A veces añoro esos tiempos, cuando vestía de azul y buscaba a mis profesores para aclarar dudas. Recuerdo sus esfuerzos por guiarnos por el camino correcto. Entonces me agobiaban tantas exigencias, pero hoy reconozco su utilidad y quisiera expresar mi gratitud escribiendo de quienes me prepararon para el futuro.
Juana Margarita Fernández Castaño y Juan Puga Cepero son dos de esos educadores, una pareja con 37 años de casados y 13 unidos en el trabajo educacional. Ella es Licenciada de Español Literatura y él, de Educación Laboral, además director de la Secundaria Básica Rodolfo Carballosa Gutiérrez, proveniente del anterior Centro Mixto, con el mismo nombre, en el poblado La Demajagua.
Ambos nacieron en La Habana, en los municipios de Marianao y Cerro, respectivamente. Vinieron para la Isla en diferentes años, sin embargo, es aquí donde terminan unidos en el amor y la profesión.
“Llego a la Isla de la Juventud cuando empiezan las escuelas en el campo para estudiantes habaneros. Cursaba el séptimo grado en la Secundaria Básica Wílliam Soler, en Centro Habana, cuando recibí la noticia. Una vez autorizada por mi mamá, me bequé en 1972, en la Escuela Secundaria Básica en el Campo (Esbec), Vietnam Heroico”, dice ella.
Juana Margarita decide ser profesora al llamado de Fidel en el congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), para integrar el destacamento pedagógico Manuel Ascunce Domenech. “Vine en el cuarto contingente. Aparte de sentirme comprometida con la Revolución, me gustaban las asignaturas de Español Literatura, Inglés y Geografía, por eso escogí la primera e integré el destacamento pedagógico en 1976.
“Mis primeros estudios los realicé en la Universidad Pedagógica Carlos Manuel de Céspedes, en La Demajagua, donde me gradué en 1981. Mi primer año de servicio social fue en la Escuela de Arte, y después busqué otras experiencias de crecimiento profesional”.
La mayor parte de su vida ha trabajado en el pedagógico y en el nivel medio superior”.
Su esposo Puga, como muchos lo conocen en la comunidad, vino en dos ocasiones para la Isla. “La primera vez fue en 1968 a 1970, como parte de las Columnas Juveniles Agropecuarias. Después regresé a La Habana para estudiar Maquinista Naval y trabajé un tiempo en la flota. Posteriormente me casé, cumplí misión en Etiopía hasta 1980 y tres años después comencé a trabajar en una Empresa, donde se confeccionaban medios de enseñanza. Luego vuelvo a la Isla de la Juventud, conozco a Juanita y en noviembre de 1984 inicié con ella una relación enriquecedora y con cambios positivos a mi vida.
“Al tener a mi lado a una profesora, fue surgiendo en mí la inquietud de ser educador igual que ella, matriculo ese año en el Pedagógico en la asignatura de Educación Laboral, de lo cual no me arrepiento”.
Ellos han merecido varios reconocimientos. Ambos ostentan la Distinción por la Educación Cubana, la Rafael María de Mendive, la de Internacionalista, por misiones en Zimbabue, Angola y Etiopía.
Ella con 62 años y él con 65 viven satisfechos de aprovecharlos al máximo. Esta pareja de educadores asegura tener muchas cosas en común. Confiesan que en sus tiempos libres visitan a la familia, van a teatros, cines, museos, ven juntos películas, comparten lecturas y en lo profesional los proyectos educacionales asignados.
“A partir del 2008, después del paso del huracán Gustav –confiesa ella– comenzamos a trabajar juntos, debido a una reorientación y desde entonces nos complementamos el uno con el otro. Yo soy más recta y él más flexible, nos ayudamos y hasta las contradicciones las aprovechamos como generadoras de desarrollo”.
Por otro lado, su compañero afirma: “Trabajar unidos nos permite conocer a fondo la labor realizada por cada uno. Tenerla a ella como asesora y contar con su apoyo incondicional, me ha permitido realizar un trabajo de dirección más exitoso”.
Durante el aislamiento por la covid, Juana y Juan han sentido un enorme vacío en su escuela. Para ellos, los niños son el alma de una institución estudiantil y razón de ser del maestro.
“Me siento satisfecha con mi trabajo, todavía algunos alumnos me llaman para aclarar dudas y eso me llena de satisfacción”, confiesa Fernández Castaño y agrega Puga: “Uno no trabaja para ser un paradigma, pero si la comunidad tiene ese criterio, es mayor el compromiso por continuar aportando en función de ella y de los demás”.
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