Fidel, el arte de la palabra: Discurso del 17 de noviembre de 2005 (+ Video)

Fidel Castro en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, 17 de noviembre de 2005. Foto: Estudios Revolución / Fidel Soldado de las Ideas.

Entre los discursos de Fidel Castro de mayor importancia para la Revolución, el del 17 de noviembre de 2005 ocupa un lugar central. Cumplía con una invitación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), como iniciativa para conmemorar el aniversario 60 de su entrada a la Universidad de La Habana, en el año 1945.

La fecha había sido elegida con toda intención para hacerla coincidir con la efeméride internacional erigida en honor a los nueve estudiantes asesinados por los nazis en Praga, un 17 de noviembre, pero de 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

El encuentro entre el líder y los universitarios cubanos, junto a profesores y otros dirigentes, tuvo lugar en el Aula Magna de esta Casa de Altos estudios y duró aproximadamente siete
horas.

Aunque no fueron pocos los temas abordados profundamente por Fidel, aquella intervención trasciende, sobre todo, porque interpeló a los presentes y al pueblo en general a que reflexionáramos sobre las fuerzas que podían destruir a la Revolución.

Por la vigencia de los diagnósticos y análisis de Fidel Castro sobre el estado de la Revolución y el socialismo; por la trascendencia de las preguntas que nos formuló hace dos décadas, Cubadebate pone a disposición de sus lectores dos videos con fragmentos de aquella crucial intervención, así como la transcripción íntegra de dicho discurso.

En video, El arte de la palabra

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005.

Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado

Queridos estudiantes y profesores de las universidades de toda Cuba;

Queridos compañeros dirigentes y demás invitados que han compartido con nosotros tantos años de lucha:

Ahora viene el momento más difícil, que es el de decir unas palabras en esta Aula Magna, donde se han pronunciado tantas palabras.  Un mundo de ideas le viene a uno a la mente, y es lógico, ha pasado algún tiempo.

Ustedes han sido muy amables al recordar hoy un día muy especial: el 60 aniversario de mi tímido ingreso a esta universidad.

Por ahí anda una foto, yo la miraba:  un jacketcito; cara así, no sé si de bravo, de malo, o de bueno, o indignado, porque esa foto no la sacaron el primer día, yo creo que ya tenía unos cuantos meses, y yo empezaba a reaccionar contra tantas cosas como las que estábamos viendo.  No era un pensamiento formado ni mucho menos; era un pensamiento ávido de ideas, pero también de deseos de conocer; un espíritu tal vez rebelde, lleno de ilusiones, de ilusiones no puedo decir revolucionarias, habría que decir lleno de ilusiones y de energía, también posiblemente de ansias de lucha.

Bueno, había sido deportista, había sido escalador de montañas. Hasta me habían convertido primero —ni sé bien por qué— en una especie de teniente de exploradores y después, más tarde, me hicieron general de exploradores. Así que cuando yo era estudiante preuniversitario me habían dado más grados que los que tengo hoy (Risas), porque fui después Comandante, pero nada más que Comandante, y eso de Comandante en Jefe no quería decir más que era Comandante jefe de aquella pequeña tropa de alrededor de 82 hombres, con los que desembarcamos del Granma.

Ese nombre nace después del desembarco, el 2 de diciembre de 1956.  Entre los 82 alguno tenía que ser jefe, después le pusieron “en”.  Así, poco a poco, de Comandante jefe pasé a Comandante en Jefe cuando ya había más Comandantes, porque era el grado más alto durante mucho tiempo. Recordaba esas cosas.  Uno tiene que pensar qué era, en qué pensaba, qué sentimientos albergaba.

Tal vez circunstancias especiales de mi vida me hicieron reaccionar.  Pasé algún trabajo desde muy temprano y fui desarrollando, quizás por ello, el oficio de rebelde.

Por ahí se habla de los rebeldes sin causa; pero a mí me parece, cuando recuerdo, que era un rebelde por muchas causas, y agradezco a la vida haber seguido, a lo largo de todo el tiempo, siendo rebelde, aun hoy, y tal vez con más razón, porque tenga más ideas, porque tenga más experiencia, porque haya aprendido mucho de mi propia lucha, porque comprenda mucho mejor esta tierra en que nacimos y este mundo en que vivimos, hoy globalizado y en minutos decisivos de su destino.  No me atrevería a decir en minutos decisivos de su historia, porque su historia es mucho más breve, es realmente ínfima comparada con la vida de una especie que en años muy recientes, tal vez desde hace 3 000, 4 000 ó 5 000 años, comenzó a dar los primeros pasos después de su larga y breve evolución; digo larga y breve, porque evolucionó hasta convertirse en ser pensante tal vez en algunos cientos de miles de años, y al cabo de la existencia de la vida en este planeta, que afirman los conocedores, si no me equivoco, surgió, me parece recordar, hace 1 000 ó 1 500 millones de años, primero surgió la vida y después surgieron millones de especies, y nosotros no somos más que eso, una de las muchas especies que surgieron en este planeta, y por eso digo que, tras una breve y a la vez larga vida,  hemos llegado a este minuto, en este milenio, que dicen que es el tercer milenio desde el inicio de la era cristiana.

¿Y por qué tantas vueltas en torno a esta idea?  Porque me atrevo a afirmar que hoy esta especie está en un real y verdadero peligro de extinción, y nadie podría asegurar, escuchen bien, nadie podría asegurar que sobreviva a ese peligro.

Bueno, que la especie no sobreviviría es algo de lo cual se habló hace 2 000 años, porque recuerdo que cuando era estudiante oí hablar del Apocalipsis, profetizado en la Biblia, es como si hace 2 000 años algunos se dieran cuenta de que esta débil especie podría un día desaparecer.

Desde luego, también los marxistas.  Recuerdo muy bien un libro de Engels, Dialéctica de la Naturaleza, donde hablaba de que algún día el Sol se apagaría, que el combustible que alimenta el fuego de esa  estrella que nos ilumina se agotaría y dejaría de existir la luz del Sol.  Y entonces me queda una pregunta, que tal vez ustedes, o los profesores de ustedes, o miles y cientos de miles de ustedes se la hayan hecho alguna vez, y es la pregunta acerca de si existe o no la posibilidad de que esta especie pueda emigrar a otro sistema solar.

¿Nunca se lo han preguntado?  Pues en algún momento se lo van a preguntar, porque uno se pregunta muchas cosas a lo largo de la vida, pero se las pregunta sobre todo cuando hay una razón para preguntárselas. Y creo que el hombre nunca tuvo más razón para hacerse esta pregunta, porque si aquel que era marxista se planteó el problema de la desaparición del calor y la luz solar, y como científico planteó que un día no existiría el sistema solar, nosotros también, como revolucionarios, y echando a volar la imaginación, tenemos que preguntarnos qué pasará y si hay alguna esperanza de que esta especie escape y se vaya a otro sistema solar donde haya o pueda haber vida.  Lo único que sabemos hasta ahora es que hay un sol a cuatro años luz, entre los cientos de miles de millones de soles que existen en ese enorme espacio, del que no sabemos todavía bien si es finito o infinito.

Por lo poco que sabemos de física, de matemática, de la luz y la velocidad de la luz, y los que viajan a los planetas más cercanos, donde no encuentran nada, y los que viajaran a Venus  —creo que Venus fue en tiempo de los romanos la diosa del amor—, los que allí tengan el privilegio de llegar, van a encontrar unos ciclones que son no sé cuántos cientos de veces peores que el Katrina, el Rita, o el Michelle, o el Mitch, y todos los demás similares que cada vez con más fuerza nos azotan, porque se afirma que la temperatura en Venus es de 400 grados, y son masas de aire o de atmósfera pesada en constante soplo.

