiarlo de manera rápida con dispositivos de lectura.
Shanti Korporaal, pionera en los implantes electrónicos en Australia
Es decir, no es necesaria la llave del automóvil o la casa, ni la tarjeta de crédito o el celular, en el caso de que se vaya a realizar una transacción bancaria.
Australia, fue de los países pioneros en adoptar el uso común de este modelo. Al principio se utilizó en la industria vacuna, para monitorear los movimientos y condiciones de vida de las reses y otras especies afines, hecho que demostró el compromiso de la nación con la bioseguridad y las condiciones en que se producían los alimentos.
Dado el éxito y el rápido crecimiento de su uso entre los granjeros, se extendió a otras áreas ganaderas como la ovina. Eso fue en 2009 y tras diez años de experimentación con la tecnología.
En esa época no se pensó en introducirlo en seres humanos, aunque en términos de identidad y datos ya desde 2005 los pasaportes australianos eran electrónicos, con un chip en la página central de más fácil escaneo en las terminales internacionales.
Por tanto, la voluntad de estandarizar los datos personales de manera electrónica ya existía, no así la de incorporarlos dentro del cuerpo del portador.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que sucediera. En 2005 Shanti Korporaal se convirtió en una de los primeras en el planeta en contar con implantes RFID debajo de la piel de sus manos.
Aunque no se trata de una novedad en el campo ciborg, sí aporta que por primera vez los implantes introducidos no están relacionados con una condición médica. Asistimos, por tanto, al inicio de una nueva era.
Desde 2012, algunos estados australianos introdujeron nuevas legislaciones dedicadas exclusivamente al uso e implementación de los dispositivos. Incluían temáticas de tipo médico, sexual y respecto a las edades para su uso.
A las alturas de 2017, tras más de una década de uso de este tipo de dispositivos, el panorama es diferente. Al principio se trató de un paso pequeño, un grupo de tecnologías enfocadas a tareas básicas como recabar información personal o bancaria.
Actualmente, pueden encontrarse chips que envían información mediante Bluetooth a equipos especializados en el análisis de las constantes vitales; otros, que cuentan con luces LED debajo de la piel, notifican cuando entra un mensaje o llamada telefónica al celular; los RFID actuales cuentan con capacidad mayor de almacenamiento, velocidades de recepción y envío de datos así como condiciones de funcionamiento cada vez más óptimas.
Aún en debate, y con un montón de preguntas sobre la legalidad y pertinencia de los microchips para implante subcutáneo, un aparato de este tipo cuesta entre 80 y 140 dólares. Su adopción poco a poco convertirá al hombre en una unidad potencialmente perfecta, en total equilibrio entre sus partes: la robótica y la biológica.
No obstante, la posibilidad de usar estos elementos en la industria militar, o como un facilitador para la violencia y los crímenes, es una sombra que, en el futuro cercano, deberá disiparse mediante legislaciones efectivas y buena praxis científica y legal.
El organismo forma una delgada capa de proteína que impide su desplazamiento.
El microchip se implementa subcutáneamente con una aguja hipodérmica de 12 G (Gauge).