
En la actualidad, desafiando las distancias, se llega hasta el parque para la compra de artículos y productos. Se apunta a un local por todos conocidos Kilómetro Cero, un negocio que es de preferencia de muchos por su variada oferta, adonde acuden personas de los poblados más lejanos. Pero, no se detienen a indagar sobre su nombre y surgimiento, porque fue precisamente en la década del ’30 del siglo XX que la ciudad de Nueva Gerona vivió uno de los momentos de alegría para los pineros. El nacimiento del Punto Cero en Isla de la Pinos era la ruta hacia el nuevo horizonte, como la rosa náutica que fija los puntos cardinales al navegante sin rumbo. Localidades como Santa Bárbara, Santa Fe, San Pedro o el cementerio de la ciudad, contarían con la posibilidad de añadir kilómetros a cada paso recorrido desde o hacia la cabecera de la ínsula.
El rescate de la memoria histórica de nuestro pueblo se vestía de fiesta. Entre protocolos y anécdotas se colocaría la tarja elaborada en el Combinado del Mármol que fijaría el lugar donde muchos pineros de “pura cepa” garantizaban que fuera ubicado el kilómetro Cero para marcar las distancias desde Nueva Gerona hacia otros poblados. En el hoy Museo Municipal, situado en calle 30 entre 37 y calle José Martí, es el lugar donde se encuentra el punto cero del territorio. Ninguno se detiene a cuestionar si fueron metros hacia allá o hacia acá, pero sí hay coincidencia de muchos, en que donde estuvo la casa de Gobierno, transformada en el Ayuntamiento Municipal de los representantes de la colonia española en nuestra Isla, se ubicara el punto que enrumbaría a caminantes de otros lares, en busca de tierra fértil donde sembrar sus sueños.
El entorno donde por aquella época se ubicó el Kilómetro Cero ha sufrido grandes transformaciones. No bastan fotos, testimonios u opiniones diversas para imaginar a quienes acudieron aquel agitado día con la expectativa de tal acontecimiento histórico de los primeros años del siglo XX. De seguro, paralelamente muchos rememorarían en sus mentes todo cuanto habían leído en los libros de texto de la escuela, folletos, revistas o prensa de su época, imaginándose a Martí durante el pase de lista en medio de la plaza. Llegaba siempre, con su mente en el látigo, el odio del presidio colonial y la piel adolorida, donde los deportados respondían con fuerza ante los representantes de la metrópolis que subyugaban al país. O ya más cercano a nuestros tiempos cuando el comandante Jesús Montané y Armando Hart irrumpían con golpes de triunfo en la antigua edificación para cumplir la promesa de la naciente Revolución de convertir los cuarteles en escuela.
Al amenizar con la banda musical, los reclusos del presidio recibían con alegría sus retretas, festejando la creación de la carretera de Santa Fe en el año 1944, o la del resto de las carreteras a partir de 1956, quizá homenajeando a aquel pinero nombrado Eugenio Gómez Pagés quien con solo un piano inició dichos memorables en la glorieta del parque, llena de asimétricos y fríos descansos marmóreos, donde enamorados sin fin, acalorados por la pasión y el amor disfrutaban de sus melodías, mientras militares, colonos y gobernantes de turno se consideraban superiores a los que allí se reunían. Figuras como Gollo Hernández, Rojas o el propio comandante Capote del presidio modelo.
Sin dudas, el nacimiento del kilómetro cero en la Isla de la Juventud ha representado más que un hecho, un punto de partida de las grandes obras que la Revolución inició y no se ha detenido durante más de 65 años. Los miles de kilómetros de carreteras, son precisamente un ejemplo de la voluntad política del Estado por facilitar la comunicación entre todos los poblados y asentamientos con la ciudad cabecera.
Dignificar con justeza a aquellos que emprendieron una iniciativa que obliga a la búsqueda del principio, donde todo comienza y que precisa de un repaso por la historia a través de las distancias que estamos dispuestos a recorrer cada día.
(*) Colaborador
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