Los que han ido a Marte, que decían que era un lugarcito donde podría haber existido la vida —Chávez habla de que posiblemente existió allí la vida, él bromea con eso—, y se fue, desapareció todo, andan buscando si hay una partícula de oxígeno o alguna huella de vida.  Bien, todo puede haber ocurrido, pero lo más probable es que no hubiese existido vida desarrollada en alguno de esos planetas. El conjunto de factores que hicieron posible la vida se dieron al cabo de miles de millones de años en el planeta Tierra, esa frágil vida que puede transcurrir entre limitados grados de temperatura, entre unos pocos grados por debajo de cero y unos pocos grados por encima de cero, ya que nadie sobrevive a una temperatura en el agua de 60 grados; bastarían 20 segundos sin protección alguna y ya ningún ser humano vive, bastarían unas decenas de grados bajo cero, sin calor artificial y no podría sobrevivir.  En ese limitado margen de temperatura se dio la vida.

Estamos hablando de la vida, porque cuando hablamos de universidades hablamos de la vida.

¿Qué son ustedes?  Si me hicieran una pregunta ahora mismo, yo diría que ustedes son vida, ustedes son símbolos de la vida.

Aquí hemos estado hablando de acontecimientos de nuestras vidas, de nuestra universidad, de nuestra Alma Máter, de los que llegamos hace algunas decenas de años y los que están hoy aquí, que ingresaron en el primer año o que están a punto de graduarse, o algunos se han graduado ya y están desempeñando funciones que otros, con menos experiencia, no podrían realizar.

Yo trataba de recordar cómo eran aquellas universidades, a qué nos dedicábamos, de qué nos preocupábamos.  Nos estábamos preocupando de esta isla, de esta pequeñita isla.  No se hablaba todavía de globalización, no existía la televisión, no existía Internet, no existían las comunicaciones instantáneas de un extremo a otro del planeta, apenas existía el teléfono, y, si acaso, algunos aviones de hélice. Al menos en mis tiempos, allá en 1945, nuestros aviones de pasajeros apenas llegaban a Miami y con mucho trabajo, aunque cuando era escolar de primaria escuchaba hablar del viaje de Barberán y Collar, allá en Birán se afirmaba:  “Por aquí pasaron Barberán y Collar”, dos pilotos españoles que cruzaron el Atlántico y siguieron hacia México; pero después no hubo más noticias de Barberán y Collar, todavía se discute en qué lugar cayeron, si en el mar entre Pinar del Río y México, o en Yucatán o en algún otro lugar.  Pero nunca más se supo de Barberán y Collar, que habían cometido la osadía de cruzar el Atlántico en un avioncito de hélice que se había casi recién inventado.  Fue a principios del siglo que acaba de pasar cuando se inició la aviación.

Sí, acababa de ocurrir una terrible guerra, que costó alrededor de 50 millones de vidas, y estoy hablando del momento aquel, en 1945, cuando yo ingresé en la universidad, el día 4 de septiembre; bueno, ingresé en esa época, y ustedes, desde luego, se han tomado la libertad de celebrar aquel aniversario cualquier día, puede ser el 4, puede ser el 17, puede ser en noviembre, puede ser hoy, en que ustedes escogieron esta fecha, porque son tantas conmemoraciones que ustedes no podían dar tantos actos ni yo tampoco asistir a tantos actos, y el dolor más grande de mi vida habría sido no asistir, especialmente en este momento, a un acto en el Aula Magna, invitado por ustedes.

Yo todos los días tengo muchos actos, todos los días converso horas y horas con masas, especialmente de jóvenes, con masas de estudiantes, o con brigadas médicas que marchan a cumplir gloriosas misiones que casi nadie más es capaz de cumplir en este mundo al que me estoy refiriendo, ahora, porque ningún otro país podría enviar a un hermano pueblo de Centroamérica 1 000 médicos, como los que en este momento se enfrentan allí al dolor y a la muerte, frente a la más grande tragedia natural ocurrida en ese país desde que se recuerda.

Una por una, a cada una de esas brigadas, les he hablado, las he despedido; o a las que marchan hacia el otro lado de la Tierra, a 18 horas de vuelo, donde ha ocurrido, casi simultáneamente, una de las más grandes tragedias humanas que ha conocido nuestro mundo en mucho tiempo, no recuerdo otra, por el lugar en que se produce, por el pueblo humilde que golpea, pueblo de pastores que viven en altísimas montañas, y vísperas de un invierno, allí donde el frío es muy elevado, donde la pobreza es grande y donde el mundo insensible que derrocha un millón de millones de dólares cada año en publicidad para tomarle el pelo a la inmensa mayoría de la humanidad —que, además, paga las mentiras que se dicen—, convirtiendo al ser humano en persona que, al parecer, no tuviera ni siquiera capacidad de pensar, porque las hacen consumir jabón, que es el mismo jabón con 10 marcas diferentes, y tienen que engañarla, porque ellos pagan ese millón de millones, no lo pagan las empresas, lo pagan aquellos que adquieren los productos en virtud de la publicidad; este mundo insensible que gasta un millón de millones de dólares cada año en objetivos de carácter militar —ya son dos millones de millones—; este mundo insensible que extrae de las masas empobrecidas, de la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, varios millones de millones de dólares cada año, y permanece indiferente cuando le dicen que allí han muerto alrededor de 100 000 personas, entre ellos, tal vez, 25 000 ó 30 000 niños, o donde hay más de 100 000 heridos, y la gran mayoría sufriendo fracturas de hueso en los miembros superiores e inferiores del cuerpo, y de los cuales, si acaso, se habrán operado un 10%, donde hay niños con miembros mutilados, jóvenes, mujeres y hombres, ancianos.

Ese es el mundo en que estamos viviendo, no es un mundo lleno de bondad, es un mundo lleno de egoísmo; no es un mundo lleno de justicia, es un mundo lleno de explotación, de abuso, de saqueo, donde un número de millones de niños mueren cada año —y podrían salvarse—, simplemente porque les faltan unos centavos de medicamentos, un poco de vitaminas y sales minerales y unos pocos dólares de alimentos, suficientes para que puedan vivir.  Mueren cada año, a causa de la injusticia, casi tantos como los que murieron en aquella colosal guerra que mencioné hace unos minutos.

¿Qué mundo es ese?  ¿Qué mundo es ese donde un imperio bárbaro proclama el derecho de atacar sorpresiva y preventivamente a 70 o más países, que es capaz de llevar la muerte a cualquier rincón del mundo, utilizando las más sofisticadas armas y técnicas de matar?  Un mundo donde impera el imperio de la brutalidad y de la fuerza, con cientos de bases militares en todo el planeta, y entre ellas una en nuestra propia tierra, en la que intervino arbitrariamente cuando el poder colonial español no podía sostenerse y cuando cientos de miles de los mejores hijos de este pueblo, que apenas tenía un millón de habitantes, habían perecido en una larga guerra de alrededor de 30 años; una Enmienda Platt repugnante en virtud de una resolución de igual repugnancia que, de forma traidora, otorgaba el derecho a intervenir en nuestra tierra cuando a su criterio no existiese suficiente orden.

Ha pasado más de un siglo y todavía ocupa por la fuerza ese pedazo de territorio, hoy vergüenza y espanto del mundo, cuando se divulga la noticia de que fue convertida en un antro de torturas, donde cientos de personas, recogidas en cualquier lugar del mundo, están allí, no los llevan a su territorio porque en él puedan existir algunas leyes que les creen dificultades para tener ilegalmente por la fuerza secuestrados y durante años, sin ningún trámite, sin ninguna ley, sin ningún procedimiento a aquellos hombres, que, además, para asombro del planeta, han estado siendo sometidos a sádicas y brutales torturas.  Y de eso se entera el mundo cuando allá en una cárcel en Iraq estaban torturando a cientos de prisioneros del país invadido con todo el poder de ese colosal imperio, y donde cientos de miles de civiles iraquíes han perdido la vida.

