En mermelada, como me la brindara uno de sus cultivadores en La Fe –René Domínguez Diéguez– me supo a compota de ciruelas. Pero no es su única opción.
Con esta herbácea anual, parecida al quimbombó, se prepara también un té o refresco de sabor agradable, ligeramente ácido, rico en proteínas, hierro, pectina, carotenos, tiamina, niacina, fósforo y riboflavina; con elevado contenido de ácidos orgánicos: cítrico, ascórbico, málico y tartárico.
Este arsenal curativo le permite buenos resultados frente al colesterol alto, las crisis hepáticas o la hipertensión. A su vez, disminuye la viscosidad de la sangre, baja las fiebres y estimula la actividad intestinal. Tiene, además, propiedades antiespasmódicas, antibacterianas, antiparasitarias y algo laxantes. Resulta también de gran ayuda por sus propiedades diuréticas, pues ayuda a eliminar el exceso de líquido en el cuerpo por lo cual es muy útil en las dietas para la reducción de peso.
En la cocina internacional, la Flor de Jamaica se aprovecha para la confección de salsas, siropes, membrillo, casquitos, jarabes y mermeladas. Las hojas tiernas, como verduras, cocinadas o crudas, se usan en ensaladas o como extensores en los cárnicos.
Su fruto es una flor carnosa, de rojo intenso, alrededor de una nuez que contiene de 35 a 40 semillas, todas útiles para su propagación de la planta.
Deben sembrarse con los primeros aguaceros de la primavera y germinan a los cuatro o cinco días. Según maduran las flores, a partir de noviembre, pueden hacerse cinco o seis cortes escalonados, los cuales deben realizarse con tijera o instrumento cortante, pues sus tallos son duros y arrancarlos dañarían al vegetal.
Esta herbácea tan colmada de bondades no requiere de riegos frecuentes ni abundantes y en terrenos medianamente fértiles, aun sin abono, prodiga altos rendimientos.