Las reglas de Rodo

Fotograma de la serie.

o hay tema ajeno al arte. Y los géneros están para concretar visiones de to­dos los temas. Sumémonos a la polémica: nos parece muy bien que Las reglas de Rodo (Cubavisión, domin­gos, después del Noticiero Estelar) cuente la historia de un personaje neurodi­vergente. Y que sea en tono de comedia no le resta tras­cendencia, profundidad ni sensibilidad al tratamiento.

Resulta útil mostrar en pantalla una gama amplia de la naturaleza huma­na. Al poner en el centro del relato a un personaje con síndrome de Asperger—parte del trastorno del espectro autista— la telese­rie que dirige Magda Gon­zález Grau contribuye a normalizar realidades que suelen estar lejos de cáma­ras y reflectores. La condi­ción autista no tendría que ser un asunto tabú, por más que algunos prefieran mi­rar a otro lado.

Las reglas de Rodo aborda la cuestión con res­ponsabilidad y respeto des­de una investigación evi­dente. González Grau ha dicho en distintos espacios que el equipo consultó con sicólogos y metodólogos, y se acercó a varias historias de vida. No se pretende que la serie emule con un trata­do científico. Lo que se bus­có (y se consiguió) fue una representación honesta, emotiva y verosímil, ajena a estereotipos.

A este producto televi­sivo sí deberíamos pedirle rigor dramatúrgico, vive­za en la narración, diseño efectivo de los personajes, solvencia en la puesta en pantalla… Las reglas de Rodo responde con sufi­ciencia a esas demandas. Los realizadores han apos­tado por una estructura narrativa compleja, que recrea en alguna medida la manera en que el prota­gonista percibe la realidad. Insistimos: es ficción, son los recursos del arte, no se trata de un acercamiento desde la ciencia.

Magda González Grau lidera un equipo muy fun­cional, que dota esta pro­puesta de una factura que debería marcar pautas (y consolidar estándares) en la producción nacional. Su trayectoria —ahí está la se­rie Calendario para demos­trarlo— la distingue en el panorama audiovisual cu­bano. Aquí ha sostenido un proceso creativo en el que la estética y la ética confluyen en un entramado ejemplar.

Todos los apartados de la puesta están a la altura de las demandas de la his­toria. Hay una sutil voca­ción estilística, que nunca es gratuita o excesiva. Es una diafanidad en la for­ma, una limpieza esencial en el armazón. La fotogra­fía, el uso de los colores, la banda sonora… instauran una atmósfera que no com­pite con el relato.

El guion de Amílcar Salatti ofrece una visión optimista, lo que no quiere decir que se evadan conflic­tos. Hay un énfasis cuida­doso en las rutinas, en las pequeñas y no tan pequeñas realizaciones del personaje central. Sin tremendismos ni aspiraciones megalóma­nas: se elige la sencillez en forma y concepto. Las re­glas de Rodo no busca es­candalizar ni impresionar con giros radicales: su fuer­za está en la cotidianidad, en las reglas que distin­guen el título: el mundo del protagonista. Esa aparente modestia narrativa es un acto de valentía.

Destaca el compromiso de todos los actores con sus personajes. Es evidente la cohesión del elenco. Ignacio Hernández encarna a Rodo en un ejercicio sobresaliente de caracterización. Es nota­ble el trabajo consciente so­bre el lenguaje corporal, la forma de mirar y hablar.

Conviene subrayar la manera en que se habla y en las manifestaciones del espectro autista. La termi­nología importa. La respon­sabilidad lingüística acom­paña el enfoque artístico y refuerza su valor social.

Todavía le queda tiem­po en pantalla: pudieran parecer apresuradas estas consideraciones. Pero ya es indudable que estamos ante un acierto, un paso significativo hacia una te­levisión cada vez más in­clusiva, empática y huma­nista. Arte para visibilizar, comprender y celebrar la diversidad.

(Tomado de Periódico Trabajadores)

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