Cada día se descubren cosas nuevas.  Hace poco se divulgaron las noticias de que el gobierno de Estados Unidos  tenía cárceles secretas en los países satélites del este de Europa, esos que allí votan en Ginebra contra Cuba y la acusan de violación de derechos humanos; al país donde nadie conoció jamás un centro de tortura a lo largo de 46 años de Revolución, porque jamás en nuestro país se violó aquella tradición sin precedentes en la historia de que ni un solo hombre haya sido torturado, o se haya conocido —al menos nosotros— la tortura de un solo hombre; y no seríamos nosotros los únicos en impedirla, sería nuestro pueblo que adquirió hace rato un concepto altísimo de la dignidad humana.

¿Quién de nosotros, quién de ustedes, cuál de nuestros compatriotas admitiría tranquilamente la historia de un solo ciudadano torturado, a pesar de los miles de actos de barbarie y de terrorismo cometido contra nuestro pueblo, a pesar de los miles de víctimas ocasionadas por la agresión de ese imperio que durante más de 45 años nos ha bloqueado y ha tratado de asfixiarnos por todos los medios?  Y ahora dicen los muy descarados —como decía recientemente uno allí frente a la votación aplastante de 182 miembros de las Naciones Unidas, con una abstención— que las dificultades son resultado de nuestro fracaso, y un gran cómplice de ese bandido, que es el Estado pro nazi de Israel, apoya el bloqueo. Hay que decirlo así, porque aquellos que tales crímenes cometen lo hicieron en nombre de un pueblo que durante más de 1 500 años sufrió persecución en el mundo y fue víctima de los más atroces crímenes en la Segunda Guerra Mundial, el pueblo de Israel, que no tiene ninguna culpa de las salvajadas genocidas, al servicio del imperio, que conducen al holocausto de otro pueblo, el pueblo palestino, y proclaman también el derecho repugnante de atacar sorpresiva y preventivamente a otros países.

Ahora mismo el imperio amenaza con atacar a Irán si produce combustible nuclear.  Combustible nuclear no son armas nucleares, no son bombas nucleares; prohibirle a un país producir el combustible del futuro, es como prohibirle a alguien que explore en busca de petróleo, que es combustible del presente y llamado a agotarse físicamente en poco tiempo.  ¿A qué país en el mundo se le prohíbe buscar combustible, carbón, gas, petróleo?

A aquel país lo conocemos bien, es un país de 70 millones de habitantes, que se propone el desarrollo industrial y piensa con toda razón que es un gran crimen comprometer sus reservas de gas o de petróleo para alimentar el potencial de miles de millones de kilowatts/hora que requiere con urgencia de país del Tercer Mundo su desarrollo industrial. Y ahí está el imperio queriendo prohibirlo y amenazando con bombardear.  Hoy ya se debate en la esfera internacional qué día y qué hora, o si será el imperio, o utilizará —como utilizó en Iraq— al satélite israelí para el bombardeo preventivo y sorpresivo sobre centros de investigación que busquen obtener la tecnología de producción del combustible nuclear.

En 30 años más, el petróleo, un 80% del cual está actualmente en manos de países del Tercer Mundo, ya que los otros agotaron el suyo, entre ellos Estados Unidos, que tuvo una inmensa reserva de petróleo y gas, le alcanza apenas para algunos años, por lo cual trata de garantizar la posesión del petróleo en cualquier parte del planeta y de cualquier forma, esa fuente energética, sin embargo, se agota y a la vuelta de 25 ó 30 años solo quedará una fundamental, aparte de la solar, la eólica, etcétera, para la producción masiva de electricidad, la energía nuclear.

Está lejano todavía el día en que el hidrógeno, mediante procesos tecnológicos muy incipientes, pudiera ser fuente más idónea de combustible, sin el cual no podría vivir la humanidad, una humanidad que ha adquirido determinado nivel de desarrollo técnico.  Este es un problema presente.

Nuestro Ministro de Relaciones Exteriores acaba de cumplimentar la invitación de visitar a Irán, ya que Cuba será sede de la próxima reunión de Países No Alineados, dentro de un año, y aquella nación reclama su derecho a producir combustible nuclear como cualquier nación entre las industrializadas y no ser obligada a destruir la reserva de una materia prima, que sirve no solo como fuente energética, sino como  fuente de numerosos productos, fuente de fertilizantes, fuente de textiles, fuente de infinidad de materiales que hoy tienen un uso universal.

Así anda este mundo.  Y veremos qué ocurriría si se les ocurre bombardear a Irán para destruir cualquier instalación que le permita la producción de combustible nuclear.

Irán ha firmado el Tratado de no Proliferación, como Cuba lo ha firmado.  Nosotros nunca nos hemos planteado la cuestión de la fabricación de armas nucleares, porque no las necesitamos, y si fueran accesibles, cuánto costaría producirlas y qué hacemos con producir un arma nuclear frente a un enemigo que tiene miles de armas nucleares.  Sería entrar en el juego de los enfrentamientos nucleares.

Nosotros poseemos otro tipo de armas nucleares, son nuestras ideas; nosotros poseemos armas del poder de las nucleares, es la magnitud de la justicia por la cual luchamos; nosotros poseemos armas nucleares en virtud del poder invencible de las armas morales.  Por eso nunca se nos ha ocurrido fabricarlas, ni se nos ha ocurrido buscar armas biológicas, ¿para qué?  Armas para combatir la muerte, para combatir el SIDA, para combatir las enfermedades, para combatir el cáncer, a eso dedicamos nuestros recursos, a pesar de que el bandido aquel —ya no me acuerdo cómo se llama el tipejo que han nombrado, no sé si Bolton, Bordon, qué sé yo—, nada menos que representante de Estados Unidos en Naciones Unidas, un supermentiroso, descarado, inventor de que Cuba estaba investigando en el Centro de Ingeniería Genética para producir armas biológicas.

También nos acusaron de que estábamos colaborando con Irán, transfiriendo tecnología con aquel objetivo, y lo que estamos es construyendo, en sociedad con Irán, una fábrica de productos anticancerígenos, eso es lo que estamos haciendo.  Y si también lo quieren prohibir, ¡váyanse para el demonio o para donde quieran irse, idiotas, que aquí no van a asustar a nadie! (Aplausos.)

¡Mentirosos, descarados!, todo el mundo sabe que hasta la propia CIA descubrió que era mentira lo que estaba diciendo el actual representante del gobierno de Estados Unidos en la ONU, y habían obligado a renunciar a un hombre porque dijo que eso era mentira, y otros en el Departamento de Estado también se dieron cuenta de que era mentira y el sujeto estaba furioso, hecho un basilisco contra todos aquellos que decían la verdad.  Ese es el representante del “Bushecito” ante la comunidad de naciones, donde acaban de sacar 182 votos en contra de su infame bloqueo.  Ese es el mundo donde pretenden campear por la fuerza y campear en virtud de las mentiras y en virtud del monopolio casi total de los medios masivos.  Vean qué batalla se libra en este momento.  Y nombraron al sujeto por encima del Congreso, y por un tiempo, cuando el mundo entero sabe que es un descarado y un mentiroso repugnante.

Todos los días le descubren al caballero que gobierna Estados Unidos un truco nuevo, un delito nuevo, una canallada nueva por parte de sus miembros, y van cayendo, van goteando uno por uno como penca de coco, como diría un campesino oriental; sí, así van cayendo, con un poco de ruido.  Ya no les va quedando nada que inventar, pero siguen haciendo barbaridades.

