“La empatía es la esencia de una enfermera”, dijo en cierta ocasión la distinguida doctora norteamericana Jean Watson, quien siempre defendió este sentimiento de identificación por su impacto en la recuperación y el bienestar de un paciente.

A esta teoría se apegó muy bien Ideliza Fernández Carbonel, enfermera que a pesar de sus más de seis décadas todavía resulta imprescindible en el hospital general docente Héroes del Baire, sobre todo en la sala de Neonatología, a la cual le ha dedicado 41 años de su existencia.
Con ese carisma, dulzura y sapiencia adquirida en el transcurso de su andar por el sector de la Salud Pública se le ve caminar por las salas de Neonatología y Maternidad del principal centro hospitalario del territorio, entregándose por completo a la delicada labor de cuidar a los más pequeños, aquellos que luchan por sus primeros alientos de vida.
A ella, junto a otros profesionales de esta rama, llegó el agasajo esta semana durante la jornada dedicada al Día Mundial de la Enfermería Neonatal, el cual se celebra cada 15 de septiembre con el propósito de visibilizar, fortalecer y reconocer el quehacer de quienes se encargan de cuidar a los recién nacidos.
Se veía feliz, su rostro no podía ocultarlo, entonces fui a su encuentro. Ya andaba de regreso en la sala alimentando a un bebé y orientando a la abuelita. Esperé a que terminara para comenzar con nuestra conversación, la cual fluyó sin contratiempos.
“Primero me hice enfermera. Aquí recibíamos posbásico para adquirir determinadas herramientas para la atención a los neonatos hasta que me especialicé en la rama de la Neonatología, donde llevo 41 años. Mi formación fue en Pinar del Río, allí aprendí de todo, es un hospital inmenso e integral.
“En esta provincia estuve un año, ahí recibimos todos los conocimientos acerca del nacimiento del bebé y su desarrollo para una mejor calidad de vida al entregarlo a sus padres.
“Durante estos más de 40 años la experiencia ha sido inmensa, gratificante y hermosa. Nosotras le damos la bienvenida a la vida. Sí, porque tras una mamita llevar a un bebé en su vientre nueve meses o menos nosotras junto al médico lo recibimos, protegemos y brindamos las primeras atenciones; lo valoramos y le damos seguimiento para que la familia lo lleve sano a su hogar”.
La plática es interrumpida, una doctora la necesita; todo queda resuelto y al retomar nuestra conversación enfatiza que en las enfermeras neonatólogas no pueden faltar el amor, el cariño y la dedicación “porque tratamos con personitas muy frágiles”.
Al preguntarle por algún caso que le haya marcado, no titubeó en responder:

“Imagínese, son innumerables los bebés que han pasado por mis manos, cuántos no me han impactado por su bajo peso, pequeños con solo 90 gramos a quienes les hemos salvado la vida y hoy en día los ves por la calle con los padres y te gritan: ‘Seño, seño, mire, ese fue el niño que usted salvó’.
“Cada vez que eso ocurre siento un orgullo enorme, imposible no emocionarse. En ocasiones pueden terminar con problemas neurológicos e ir para una escuela especial, pero están saludables, aprendiendo en sus escuelas, integrados a la sociedad, felices con sus amiguitos y familia.
“Otros llegan a ser técnicos, ingenieros, licenciados…; verlos convertidos en hombres y mujeres me inspira a desempeñarme mejor.
“Siempre recuerdo a un niño que vive en Patria, el reparto José Martí; estuvo casi dos meses reportado de grave en la sala de Neonatología del hospital, lo quitábamos del ventilador cuando pensábamos que ya había mejorado, de repente había que ponerlo de nuevo y así nos mantuvo a todo el equipo de enfermeras y médicos. Cuando aquello estaban como neonatólogos los doctores Diffur, Elizabeth y Zulema, todos llorábamos junto con los familiares.
“Fueron meses muy tensos, pero al final le salvamos la vida y logramos que su mamá saliera con él en los brazos. ¿Puede haber mayor satisfacción que devolverle la existencia a un bebé? Cada vez que lo veo me entra una alegría gigantesca y los padres siempre me saludan con mucho cariño. Entonces éramos pocos, pero ahora el relevo está bien fortalecido”.
Ideliza tampoco olvida la experiencia vivida durante casi cinco años y medio por África, brindando lo mejor de sí como enfermera neonatóloga en aquel continente casi olvidado.
“Con carencia de recursos y todo, muchas veces sin las más novedosas tecnologías, nosotros somos ricos, en especial por nuestra dedicación, entrega y compromiso con la profesión. No nos parecemos a nadie en el mundo, somos especiales.
“Lo vivido en Argelia fue muy triste, doloroso, pues si la familia no tenía dinero no podía comprar los medicamentos, entonces lo más seguro era que esa vida se te fuera de las manos, un pequeño que no podía ser salvado. Eso acá, incluso en medio de tantas limitaciones, no pasa porque para nosotros no hay nada más importante que un niño”.
Esta no fue su única misión internacionalista, “con anterioridad estuve en la República Bolivariana de Venezuela, pero no como enfermera neonatóloga sino como intensivista”.
Los recuerdos se le agolpan. En su andar aprendió que el conocimiento técnico debe ir acompañado de sensibilidad emocional; de ahí el respeto, la admiración y el cariño de sus compañeros de sala y el hospital; sin hablar del que experimentan las mamitas por quien se acogió a la jubilación, pero en segundos se reincorporó al extrañar ese llanto sinónimo de esperanza.
“Mientras la salud me lo permita aquí estaré acompañando a mis colegas, atendiendo a esos bebitos que tanto me reconfortan, orientando a las mamás a cómo cuidarlos mejor y formando a esa generación nueva que llega”.
La experimentada y carismática enfermera Ideliza todavía desanda por los servicios de Maternidad y Neonatología, donde descubrió que cada recién nacido es una historia que comienza, y ser guardiana de ese inicio le da sentido a su vida.