
Hace aproximadamente cuatro meses, el Delfinario de Cayo Guillermo, en Ciego de Ávila, celebró el nacimiento de un nuevo ejemplar. Originalmente, los entrenadores esperaban que fuera una hembra para llamarla Karina, en honor a una pequeña que desde hace cuatro años visita con frecuencia el lugar. Sin embargo, al ser macho, el nombre se adaptó a su género, y ahora Karin comparte las aguas de una de las piscinas del complejo junto a su progenitora.
Esta joven visitante, Karina, forma parte activa de las innovadoras terapias médicas con delfines que ofrece el centro –pionero en esta modalidad– dirigidas a pacientes desde la infancia hasta la edad adulta (entre 4 y 50 años) que presentan condiciones como trastornos del neurodesarrollo, TDAH o problemas de interacción social.
“Actualmente, desarrollamos esta iniciativa nacional en colaboración con Servicios Médicos Cubanos. Nuestra contribución específica dentro de este programa consiste en las intervenciones asistidas con delfines, dirigidas a menores y adultos con necesidades especiales.
“Hemos sido testigos de casos notables entre nuestros participantes, pequeños que, tras completar el tratamiento, han mostrado progresos que asombraron incluso a sus propios familiares”, explicó a Cubadebate, Annyx Sánchez Montes, jefa de instalación Delfinario Cayo Guillermo.
Nuestros cetáceos, agregó, debidamente capacitados mediante un riguroso adiestramiento, ejecutan con precisión esta modalidad terapéutica. “Su efectividad se fundamenta particularmente en el uso del sónar biológico, mecanismo mediante el cual transmiten impulsos neuronales beneficiosos a los pacientes con diversas condiciones”.
La historia de Karin, explicó Sánchez Montes, simboliza un emotivo tributo a una de nuestras pequeñas usuarias más constantes. “Esta niña, acompañada siempre por su madre, ha experimentado una transformación significativa desde que inició las sesiones hace más de cuatro años. Karina, quien inicialmente presentaba severas dificultades de comunicación, ha alcanzado avances extraordinarios que llenan de esperanza a su familia”.
¿Qué es la terapia con delfines?

Estas intervenciones terapéuticas requieren siempre supervisión especializada y complementan –sin reemplazar– los abordajes farmacológicos convencionales. Su objetivo principal es potenciar el bienestar de los participantes, aprovechando tanto las propiedades terapéuticas del entorno acuático como la interacción sinérgica con los delfines.
La selección de estos cetáceos como co-terapeutas responde a fundamentos científicos.
Su naturaleza inquisitiva y su sistema de ecolocalización –mediante el cual emiten ondas sonoras para comunicarse y navegar– les permite detectar objetos y orientarse en su medio.
Investigaciones demuestran que estas emisiones acústicas ejercen efectos beneficiosos en el organismo humano, similares a los obtenidos con ultrasonidos médicos. Dichas ondas pueden estimular funciones fisiológicas clave como la actividad metabólica y el flujo sanguíneo, contribuyendo así a la mejoría clínica.
¿Cómo funciona?

“En nuestro centro hemos desarrollado una metodología innovadora que utiliza la emisión sonora de los delfines en zonas estratégicas del cuerpo, particularmente en la columna vertebral y áreas afectadas según las indicaciones médicas. Este enfoque pionero ha demostrado progresivos avances en numerosos casos pediátricos”, explicó Yandy Hernández Vázquez, uno de los entrenadores del delfinario.
El tratamiento se diseña en coordinación con el equipo médico, estableciendo objetivos terapéuticos específicos para cada paciente con el fin de mejorar su calidad de vida.
“El proceso es gradual: inicialmente presentamos los delfines al niño –a menudo su primer contacto con estos animales– permitiéndoles observarlos y establecer contacto físico desde la plataforma, mientras evaluamos sus reacciones”.
A través de sesiones supervisadas, los participantes ingresan paulatinamente al agua acompañados siempre por un especialista. “Nuestros entrenadores median la interacción, guiando tanto al delfín como al niño para fomentar un vínculo de confianza mutua. Las actividades comienzan con ejercicios sencillos –como caricias o gestos afectivos– que permiten al menor familiarizarse con la textura de la piel del animal y percibir su ecolocalización a distancia”.
Posteriormente, les aplican las emisiones sónicas en áreas cerebrales específicas. La experiencia resulta tan relajante que incluso beneficia a personas sin condiciones médicas.
“El logro máximo del programa se alcanza cuando el paciente puede interactuar autónomamente en el medio acuático”, añadió Hernández Vázquez.
¿Cómo funciona? Se trata de ondas de entre 8 y 13 megaherzios que producen un efecto relajante en el cerebro y que este es capaz de producir por sí mismo una vez las recibe del delfín. Las ondas estimulan el hipotálamo y producen endorfinas que activan la pituitaria. Así el cerebro se relaja, se regula la presión arterial y se reduce el nivel de azúcar en sangre además de reducirse también las sensaciones de estrés o de ansiedad.
La terapia con delfines es útil por tanto también para aumentar la capacidad de aprender, de memorizar, de elevar la concentración y la percepción del entorno. Mejora la energía vital y elimina la ansiedad y el estrés. Actúa sobre la motricidad y el plano cognitivo y por tanto es ideal para personas que sufren trastornos motores o psicocognitivos.
Detrás de cada sesión terapéutica late un vínculo único, paciencia y dedicación por los entrenadores, quienes no solo guían técnicamente las interacciones, sino que cultivan una relación afectiva entre los delfines y sus pequeños pacientes. Conocen a profundidad tanto las necesidades de los niños como las particularidades de cada cetáceo, adaptando cada gesto, cada ejercicio y cada emisión sónica a las respuestas individuales.
Es esta conexión emocional, este lenguaje compartido de confianza y estímulo, lo que transforma el protocolo científico en una experiencia sanadora. Los entrenadores no solo enseñan a los delfines; aprenden de ellos, interpretan sus señales y, sobre todo, transmiten ese aprendizaje en forma de seguridad para los pacientes.
Cada avance –ese primer contacto, una risa espontánea o un gesto de comunicación– es fruto de un triángulo donde el amor por estos animales y la vocación por ayudar se funden en un mismo propósito: devolver la luz, y la sonrisa, a quienes más lo necesitan.



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