Les hablaba de las cárceles en varios países, cárceles secretas donde envían secuestrados con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, y ya no solo en Abu Ghraib, no solo en Guantánamo, ya en cualquier parte del mundo se encuentra una cárcel secreta donde realizan torturas los defensores de los derechos humanos; son los mismos que allí en Ginebra ordenan a sus corderitos votar uno tras otro contra Cuba, el país que no conoce la tortura, ¡para honor y gloria de esta generación, para honor y gloria de esta Revolución, para honor y gloria de una lucha por la justicia, por la independencia, por el decoro humano que debe mantener incólume su pureza y su dignidad! (Aplausos.)

Pero la cosa no se acaba ahí, esta mañana llegaban noticias informando sobre el uso de fósforo vivo en Fallujah, allí donde el imperio descubrió que un pueblo, prácticamente desarmado, no podía ser vencido y se vieron los invasores en tal situación que no podían irse ni quedarse:  si se iban, volvían los combatientes; si se quedaban, necesitaban esas tropas en otros puntos. Ya han muerto más de 2 000 jóvenes soldados norteamericanos, y algunos se preguntan, ¿hasta cuándo seguirán muriendo en una guerra injusta, justificada con groseras mentiras?

Pero no vayan a creer que disponen de abundantes reservas de soldados norteamericanos, ya cada vez menos norteamericanos se inscriben, han convertido el enrolamiento para el ejército en una fuente de empleo, contratan desempleados, y muchas veces trataban de contratar el mayor número de negros norteamericanos para sus guerras injustas, y han llegado noticias de que cada vez menos afronorteamericanos están en disposición de inscribirse en el ejército, a pesar del desempleo y la marginación a que son sometidos,  porque tienen conciencia de que los están usando como carne de cañón.  En los guetos de Luisiana, cuando el gobierno gritó sálvese quien pueda, abandonaron a miles de ciudadanos que perdieron la vida ahogados o perdieron la vida en los asilos de ancianos o en los hospitales y a algunos se les aplicó la eutanasia por temor del personal facultativo de verlos morir ahogados.  Son historias reales que se conocen y sobre las cuales debiera meditarse.

Buscan latinos, inmigrantes que, tratando de escapar del hambre, cruzaron la frontera, esa frontera donde están muriendo más de 500 inmigrantes cada año, muchos más en 12 meses que los que murieron durante los 28 años que duró el muro de Berlín.

Del muro de Berlín el imperio hablaba todos los días; del que se levanta entre México y Estados Unidos, donde mueren ya más de 500 personas por año, pensando escapar de la pobreza y el subdesarrollo, no hablan una sola palabra.  Ese es el mundo en que estamos viviendo.

¡Fósforo vivo en Fallujah!  Eso significa el imperio, y secretamente.  Cuando se denunció, el gobierno de Estados Unidos dijo que el fósforo vivo era un arma normal.  Si era normal, ¿por qué no lo publicaron?  ¿Por qué nadie sabía que estaban usando esa arma prohibida por las convenciones internacionales?  Si el napalm está prohibido, el fósforo vivo está todavía mucho más prohibido.

Todos los días llega una noticia de ese tipo, y todas esas cosas tienen que ver con la vida, todas esas cosas tienen que ver con este mundo.  Vean qué enorme diferencia de aquellos tiempos en que nosotros llegábamos a la universidad todos llenos de ideales, llenos de sueños, llenos de buena voluntad aunque no estuviera nutrida de la experiencia, de la ideología profunda y de las ideas que se iban adquiriendo a lo largo de los años.  Así entraban los jóvenes en esta universidad, que no era, por cierto, la universidad de los humildes; era la universidad de las capas medias de la población, era la universidad de los ricos del país, aunque los muchachos jóvenes solían estar por encima de las ideas de su clase y muchos de ellos eran capaces de luchar, y así lucharon a lo largo de la historia de Cuba.

Ocho estudiantes fueron fusilados en 1871 y fueron cimientos de los más nobles sentimientos y del espíritu de rebeldía de nuestro pueblo, a quien tanto indignó aquella colosal injusticia; como los nueve estudiantes, cuya muerte conmemoramos hoy, asesinados por los nazis, en Praga, aquel 17 de noviembre de 1939, en vísperas de la Segunda Guerra Mundial.

En la historia de nuestra juventud estuvo siempre presente el recuerdo de aquellos estudiantes de medicina, y los estudiantes lucharon siempre contra los gobiernos tiránicos y corrompidos.  Mella era uno de ellos, también procedente de la capa media; porque los de las capas más pobres, los hijos de los campesinos, no sabían leer ni escribir, cómo podían ingresar en una universidad, cómo podían ingresar en un bachillerato.

Yo, hijo de terrateniente, pude terminar el sexto grado y después, con séptimo grado aprobado pude ingresar en un instituto preuniversitario.

¿Quién que no hubiera podido estudiar bachillerato podía ir a la universidad?  Quien fuera hijo de un campesino, de un obrero, que viviera en un central azucarero o en cualquiera de los muchos municipios que no fueran como el de Santiago de Cuba, o el de Holguín, tal vez Manzanillo y dos o tres más, no podía ser bachiller, ¡ni siquiera bachiller!  Mucho menos graduado de la universidad, porque, entonces, después de ser bachiller, tenía que venir a La Habana.

Yo pude venir a La Habana porque mi padre disponía de recursos, y así me hice bachiller, y así el azar me trajo a una universidad.  ¿Es que acaso soy mejor que cualquiera de aquellos cientos de muchachos, casi ninguno de los cuales llegó a sexto grado y ninguno de los cuales fue bachiller, ninguno de los cuales ingresó en una universidad?

Mi propio caso, como el de muchos otros, mencioné a Mella, podría mencionar a Guiteras, podría mencionar a Trejo, que murió en una de esas manifestaciones, un 30 de septiembre, en la lucha contra Machado; podría mencionar nombres como los que ustedes aquí señalaron al iniciarse el acto.

Antes de la Revolución, contra la tiranía batistiana siempre hubo muchos estudiantes nobles, dispuestos a sacrificarse, dispuestos a dar la vida.  Y así, cuando volvió con todo el rigor la tiranía batistiana, muchos estudiantes lucharon y muchos estudiantes murieron, y aquel jovencito de Cárdenas, Manzanita, como le llamaban, siempre risueño, siempre jovial, siempre cariñoso con todos los demás, se iba distinguiendo por su valentía, su entereza, cuando bajaba las escalinatas, cuando se enfrentaba a los carros de bomberos, cuando se enfrentaba a la policía.  Así fueron surgiendo todos ellos.

Si usted va, incluso, a la casa donde vivió Echeverría —José Antonio, vamos a llamarlo así—, es una casa buena, una excelente casa.  Vean cómo los estudiantes muchas veces pasaban por encima de su origen social y de su clase, en esa edad de tantas esperanzas, de tantos sueños.

En aquella universidad, para estudiar medicina había una sola facultad y un solo hospital docente, y muchos obtenían premios, primer premio en medicina, y algunos, incluso, de cirugía sin haber operado nunca a nadie.

Algunos lo lograban, eran activos y hacían alguna relación con algún profesor que los ayudaba, los llevaba a alguna práctica, los llevaba a algún hospital.  Así surgieron buenos médicos, no una masa de buenos médicos —sí había una masa de médicos deseosa de viajar a Estados Unidos—, que estaban sin empleo, y cuando la Revolución triunfa se marchan precisamente a Estados Unidos, y quedaron la mitad, 3 000, y el 25% de los profesores.  De ahí partimos hacia el país de hoy, que se yergue ya casi como capital de la medicina mundial.

Hoy nuestro pueblo tiene a su disposición, por lo menos, 15 médicos, y mucho mejor distribuidos, por cada uno de los que quedaron aquí en el país; tiene decenas de miles en el exterior prestando servicios solidarios, y crecen.  Hay en este momento —pedí la cifra exacta— 25 000 estudiantes de medicina; en primer año alrededor de 7 000, e ingresarán no menos de 7 000 cada año, y tiene ya más de 70 000 médicos.  No hablo de las decenas de miles de estudiantes de otras ciencias médicas, tenemos la idea de que estén estudiando en el área de la medicina alrededor de 90 000, si usted incluye las enfermeras, las que están estudiando licenciatura en enfermería y todos los que estudian carreras relacionadas con la salud, dentro del caudal enorme de estudiantes que hoy tiene nuestra universidad.

