Tragalotodo

En carretas y balsas sobre el río Las Casas se trasladaban las producciones del tejar. Foto: Archivo

Dos años antes de que se cortara el primer árbol en la planicie de lo que sería Nueva Gerona, don Clemente Delgado y España -el fundador- informó a la autoridad superior, “… Don Juan Costa, hacendado de aquella isla, me escribió desde su finca…” O sea, que nuestro personaje estaba ya afianzado aquí cuando no había comenzado el intento civilizador de don Clemente.

Era, por tanto, uno de los pineros habituados a convivir con los piratas en una isla donde nadie les protegía contra sus etílicos desmanes.

Muchos años después, cuando aquellos piratas a la antigua usanza eran solo un recuerdo, en 1901, apareció un facineroso de nuevo tipo: Samuel H. Pearcy, representante de The Isle of Pines Company, la primera en constituirse para la compra y reventa de la tierra pinera. Y adquirió media Isla en su banda más fértil. Obtuvo toda la posesión de Juan Costa quien legara a sus herederos ¡1600 caballerías!… con su centro en la hacienda ganadera Santa Bárbara de Las Nuevas; pagó por ellas, y sus reses, 120 000 pesos, oro americano.

Entonces, los descendientes de Juan levantaron, por la misma zona, el hotel Costa: de tablas y dos pisos, con caballeriza anexa y una flamante bandera norteamericana. Se actualizaban.

Lo de cazar oportunidades de negocios les venía de atrás. Don Juan Costa compró el vapor Cubano en 1855, que cinco años antes iniciara la primera ruta regular Batabanó-Nueva Gerona, y fundó la Empresa de Vapores Costa. Al año siguiente, trajo el vapor Nuevo Cubano, fusionó enseguida su entidad con la naciente Sociedad Anónima de Fomento Pinero y se adueñó de los pasajeros in crescendo que venían a curase en las aguas medicinales de Santa Rita.

De aquel desmedido tragalotodo quedan apenas tres rastros materiales indudables, y todos hacia el reparto Sierra Caballos.

Un muro que por fin revela su identidad. Foto: Wiltse Javier Peña Hijuelos

Un muro, a la altura de la cintura, que corre a un costado del palmar sembrado por reclusos de Presidio Modelo, circundaba un tejar que perteneció a Juan Costa.

Las partes bajas del reparto, que se inundan con frecuencia, son el segundo exponente; de allí sus esclavos, negros, chinos y deportados políticos, excavaron el material que se utilizaba para fabricar ladrillos, tejas, losas de piso, y cuanto fuera posible a partir del barro.

Y por último, las ruinas del ingenio azucarero La Esperanza, fundado por don Alejo Salas y España en 1867, inmediato a Playa Bibijagua. Los ladrillos conservados como parte de su tren jamaiquino, que cocinaba el guarapo, salieron de ese tejar y llevan marca de fábrica.

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