
Esta es una de las verduras más populares y antiguas. La variedad de mesa posee raíces gruesas y carnosas, con un color típico denominado rojo remolacha, usado frecuentemente para pintar sopas, licores y helados.
Fresca y puesta en el interior de una bolsa plástica se conserva en refrigeración hasta tres semanas. No es recomendable congelarla cruda porque se reblandece, pero sí hervida y cortada en rodajas.
Se trata de un alimento energético, aconsejable para contrarrestar la anemia y enfermedades de la sangre debido a su alto contenido en hierro, azúcares, vitaminas C y B, potasio y carotenos. Entre otros aportes se encuentran los folatos, los cuales intervienen en la formación de glóbulos rojos y blancos, en la síntesis del material genético y la formación de anticuerpos en el sistema inmunológico (muy a propósito en tiempos de covid-19).
En cuanto a minerales, la remolacha es rica en yodo, sodio y potasio; también contiene magnesio, fósforo y calcio.
Tiene alto contenido de fibras, soluble e insoluble. La primera ayuda al buen trabajo del tracto digestivo, mientras la segunda mantiene controlados los niveles de azúcar en sangre y colesterol.
Se consume cruda o no, pero natural conserva más propiedades, por ello sería propicio rallarla cruda y aliñar con aceite y limón (o vinagre). Para su cocción –que las hace más digestivas– conviene introducirlas en agua con sal, sin pelarlas, pues perderían parte de su color y sabor. Debe hervirse al menos una hora. Aunque puede ser consumida asada, al horno o en microwave.
Para su reproducción, la planta en cuestión no es muy exigente en cuanto a suelos, sin embargo prefiere los desgranados, con buen drenaje y PH de 5,8 a siete, o sea, neutro o algo ácido.
A chorrillo es su siembra habitual, en surcos separados a 30 o 40 centímetros. Luego se debe aclarar la hilera de plantitas dejando un par cada ocho o diez centímetros.
La cosecha comienza a los 50 días y se extiende hasta los 90, según la variedad y época de siembra, puede ser casi todo el año.