Yo quería señalar la diferencia de ese año en que entré en la universidad, ¿qué era nuestro país?  Hay que preguntarse eso y meditar qué es hoy nuestro país, en todos los terrenos.  Y podríamos hacernos la misma pregunta con relación a ocho, diez, quince, veinte cosas.  No hay comparación posible.

Hablaba de que Barberán y Collar perecieron en un avioncito lleno de tanques de gasolina, porque era lo único que podían hacer en ese tiempo, despegaron, salieron casi como nosotros de allá de México, en 1956:  “si salimos, llegamos; si llegamos, entramos; si entramos, triunfamos”.  Parece que antes otros hombres hicieron una acción tan audaz como esa, la de cruzar el Atlántico.  Salieron y llegaron a Cuba, volvieron a salir; llegaron a México, pero llegaron sin vida a México.

Hablaba de una nave que despegaba; esta era una nave que despegaba en los primeros tiempos, un pequeño avioncito, que parecía movido por la fuerza de una liga.  ¿Ustedes no han visto nunca esos avioncitos que les enredan una liga, los sueltan, despegan y llegan?  Cuando nuestra Revolución triunfó en este hemisferio, al lado del imperio y rodeado de satélites del imperio, con alguna excepción, iniciábamos un camino muy difícil.  Ya es otra época, fueron unos cuantos años después de nuestra entrada en la universidad.

Nosotros entramos en la universidad a finales del año 1945, e iniciamos nuestra lucha armada en el Moncada el 26 de Julio de 1953, realmente, casi ocho años después, y la Revolución triunfa cinco años, cinco meses y cinco días después del Moncada, tras un largo recorrido por las prisiones, el exilio y la lucha en las montañas.  Fue un tiempo, si se mira históricamente, si se compara con las luchas anteriores, tan duras y tan difíciles de nuestro pueblo, un tiempo relativamente breve, y fueron dos etapas:  la entrada en la universidad, la salida y el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.

Esa etapa cuando iniciábamos la lucha es el punto de donde hay que partir ahora; despegábamos, intentábamos despegar, no conocíamos ni siquiera muy bien las leyes de la gravedad, íbamos cuesta arriba luchando contra el imperio, que era ya el más poderoso, pero cuando todavía existía otra superpotencia, como la llamábamos; fue cuesta arriba, marchando cuesta arriba fuimos ganando experiencia, marchando cuesta arriba fue fortaleciéndose nuestro pueblo y nuestra Revolución, hasta llegar a hoy.

Ojalá yo tuviera más tiempo para hablar, pero este ahora de ahora es un ahora sin precedente, es una hora muy distinta de todas las demás, en nada se parece a la de 1945, en nada se parece a la de 1950 cuando nos graduamos, pero poseedores ya de todas aquellas ideas de las que hablé un día, cuando afirmé con amor, con respeto, con entrañable cariño, que en esta universidad, donde llegué simplemente con un espíritu rebelde y  algunas ideas elementales de la justicia, me hice revolucionario, me hice marxista-leninista y adquirí los sentimientos que a lo largo de los años he tenido el privilegio de no haberme sentido nunca tentado, ni en lo más mínimo, a abandonarlos alguna vez.  Por eso me atrevo a afirmar que no los abandonaré jamás.

Y si de confesiones se trata, cuando terminé en esta universidad yo me creía muy revolucionario y, simplemente, estaba iniciando otro camino mucho más largo.  Si yo me sentía revolucionario, si me sentía socialista, si había adquirido todas las ideas que hicieron de mí, y no podía haber ninguna otra, un revolucionario, les aseguro con modestia que hoy me siento diez veces, veinte veces, tal vez, cien veces más revolucionario de lo que era entonces (Aplausos).  Si entonces estaba dispuesto a dar la vida, hoy estoy mil veces más dispuesto a entregar la vida que entonces (Aplausos).

Uno, incluso, entrega la vida por una noble idea, por un principio ético, por un sentido de la dignidad y el honor, aun antes de ser revolucionario, y también decenas de millones de hombres murieron en los campos de batalla en la Primera Guerra Mundial y en otras guerras, enamorados casi de un símbolo, de una bandera que la encontraron bella, un himno que escucharon emocionante, como lo fue La Marsellesa en su época revolucionaria, y después himno del imperio colonial francés.  En nombre de ese imperio colonial y de los repartos del mundo murieron en masa en las trincheras, en la Primera Guerra Mundial, millones de franceses.  Si el hombre es capaz de morir, el único ser que es consciente de entregar la vida voluntariamente, no lucha por instintos, como hay tantos animales que luchan por instinto, prácticamente las leyes de la naturaleza lo condujeron hacia esa estirpe; el hombre es una criatura llena…, el hombre y la mujer…, y cada vez hay que decir más las mujeres; sí, tengo razones, no sé si tendré tiempo de decirlas.  Pero el ser humano es el único capaz, conscientemente, de pasar por encima de todos los instintos.  El hombre es un ser lleno de instintos, de egoísmos, nace egoísta, la naturaleza le impone eso; la naturaleza le impone los instintos, la educación impone las virtudes; la naturaleza le impone cosas a través de los instintos, el instinto de supervivencia es uno de ellos, que lo pueden conducir a la infamia, mientras por otro lado la conciencia lo puede conducir a los más grandes actos de heroísmo.  No importa cómo seamos cada uno de nosotros, cuán diferentes seamos cada uno de nosotros, pero entre todos nosotros hacemos uno.

Resulta asombroso que, a pesar de la diferencia entre los seres humanos, puedan ser uno en un momento o puedan ser millones, y solo pueden ser millones a través de las ideas.  Nadie siguió la Revolución por culto a nadie o por simpatías personales de nadie.  Cuando un pueblo llega a la misma disposición de sacrificio que cualquiera de aquellos que con lealtad y sinceridad traten de dirigirlos y traten de conducirlos hacia un destino, eso solo es posible a través de principios, a través de ideas.

Ustedes constantemente están leyendo hombres de pensamiento, constantemente leen la historia, y en la historia de nuestra patria leen a Martí, leen a otros muchos destacados patriotas, y en la historia del mundo, en la historia del movimiento revolucionario leen a los teóricos, a los grandes teóricos que nunca claudicaron de los principios revolucionarios.  Son las ideas las que nos unen, son las ideas las que nos hacen pueblo combatiente, son las ideas las que nos hacen, ya no solo individualmente, sino colectivamente, revolucionarios, y es entonces cuando se une la fuerza de todos, cuando un pueblo no puede ser jamás vencido y cuando el número de ideas es mucho mayor; cuando el número de ideas y de valores que se defienden se multiplican, mucho menos puede un pueblo ser vencido.

Y así, cuando uno recuerda a los compañeros, y mira uno a los jóvenes que tienen importantes tareas; los otros, muchos de ellos fueron dirigentes de esta universidad y tienen largos años de lucha, unos más; unos pueden tener más de 50, otros pueden tener más de 40 y hoy cada uno de ellos en su cargo, muchos de ellos estudiantes, otros de origen humilde, como los que observo aquí, desde personas que estuvieron en el Moncada y personas que vinieron en el Granma, lucharon en la Sierra Maestra y participaron en todos los combates; aquí los veo, a cada uno de ellos, defendiendo una causa, una bandera.

Veo, por ejemplo, a nuestro querido compañero Alarcón.  Lo recuerdo porque aquí se ha hablado de la batalla por los cinco héroes presos, y él ha sido incansable batallador por la justicia con relación a esos compañeros.  Fue la tarea que recibió de la Revolución, y la recibió por sus cualidades, por su talento, por su carácter de Presidente de la Asamblea Nacional.

