
Hay trabajos que no esperan aplausos, pero sí exigen respeto. Hoy, mientras Nueva Gerona amanecía, un puñado de hombres y mujeres —con guantes gastados y sudor en la frente— de la Empresa Municipal de Servicios Comunales cargaban, pala en mano, los restos de nuestra indiferencia. Cuarenta y ocho metros cúbicos de basura recogidos en un solo día. Imaginen la montaña de desprecio que eso representa.


En calle 20, en el reparto 26 de Julio, detrás de la parada del reparto Juan Delio Chacón… los puntos se repiten como heridas mal cerradas. Clara Bolaños Rodríguez, técnica de Higiene de Servicios Comunales, habla de “una ciudad más limpia”, pero sus palabras chocan contra un muro de indolencia. Porque lo que ellos juntan con horas de riesgo —entre vidrios rotos, jeringas olvidadas y podredumbre— algunos lo vuelven a tirar antes de que se sequen las aceras.
¿Qué nos pasa?, ¿Y nuestra salud?, ¿Tan poca cosa es nuestra Isla para nosotros? No es solo suciedad. Es el dengue que espera en un envase olvidado, es el niño que juega donde alguien arrojó latas cortantes, es el olor que después nos quita el sueño. Es el operario que, sin máscara digna, respira el veneno que otros generamos.
Limpiar no es solo un acto, es un pacto. Cada bolsa que tiramos donde no debe es una bofetada al esfuerzo de esos seis seres humanos que hoy, mañana y pasado, seguirán limpiando lo que pudo evitarse. La Empresa puede recoger, pero solo el pueblo puede cuidar.
Quizás sea hora de preguntarnos, frente al espejo: “¿La Isla que sueño es la Isla que ensucio?”. La respuesta, como la basura que no desaparece por arte de magia, está en nuestras manos.
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