Por Gretter Alvarez Céspedes (*
Los domingos y las noches siempre han sido combinados en agradables eventos, pero las excepciones, a veces, suelen ser dolorosamente terribles y empeñadas en aplastar la regla.
Así quizás como espejo de su última ironía, la muerte nos arrebató el sueño y con él se nos fue un amigo, un hermano, un padre… Más que profesor, verdadero padre fue Rafael Alejandro Acanda Abascal para sus alumnos del instituto preuniversitario Celia Sánchez Manduley, en Nueva Gerona.
Los que los sabíamos alegre y jovial pudimos hasta imaginarlo a nuestro lado empujando su propio carro fúnebre como última lección de que la vida es solo un paso a la inmortalidad esa de la que nos hablaba cuando su voz se hacía historia y su cubanía agradecida emanaba en las anécdotas como si a la vida de nuestros próceres le crecieran alas en cada frase.
Martí, su ídolo mayor; Fidel su estandarte de lucha, su guía, su padre más grande y ambos su más certera herramienta de enseñanza. Y yo…¿Qué podía ser ante tanta elocuencia y entrega?… Admirarlo y aprender…
El tiempo es cruel, pues está compuesto de momentos continuos que nunca retroceden y si por un segundo pudiera volver atrás, solo unas semanas atrás, le diría: –Profe gracias, le agradezco tanto amor y le prometo que en algún rincón de mi memoria, en alguna esquina de mi corazón lo llevaré presente y recordaré cuánto me ayudó a despejar el camino de la ignorancia y ser mejor ser humano.
Lo perdimos físicamente en abril último, pero parece que hace apenas horas, por eso siento más su ausencia este domingo dedicado a la consagración paterna, que él encarnó de forma llana y natural.
Este día es también para evocar a quienes han dejado su huella inolvidable en muchos hijos que, sin ser de sangre, como califican algunos, siguen haciendo camino con la luz de quienes en cada consejo y enseñanza confiaron en su prole, continuadores de veras comprometidos con esa siembra imprescindible de amor y futuro.
(*) Colaboradora
Acanda era una gran persona, muy lindo tu artículo.