Veo al compañero Machadito, viejo médico, pero no médico viejo, que nos acompañó allá por las montañas.  Veo a Lazo, veo a Lage, veo a Balaguer, veo a muchos por aquí para allá —todavía veo algo (Risas)—, creo que veo a Sáez, creo que vemos al Ministro de la enseñanza superior, creo que veo a Gómez  —es Gómez, un poquito más gordito tal vez—, y un poco más allá veo a Abel, nombre bíblico, que acaba de destacarse mucho allá en Mar del Plata, donde se libró una gloriosísima batalla.

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en el acto por el aniversario 60 de su ingreso a la universidad, efectuado en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, el 17 de noviembre de 2005. Foto: Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Vean qué mundo, vean cuántos cambios, vean cuáles objetivos hoy vamos persiguiendo. Vean qué estrategias se van diseñando, que nos introducen a nosotros en la estrategia del mundo, siendo un minúsculo país, aquí a 90 millas del colosal imperio, del más poderoso que existió jamás a lo largo de la historia, y han pasado 46 años y ahí está más distante que nunca de lograr poner de rodillas a la nación cubana, aquella que humillaron y ofendieron durante algún tiempo (Aplausos); aquella de la que fueron dueños, dueños de todo: minas, tierras, cientos de miles de las mejores hectáreas; de sus puertos, de sus instalaciones, de su sistema eléctrico, de transporte, bancario, comercial, etcétera, etcétera, y creen los muy idiotas que van a volver aquí y los vamos a llamar de rodillas: “Vengan a salvarnos una vez más, salvadores del mundo; vengan, que les vamos a entregar todo otra vez, y esta universidad, para que pongan en ella 5 000 y no medio millón, porque medio millón es mucho para la mentalidad de ustedes, que querían ver desempleados y hambrientos para que la porquería de capitalismo ese funcione, porque es solo a base de un ejército de la reserva para que funcione; vengan y reproduzcan otra vez los desempleados analfabetos que hacían colas en las proximidades de los cañaverales, sin que nadie les llevara una gota de agua, ni desayuno, ni almuerzo, ni albergue, ni transporte. Búsquenlos a ver dónde los encuentran, porque aquí están sus hijos estudiando en las universidades por cientos de miles” (Aplausos).

Lo vi, no me lo contó nadie; lo vi, hace apenas 48 horas; lo vi allá en el Palacio de las Convenciones, primero en un grupo de varios cientos, con sus pulóveres azules; lo vi a través de aquellos jóvenes que se graduaron como trabajadores sociales y hoy son todos, ¡todos, sin excepción!, estudiantes universitarios, de primero a quinto año de la carrera, después de un año de estudios intensos para hacerse trabajadores sociales, después de varios años cursando esa carrera, y eran primero 500 y ahora son 28 000.

Creo que fue Agramonte, otros dicen que Céspedes, quien respondiendo a los pesimistas, cuando tenía 12 hombres, exclamó: No importa aquellos que no tienen confianza, que con 12 hombres se hace un pueblo. Si con 12 hombres se hace un pueblo, cuántas veces somos hoy 12 hombres. Y 12 hombres, multiplicado por quién sabe cuántas veces, armados de ideas, de conocimientos, de cultura, que saben de este mundo cómo es, saben de historia, saben de geografía, saben de luchas, porque tienen eso, eso que se llama una conciencia revolucionaria, que es la suma de muchas conciencias, es la suma de la conciencia humanista, la suma de una conciencia del honor, de la dignidad, de los mejores valores que puede cosechar un ser humano. Es hija del amor a la patria y el amor al mundo, que no olvida aquello de que patria es humanidad, pronunciado hace más de 100 años. Patria es humanidad, es lo que hay que repetir todos los días, cuando viene alguien y se olvida de aquellos que viven en Haití, o están allá en Guatemala, golpeada, entre otras causas, por el desastre natural, sufriendo inenarrables dolores, inenarrable pobreza, como ocurre habitualmente en la mayor parte del mundo.

Eso es lo único que puede exhibir el infame imperio y su repugnante sistema, resultado de la historia en la larga marcha de la especie por una sociedad de justicia nunca alcanzada a lo largo de miles de años, que es la brevísima historia relativamente conocida de la especie buscando una sociedad justa. Y siempre estuvieron tan lejos como tan cerca nos sentimos hoy de esa sociedad justa, y para demostrar que es posible, se trata precisamente de la sociedad que queremos construir; pero me atrevo a añadir, por encima del montón de defectos que tenemos todavía, de errores, de faltas, es la sociedad en la historia humana que está más cerca de poder calificarse como sociedad justa.

¿Dónde está la justicia que no la veo? No la veo porque aquel gana veinte veces, treinta veces más que yo como médico, o más que yo como ingeniero, o más que yo como catedrático de la universidad, ¿dónde está? Y, ¿por qué? ¿Qué produce aquel? ¿A cuántos educa? ¿A cuántos cura? ¿A cuántos hace felices con sus conocimientos, con sus libros, con su arte? ¿A cuántos hace felices construyéndoles una vivienda? ¿A cuántos hace felices cultivando algo para que puedan alimentarse? ¿A cuántos hace felices trabajando en fábricas, en industrias, en sistemas eléctricos, en sistemas de agua potable, en las calles, o en los tendidos eléctricos, o atendiendo las comunicaciones, o imprimiendo libros? ¿A cuántos?

Hay, y debemos decirlo, unas cuantas decenas de miles de parásitos que no producen nada y reciben tanto como aquel que lleva en un cacharro viejo, comprando y robando combustible por todo el camino de La Habana a Guantánamo, a uno de esos jóvenes estudiantes que tuvo que viajar cuando las circunstancias del transporte son muy difíciles, y le cobra 1 000 pesos, 1 200, a lo largo de esas carreteras, tan llenas de baches en muchos lugares y faltas de señales que no pudimos terminar de hacer por diversas razones, por recursos que no teníamos, por incapacidades que no habíamos superado, por descontrol de los que administran o dirigen.

Sí, hay que tomar estas cosas muy en cuenta y no olvidarlas, porque estamos frente a una gran batalla que debemos librar, que empezamos a librar, que vamos a librar y vamos a ganar. Es lo más importante.

Sí, estamos muy conscientes de eso, y más conscientes de eso, y en eso pensamos más que en ninguna otra cosa, de nuestros defectos, de nuestros errores, de nuestras desigualdades, de nuestras injusticias.

Y no me atrevería a mencionar el tema aquí si no tuviera la más absoluta convicción y la más absoluta seguridad, que salvo catástrofes mundiales, colosales guerras, estamos acercándonos aceleradamente a reducirlas y a vencerlas para que se cumpla algo, escúchese bien, que los ciudadanos de este país, que en un tiempo estaban desempleados en un 10%, un 15%, un 20% o más, los ciudadanos de este país que en un tiempo eran analfabetos en número de un millón, o eran analfabetos o semianalfabetos hasta un 90%, en este pueblo de hoy, y sobre todo de un mañana muy próximo, cada ciudadano vivirá fundamentalmente de su trabajo y de sus jubilaciones y pensiones.

