En el corazón de cualquier barrio cubano, desde el Malecón habanero hasta las veredas de la Sierra Maestra laten códigos no escritos. Es el lenguaje de “lo que se hace” y “lo que no se hace”, una fuerza invisible que moldea nuestras decisiones mucho antes de que pensemos en abrir el Código Penal. ¿Se resuelve una disputa vecinal con una conversación franca y un café, o se acude a la estación de policía? ¿Se ofrece testimonio sobre un altercado o se impone el “no te metas”?
Estas no son meras elecciones personales, son el reflejo de normas sociales arraigadas, esas brújulas internas que, como sicólogos jurídicos, sabemos que a menudo guían nuestros pasos con más firmeza que la propia ley.
El célebre sicólogo Robert Cialdini, en su obra Influence: Science and Practice, nos enseñó que seguir a la multitud es un poderoso atajo mental.
En una sociedad como la cubana, donde los lazos comunitarios y familiares suelen ser estrechos y la confianza en el vecino puede ser un pilar fundamental, adherirse a lo que el grupo considera aceptable –las llamadas normas prescriptivas– no es solo comodidad, es supervivencia social. Observar que “aquí nadie denuncia esas cosas” puede ser una señal más potente que el deber cívico de reportar, un eco del temor al aislamiento o a ser etiquetado como “conflictivo”.
Esta tendencia a la conformidad fue brillantemente expuesta por Solomon Asch en sus experimentos de los años ’50. Demostró cómo un individuo puede llegar a negar la evidencia de sus propios ojos para no contradecir a la mayoría.
Imaginemos esto trasladado a una sala de declaraciones en Cuba: la presión implícita de lo que “todos saben” o “todos esperan” puede teñir el recuerdo de un testigo o, incluso, silenciar a quien posee una pieza clave de información, por temor a desviarse de la narrativa colectiva. ¿Cuántas verdades quedan sin decir, no por malicia, sino por el peso de esa conformidad?
Desde la Sicología Jurídica no se trata de demonizar estas normas. Son, en muchos casos, el aceite que suaviza las fricciones de la convivencia. El problema surge cuando este “derecho consuetudinario popular” choca con los principios de justicia o equidad, o cuando el silencio se convierte en cómplice.
Aquí es donde técnicas como la Entrevista Cognitiva desarrollada por Ronald Fisher y Edward Geiselman, ofrecen un faro. Al crear un ambiente de confianza y utilizar métodos que facilitan el recuerdo detallado, se puede ayudar a los testigos a sortear la bruma de las expectativas sociales y acceder a una versión más pura de sus vivencias.
Pensemos en los casos de violencia intrafamiliar o disputas comunitarias que se resuelven “de puertas para adentro”. Si bien la intención puede ser preservar la armonía o evitar el estigma, este silencio a menudo perpetúa el problema y deja a las víctimas sin protección.
Informes regionales, como el de Cepal y UNFPA sobre la violencia de género en América Latina, aunque no se centren exclusivamente en Cuba, alertan sobre cómo las normas sociales pueden ser una barrera formidable para la denuncia, un patrón que resuena con las observaciones de muchos profesionales en nuestro contexto.
Donald Black, en su influyente The Behavior of Law argumentó que la ley se aplica de manera diferente según el estatus social de los involucrados y las expectativas de la comunidad. En Cuba, esto podría traducirse en cómo la percepción de “gente de bien” o “problemáticos” influye en la credibilidad otorgada a una denuncia o un testimonio, un sesgo que opera a menudo de forma inconsciente.
Entonces, ¿cómo navegamos estas aguas? No se trata de imponer una visión legalista que ignore la riqueza del tejido social cubano. Se trata de fomentar una conciencia crítica. Desde la Sicología Jurídica, podemos:
- Dialogar sobre estas normas: Crear espacios, quizás en las propias comunidades o a través de medios de comunicación, donde se pueda hablar abiertamente de estas reglas no escritas y su impacto, sin juicios, pero con honestidad.
- Capacitar a los operadores de justicia: Jueces, fiscales, abogados y policías necesitan comprender cómo estas dinámicas influyen en los casos que manejan, para poder mitigar sesgos y tomar decisiones más informadas.
- Empoderar al ciudadano: Fomentar la idea de que cooperar con la justicia, cuando es necesario, no es traicionar a la comunidad, sino protegerla. Que el verdadero valor comunitario reside en la búsqueda de la verdad y la equidad.
Las normas invisibles de Cuba son una parte intrínseca de nuestra identidad. El desafío no es erradicarlas sino comprenderlas, iluminar sus rincones oscuros y potenciar su capacidad para construir una sociedad donde la justicia no sea solo un ideal legal sino una vivencia cotidiana.
Es hora de escuchar el susurro de la calle, no para obedecerlo ciegamente sino para dialogar con él y, juntos, escribir nuevas normas que nos fortalezcan a todos.
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