Su sonrisa eterna es pueblo

Recuerdo que cuando era pequeña al llegar la fecha del 28 de octubre siempre ponía a correr a mi mamá en busca de flores para agasajar a Camilo, pues nadie quería ser el único del aula que no cumpliera. Poco escuché del Señor de la Vanguardia más que siempre se hacía acompañar de una amplia sonrisa y que jamás titubeó ante ninguna misión encomendada, lo que le ganó el respeto y admiración de sus hombres y de todo el pueblo; eso al menos hasta que con los años la curiosidad se impuso y aprendí del ser humano más allá de la leyenda.
El que con el paso del tiempo se convertiría en el Hombre del Sombrero Alón fue un niño humilde, un joven intrépido, jaranero, deportista, pero revolucionario ante todo. Nadie puede pensar que su vocación de patriota surgió de la noche a la mañana.
Tras los sucesos del ’52, ocurrente como solo él fue, se apareció en su casa con un perrito al que llamó Fulgencio (en alusión al tirano Batista) y con 21 años tuvo que vivir en las entrañas del monstruo, al igual que en su día hizo el Apóstol, y ello sirvió para reafirmar su ideal libertario.
En 1955 es detenido por su activa participación en las luchas estudiantiles y la represión lo llevó de nuevo al exilio, donde fue uno de los últimos en enrolarse en la expedición del yate Granma.
El desembarco no se logró según lo planeado y a pesar del difícil combate de Alegría de Pío y la pérdida de casi toda la tropa, Camilo imprimió más fuerte en sí la decisión de ser fiel a la causa de la independencia. Se destacó en el cumplimiento de tareas bajo el mando de Fidel, el Che y Almeida hasta su ascenso a Comandante del Ejército Rebelde en 1958. Sin poseer preparación militar mostró sus dotes de estratega y al frente de la columna Antonio Maceo recorrió el camino trazado por el Titán de Bronce y llevó la guerra a Occidente.
Camilo Cienfuegos fue el amigo, el guerrillero, el hombre que tenía la fidelidad como religión y el que conquistó el corazón de un pueblo.
En el último discurso que pronunció, días antes de su muerte y cual premonición, recordó los versos de Bonifacio Byrne: “Si deshecha en menudos pedazos/ llega a ser mi bandera algún día…/ ¡nuestros muertos alzando los brazos/ la sabrán defender todavía!…”.
Luego partió de esta vida y tras de sí dejó el mensaje de su fe en la Revolución y en los hombres que la protegerían. Millones de lágrimas formaron un mar más profundo que el que lo engulló.
A 60 años de su desaparición física ya no puedo decir que su figura me resulta lejana. Está presente en cada joven que se gradúa con orgullo de las escuelas militares con su nombre, en los líderes de organizaciones que llevan la responsabilidad y la afabilidad de la mano, en cada sonrisa de cubanos libres y soberanos.
Es necesario enseñarles, a las nuevas generaciones, a conocer la historia no a través de figuras impolutas, sino de los hombres que la construyeron, de quienes hoy somos continuidad.
Camilo no es un mito, no es ese enigma que algunos quisieran crear con teorías conspirativas. Camilo es ejemplo eterno, es pueblo.

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Yenisé Pérez Ramírez
Yenisé Pérez Ramírez

Licenciada en Periodismo en la Universidad de La Habana

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