No olvidar jamás a aquellos que durante tantos años fueron nuestra clase obrera y trabajadora, que vivieron décadas de sacrificio, las bandas mercenarias en las montañas, las invasiones como la de Girón, los miles de actos de sabotaje que costaron tantas vidas a nuestros trabajadores cañeros, azucareros, industriales, o en el comercio, o en la marina mercante, o en la pesca, los que de repente eran atacados a cañonazos y a bazucazos, nada más porque éramos cubanos, nada más porque queríamos la independencia, nada más porque queríamos mejorar la suerte de nuestro pueblo; y allá los bandidos haciendo de las suyas, allá los bandidos reclutados y entrenados por la CIA, allá los criminales, allá los terroristas que volaban los aviones en pleno vuelo o trataban de hacerlos volar, no importaba los que murieran, allá los que organizaban atentados de todo tipo y los actos de terrorismo contra nuestro país. ¿Cambió acaso el imperio? ¿Y dónde está, “Bushecito”, el señor Posadita Carriles, qué hizo con él, amable caballero que, a pesar de cosas conocidas y vergonzosas, cabalga y trata de llevar la rienda de ese imperio? ¿Cuándo va a responder aquella sana pregunta, bien sencilla, que le hicimos muchas veces? ¿Por dónde entró Posada Carriles a Estados Unidos? ¿En qué barco, por qué puerto? ¿Cuál de los príncipes herederos de la corona lo autorizó, sería el hermanito gordito de Florida? —y que me perdone lo de gordito, no es una crítica, sino la sugerencia de que haga ejercicios y guarde dieta, ¿no? (Risas), es algo que hago por la salud del caballero.

¿Quién lo recibió? ¿Quién le dio permiso? ¿Por qué se pasea por las calles de la Florida y de Miami quien tan desvergonzadamente lo llevó? ¿Qué se hizo aquella academia? ¿De qué era, de navegación o de cría de peces? ¿Qué era el bárbaro aquel?, aquel que por un telefonito habló con otro terrorista que tenía unas latas con dinamita y al preguntarle, y era su voz, lo reconoció el tipo, lo reconoció todo el mundo, no se podía negar, cuando le preguntó qué hacía con esas laticas y le dice: “Vete a Tropicana, tíralas por una ventana y acaba con aquello.” Miren qué gente tan noble, tan respetuosa de las leyes, de las normas internacionales, de los derechos humanos. Y el muy desvergonzadito de “Bushecito” no ha querido responder todavía, está ahí calladito, nadie más ha respondido.

Las autoridades de nuestro hermano país, México, tampoco han tenido tiempo —parece que es así, mucho trabajo— para responder a la pregunta, que no cuesta nada, señor, decir que Posadita Carriles, ese ingenuo “niño”, ingenuo e inocente, entró en el barco aquel, por el puerto aquel y de la forma que Cuba denunció.

Pero vean si son descarados, dicen todas las mentiras del mundo, pero les hacen una ingenua preguntica, una sencilla preguntica, pasan meses y no responden una palabra. Así pasaron meses y no sabían dónde estaba Posadita.

Esta muchacha tan inteligente, ¿cómo se llama?, la que es Secretaria de Estado (Risas), ¿Condoleezza o Condoliza?, bueno, Condesa Rice (Risas), no sabe tampoco, ignora, y los voceros lo ignoran; no han dicho ninguna mentira, no han cometido ni el menor pecado venial, son puros, merecen el aplauso y la confianza del mundo.

Es mentira, nunca torturaron a nadie; es mentira, nunca fueron cómplices del terrorismo; es mentira, nunca inventaron el terrorismo; es mentira, nunca torturaron en ninguna parte; es mentira, nunca utilizaron fósforo vivo en Fallujah. Bueno, dicen que es verdad, pero que es muy legal, muy legítimo y muy decente usar el fósforo vivo. ¿Van a meterle miedo a quién?

Fuimos testigos, y me acordaba cuando veía a los compañeros allá y veía a Abel, de la colosal batalla librada allá en Mar del Plata, en el estadio y en el recinto donde se reunieron los presidentes; no voy a comentar este punto, pero nuestro pueblo tuvo oportunidad de ver, de observar —yo conozco los estados de opinión— aquella grandiosa batalla, una en la calle y otra allí, donde estaban reunidos los jefes de Estado.

Y hablando de historia, nunca en la historia de este hemisferio se dio algo parecido a una batalla como aquella, en que aquel caballero de la triste figura, pero no por sus ideales cervantinos, de la triste figura porque hace muecas, cosas raras, mira, se aburre, lo acuestan a dormir a las 12:00 de la noche, el mundo se acaba; cualquier día, de los portaaviones despegan los aviones y bombardean aquel territorio de bandidos por culpa de los cuales, por estar un poco ocupados, le entorpecieron el sueño al jinete que lleva las riendas del imperio, porque mientras él duerme, el caballo puede seguir por donde le da la gana; al fin y al cabo, es posible que el caballo conduzca mejor los destinos del imperio que el propio jinete que debe acostarse temprano (Aplausos).

Realmente es una lástima que la madrugada no dure más tiempo, porque por lo menos el mundo podía estar mejor.

Así es todo. Hemos visto muchas cosas que no deben olvidarse.

Algunos andan preguntando si Cuba habló o no habló, si Cuba tomó partido o no tomó partido. Se lo advierto, porque andan algunos intrigando ridículamente sobre esas cosas. Cuba habla cuando tenga que hablar y Cuba tiene muchas cosas que decir, pero no está ni apurada ni impaciente. Sabe muy bien cuándo, dónde y cómo debe golpear al imperio, su sistema y sus lacayos.

Al parecer, algunos creen o fingen creer que no había un solo cubano allá en Mar del Plata, que no había toda una fuerza revolucionaria cubana de primerísima clase en aquella marcha gloriosa de decenas de miles de ciudadanos del mundo y fundamentalmente argentinos, a los que el emperador ofendió parqueando los portaaviones, llevando un ejército, alquilando todos los hoteles y empleando miles de agentes de policía. Nadie se iba a meter físicamente con él, si lo que deseaba era que le tiraran un huevo podrido; no, él no merece tan altos honores (Risas), de ninguna forma.

Y los bien civilizados ciudadanos argentinos y los cada vez más conscientes y expertos ciudadanos de este hemisferio, donde el orden implantado es ya insostenible e insalvable, saben lo que hacen. Dijeron que una manifestación pacífica, ni un hollejo lanzarían, y al movilizar bajo aquella fría llovizna tanta gente, marchar durante horas hacia el estadio y constituir allí una enorme masa en ese estadio, le dieron una lección inolvidable al imperio, porque le demostraron que son personas, son pueblos que saben lo que hacen y quien sabe lo que hace marcha hacia la victoria, es absolutamente seguro. Y los que no saben lo que hacen son aplastados por los pueblos.

No queremos darle pretextos al imperio de armar un showcito. En este ajedrez de 50 fichas, veremos al final quién da el jaque mate.

Cuando digo imperio no digo pueblo norteamericano, entiéndase bien. El pueblo norteamericano salvará muchos de los valores éticos, salvará muchos principios que han sido olvidados, se adaptará al mundo en que vivimos, si este mundo puede salvarse y este mundo debe salvarse. Y todos, nosotros entre todos y en primera fila, debemos luchar para que este mundo pueda salvarse y nuestras mejores e invencibles armas son las ideas.

Alguien habla de la batalla de ideas, sí, aquella batalla de ideas que estuvimos librando durante algunos años se está convirtiendo en una batalla de ideas a nivel mundial. Y triunfarán las ideas, deben triunfar las ideas. Trasmitamos ese mensaje, abrámosle los ojos a esta humanidad condenada a la extinción. Si no va a ser eterna, si es probabilísimo que un día hasta la luz del Sol se apague, si es casi seguro que no habrá forma de trasladar la materia viva y sólida a una distancia que quede a años luz de este planeta, y las leyes físicas son mucho más rigurosas, mucho más exactas que las leyes históricas o sociales.

De todas formas pienso que esta humanidad y las grandes cosas que es capaz de crear, deben preservarse mientras puedan preservarse. Una humanidad que no se preocupe por la preservación de la especie sería como el joven estudiante o el cuadro dirigente que sabe que su vida está muy limitada a un número reducido de años y, sin embargo, estuviera preocupado solo por su propia vida.

