Desde antes de llegar a la Casa Blanca, Donald Trump planea emprender un nuevo “reparto del mundo”, una especie de nueva colonización, ahora sin las metrópolis europeas que antaño saquearon continentes enteros, sino bajo la voracidad estadounidense y con tal arrogancia que ignora los cambios, estatus y conquistas de los pueblos por su soberanía.

La ceguera del republicano elegido para un nuevo mandato llega al extremo de pretender reconstruir el mundo con sus apetencias sobre Groenlandia, Canadá, el canal de Panamá –cuyo control Estados Unidos cedió a esa nación en el pasado siglo– y el golfo de México.
Con desfachatez que contrasta con la ética de un político declaró que Dinamarca debería renunciar a Groenlandia en favor de EE. UU. para garantizar la protección del “mundo libre”, para la seguridad nacional.
En medio de muchas incertidumbres revive la vieja doctrina Monroe (“América para los americanos”) con sus afanes expansionistas y “crear una nueva geografía política trumpiana”, denuncian en Rusia.
No oculta el multimillonario que asumirá la presidencia este mes ni sus pretensiones de usar la fuerza económica para convertir a Canadá en el Estado 51 del país y la militar para otros casos.
No faltan las amenazas financieras, como la de “imponer aranceles más severos si el país azteca no acepta”, contra el que igualmente esgrimió no solo una despreciable aspiración, sino también el dislate hegemónico de: “Voy a anunciar en los próximos días que vamos a cambiar el nombre del golfo de México por el de golfo de América. “¡Qué nombre tan bonito! Es apropiado”, llegó a afirmar en tono irónico Trump para mayor burla.
Los pronunciamientos son contrarios a la Carta de las Naciones Unidas, a la Historia y las luchas, retornan al lenguaje de emperador en medio del declive de EE. UU. como potencia mundial y desprecia la integridad de pueblos y gobiernos de esas naciones, desde donde ya han levantado voces contra las amenazas.
Puede parecer el capricho de un inversor multimillonario, pero es el retorno a uno de los principios de la geopolítica de Estados Unidos durante gran parte de su corta historia: la expansión territorial en el continente como su área de influencia.
Asusta y alerta sobremanera la pretensión de hacer retroceder la integración del mundo y alentar fórmulas colonialistas de apropiarse de territorios ajenos y pisotear gobiernos e identidades.
El presidente panameño, José Raúl Mulino, rechazó los improperios: “La soberanía e independencia del país no son negociables”.
Es cada vez más repudiado el intervencionismo estadounidense, que dejó en los barrios más pobres de Panamá los muertos de la agresión allí hace pocas décadas sin que lo olviden los latinoamericanos; y en México, donde en 1845 el presidente estadounidense James K. Polk anexó Texas y al año siguiente, luego de justificar una guerra con la nación azteca, le arrebató la soberanía sobre California y el suroeste americano.
Amparados por la referida Doctrina se lanzaron a esas aventuras, y la esgrimieron nuevamente en la década de 1890 para intervenir en Cuba, frustrar el triunfo de la Revolución reiniciada por José Martí y aplicar el primer ensayo de dominación neocolonial en el mundo hasta que el triunfo de enero de 1959 liderado por Fidel liberó para siempre a los cubanos de las ataduras imperiales.
Mas, no cesan las agresiones contra Cuba desde el vecino norteño durante estos 67 años, ni las acciones contra las naciones del sur en la medida en que se hacen más independientes.
Así llega 2025 con guerras, genocidios, tráfico de armas, terrorismo, desestabilización y amenazas…, financiadas por gobiernos estadounidenses, los cuales, lejos de detener su asfixia contra los cubanos y la carnicería que ampara en territorio palestino agrava el abuso sin importar que sean del Partido Demócrata o Republicano.
Qué decir entonces del nuevo “reparto del mundo” que planea Trump: ¿solo nueva colonización? ¿Trumpadas desesperadas en la agonía?
Habrá más preguntas que respuestas en el retorno de un “emperador” que sigue siendo tan impredecible como arrogante y obliga al mundo a ponerle cara. El reto es mayor en el ocaso, pues como afirma Kurt Hackbarth en la red social X: “… estamos presenciando la última etapa del imperio estadounidense, deshecho… por su avaricia, megalomanía y estupidez”.
(*) Colaborador