Si tantos dueños ajenos regresaran

Tomada de Internet

Hay una caricatura de principios del siglo anterior, publicada en el periódico La Política Cómica, que quisiera compartirles. Liborio, que simboliza desde antes al pueblo cubano, está parado en medio del camino real y en ambos lados solo ve compañías norteamericanas. El pie de foto lamenta: “Caramba, para estar en el extranjero no hace falta salir de Cuba”.

Relaciono solo algunas de aquellas compañías, aunque son más del triple las que publicara el The New York Times, pidiendo al Senado norteamericano la ratificación del Tratado Hay-Quesada que devolvió finalmente a Cuba la soberanía de Isla de Pinos: West India Sugar Finance Corp., Cuba Sugar Club, Cuba Railroad Co., Cuban Telephone Co., Sugar Co., Sinclair Cuba Oil Co., Cuba Cane Sugar Corp., American Steel Co. of Cuba, Cuban American Sugar Co., Hershey Corporation, Punta Alegre Sugar Co., Atkins Company Ltd… Hasta el multimillonarísimo Jack Pierpont Morgan, el hombre garantía de todas las grandes finanzas mundiales, entró en aquella jugada de “apoyo”.

Lo hicieron no por beneficiar a los pineros, ya tenían a Cuba en sus manos, allí estaban sus grandes negocios, no aquí; y les convenía se mantuviera la mayor tranquilidad para continuar ampliándolos, no una menudencia como entonces el territorio pinero.

Luego entró en juego un magnate con intereses muy distintos: Arthur Vining Davies, El Rey del Aluminio, quien compró sobre los 280 000 acres de tierra pinera en 1953 y pagó por ellas 2,6 millones de dólares. Todo Gerona Beach, y desde calle 41 hacia Sierra de Casas era suyo, más todo el sur de la Isla y la parte donde ahora está el hotel Colony. ¿Casi nada, verdad?

“La Isla era un desierto –escribió– que esperaba llenar de vida en poco tiempo”.

Tenía una vasta experiencia en el desarrollo de resorts y hoteles, con varios de ambos tipos en La Florida y una aerolínea particular, pero en 1956, a los 89 años, sufrió un ataque al corazón. Sus herederos reclamaron a la Revolución un pago por 4,2 millones de dólares, y como no lo obtuvieron se han dedicado, hasta ahora, a boicotear cualquier intento de desarrollo en “las tierras de su propiedad”. Hasta atemorizaron a un inversionista español que llegó a levantar, en Punta del Este, los cimientos de un primer hotel. Allí están las zapatas todavía –bien visibles–, mudo recuerdo de aquel intento frustrado por el genocida bloqueo de EE. UU. contra Cuba.

Sería de ver el papel que correspondería a quienes hoy desconocen todo esto y mucho más que no relaciono por falta de espacio, si tantos dueños ajenos regresaran a lo que dicen fuera suyo. ¿Adónde irían a parar los geronenses radicados ahora por Gerona Beach, o Pueblo Nuevo; toda esa casi mitad de la capital pinera que va desde calle 41 hacia la loma, o quienes residen en Cocodrilo en condiciones muy favorecidas, hasta con emisora de radio?

Si luego de reasentarse encontraran algún tipo de trabajo más o menos estable, donde como todo latino harían la tarea que jamás desempeña un norteamericano blanco, podrían darse por satisfechos… mirando las tiendas abarrotadas –como Liborio en medio del camino real– adquiriendo ofertas promocionales, que son las de más bajo precio, y añorando siempre el “infierno” que perdieron.

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