Mencioné unos cuantos nombres de compañeros aquí presentes, a unos les quedan más años, a otros les quedan menos, y ninguno sabe cuántos, yo no pienso jamás que alguno de ellos esté pensando preservarse sin importarle cuál sea el destino de este admirable y maravilloso pueblo, ayer semilla y hoy árbol crecido y con raíces profundas; ayer lleno de nobleza en potencia y hoy lleno de nobleza real; ayer lleno de conocimientos en sus sueños y hoy lleno de conocimientos reales, cuando apenas está comenzando en esta gigantesca universidad que es hoy Cuba.

Y vean cómo van surgiendo nuevos cuadros, y cuadros jóvenes. Ahí está Enrique, que dirige ese ejército de los 28 000 trabajadores sociales, más los 7 000 que están estudiando y perfeccionando esa noble profesión.

Como ustedes saben, estamos envueltos en una batalla contra vicios, contra desvíos de recursos, contra robos, y ahí está esa fuerza, con la que no contábamos antes de la batalla de ideas, diseñada para librar esa batalla.

Les voy a decir algo, para ver si los trabajadores de la construcción se llenan de amor propio; cuando quieren ser heroicos lo son. Pero no piensen que el robo de materiales y de recursos es de hoy, o del período especial; el período especial lo agudizó, porque el período especial creó mucha desigualdad y el período especial hizo posible que determinada gente tuviera mucho dinero. Recuerdo, estábamos construyendo en Bejucal un centro de biotecnología importantísimo. Cerca de allí había un pequeño cementerio. Yo daba vueltas, un día fui por el cementerio, allí había un colosal mercado donde aquella fuerza constructiva, sus jefes, y con la participación de un gran número de constructores, tenía un mercado de venta de productos: cemento, cabilla, madera, pintura, todo cuanto se usa para construir.

Ustedes saben que siempre, y aún hoy, el problema de la construcción es muy serio. Tenemos recursos, a veces han faltado materiales, o vamos teniendo y surge la posibilidad de tener cada vez más recursos para construir; pero qué tragedia con los constructores, qué debilidades las de los jefes de brigadas, de los que deben dirigir.

Pero ello no es nuevo. En el tiempo de que les hablo, para producir una tonelada de hormigón se consumían 800 kilogramos de cemento, y una tonelada de un buen hormigón, de ese con que fundimos pisos, o columnas, antes de la época en que se fabricara El Morro y La Cabaña, que duran más que muchas de las cosas que hoy el mundo moderno construye; pero bien, el gasto debe ser de alrededor de 200 kilogramos. Vean cómo se despilfarraba, cómo se desviaban recursos, cómo se robaba.

En esta batalla contra vicios no habrá tregua con nadie, cada cosa se llamará por su nombre, y nosotros apelaremos al honor de cada sector. De algo estamos seguros: de que en cada ser humano hay una alta dosis de vergüenza. Cuando él se queda consigo mismo, no es un juez severo, a pesar de que, a mi juicio, el primer deber de un revolucionario es ser sumamente severo consigo mismo.

Se habla de crítica y autocrítica, sí, pero nuestras críticas suelen ser casi de un grupito, nunca acudimos a la crítica más amplia, nunca acudimos a la crítica en un teatro.

Si un funcionario de Salud Pública, por ejemplo, falseó un dato acerca de la existencia del mosquito Aedes Aegypti, lo llaman, lo critican. Yo conozco algunos que dicen: “Sí, me autocritico”, y se quedan tan tranquilos, ¡muertos de risa! Son felices. ¡Ah!, ¿te autocriticas? ¿Y todo el daño que hiciste y todos los millones que se perdieron como consecuencia de este descuido o de esta forma de actuar?

Crítica y autocrítica, es muy correcto, eso no existía; pero si vamos a dar la batalla hay que usar proyectiles de más calibre, hay que ir a la crítica y autocrítica en el aula, en el núcleo y después fuera del núcleo, después en el municipio y después en el país.

Utilicemos esa vergüenza que, sin duda, tienen los hombres, porque conozco a muchos hombres a los que llamamos sin vergüenza, y son justamente calificados de sin vergüenza, que cuando en un periódico local aparece la noticia de lo que hicieron, se llenan de vergüenza.

El ladrón engaña, o el que merece una crítica por su falta, engaña, es también mentiroso.

La Revolución tiene que usar esas armas, ¡y las va a usar si fuera necesario!; no debiera ser necesario. La Revolución va a establecer los controles que sean necesarios.

Había muchos que estaban encantados de la vida, como dice una canción: “¿Y tú cómo estás?” Eso se le podía preguntar a muchos de los que andaban con la manguerita echando gasolina en los almendrones, o recibiendo un dinerito del nuevo rico, que ni siquiera quería pagar la gasolina que consumía.

Vean ustedes si lo que digo es más o menos real y había un desorden general, no solo en eso, pero en eso, entre otras cosas, con pérdida de decenas de millones de dólares, pueden ser 80 —¡oiga, mire que 80 es un montón de montones de millones!—, pueden ser 160, pueden ser 200 millones. ¿Ustedes acaso saben lo que son 200 millones? Ustedes estudiaron aritmética. Pero ustedes han oído hablar de las universidades en el país, ¿verdad? ¿Sí o no? Ustedes son dirigentes de las universidades, y ya todos los estudiantes tienen sus derechos, de una forma o de otra, todas las categorías: estudiantes regulares diurnos, estudiantes nocturnos, estudiantes por esto y lo otro. ¿Y ustedes saben cuánto es el total hoy de estudiantes universitarios, de nivel superior? Si no lo saben lo podemos analizar, yo hasta aquí mismo llegué preguntando datos: a ver, díganme el exacto, 360 000. Sí, 360 000 como consecuencia de la universalización de la enseñanza superior.

Seguro que Vecino sabe. No se pone bravo Vecino si le pregunto estos números, si no los conoces bien no tengas pena por eso.

¿Cuántos estudiantes regulares diurnos tienen todos los centros de enseñanza superior del país, incluyendo los militares?

Si él no lo sabe alguien lo debe saber.

(Le dicen 230 000)

Enrique, ¿coincide con tus datos?

(Enrique le explica la composición de la cifra de estudiantes.)

Sí, 500 000, pero hay que seguir sumando.

Los de la universalización son esos, los regulares diurnos juntos, esas dos cifras, es lo que yo venía discutiendo, son 500 000.

Pero hay otras categorías ahí, yo lo tengo.

(Enrique aclara que se incluyen los profesores adjuntos, con lo que suman 75 000, unido a 25 000 profesores universitarios, que se acerca a la cifra de 100 000.)

Aquí dice que está subdividido: “141 000 estudiantes en el curso regular diurno”.

¿Estamos de acuerdo en eso?

“Ciento cuarenta y un mil estudiando en el curso para trabajadores.”

¿Son los mismos o no?, ¿o están incluidos en la de 360 000? Está incluido en los 360 000 del programa de universalización. ¿Es o no correcto?

(Enrique explica que es independiente, que está el curso regular diurno, el curso para trabajadores y la universalización).

¿Regular diurno, dices? (Le aclara que esa es la cifra que se estaba dando.)

Hay cursos para trabajadores que ya están en la universidad, cuando pasan a la universidad imagino que estén en el concepto de 360 000; 32 000 estudiando en la educación a distancia, ¿esos en qué categoría están? ¿En la de 360 000? No están en el regular diurno, no están en el curso para trabajadores, y son estudiantes. Viene existiendo esa enseñanza.

Bien, vamos a buscar la cifra más conservadora, que para los fines que yo necesito alcanza.

En la actualidad hay más de 500 000 estudiantes universitarios.

Mas información aquí: http: http://www.cubadebate.cu/especiales/2025/11/18/fidel-el-arte-de-la-palabra-discurso-del-17-de-noviembre-de-2005-video/

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