RINCÓN DEL REDACTOR

Para el bien de todos

En cualquier punto usted puede escuchar lo mismo: “Hay que bajar los precios”. O en otros términos, “no me da la cuenta, no veo la mejoría por ninguna parte”. Y no falta quien aprovecha la coyuntura para armar revuelo y rodearse con un coro de inconformes poniendo en tela de juicio las nuevas medidas encaminadas a reorientar la economía.

Desafortunadamente, en esas esquinas calientes no falta gente integrada haciendo coro donde no debía estar. O callada cuando, es evidente, quien desbarra –si no lo hace por otros motivos– está mal informado o no quiere reconocer los nobles y razonables objetivos del complejo y necesario proceso.

No hay peor sordo que quien no quiere oír, sentencia el saber popular; y además, como bien se sabe, lo viejo siempre defiende su existencia con garras y dientes para no dejarse remplazar por lo nuevo. Pero esto de ahora, a pesar de la inconformidad esperable, no es un sayo a la medida de cada quien. Se trata de repartir lo poco que tenemos, pero de forma diferente; saneando la economía.

Viví la etapa de los años ’70, cuando hasta un adolescente traía cientos de pesos en los bolsillos, pero no había en qué gastarlos. La moneda se había devaluado. A eso se le llama inflación. Bajar los precios ahora significaría repetir la amarga experiencia referida. Y no vamos a tener más ni va a tocar una parte mayor a cada uno si se bajan los precios.

Es preciso volver la vista a otra parte.

Tenemos más de un millón de personas en edad laboral sin aportar el producto de su trabajo a la sociedad. Y eso, no hay economía bloqueada capaz de soportarlo. Ni familia tampoco. Conozco varias, compuestas hasta por cinco miembros, donde solo uno trabaja.

También hay hogares en que casi todos laboran, pero no contribuyen por igual al gasto colectivo y familias que recargan aún al Estado con la atención a las personas mayores requeridas de cuidados especiales.

¿Podrá una sociedad a la cubana sostenerse de manera indefinida, garantizando a todos las prestaciones fundamentales (educación, salud, deporte y otras), por igual y de forma gratuita? No lo creo posible.

Para mantener y llegar a satisfacer con amplitud las necesidades de cada uno, es imprescindible –bajo cualquier condición– producir y aportar más. Estimular el amor al trabajo, lograr mayor productividad y eficiencia son el objetivo principal de subir los salarios. De lo contrario resulta imposible un reparto más equitativo. A ese, aspiramos todos.

La subida de precios en las prestaciones estatales (implica incremento en la recaudación) se corresponde con el aumento en los ingresos. No hay otra fórmula para equilibrar la circulación monetaria y evitar la inflación fuera de los límites previstos.

Quienes agitan el coro de la inconformidad son, por lo general, personas que aprovecharon poco las posibilidades de superación brindadas a todos, por igual, en esta sociedad. O vivieron “del invento”, del familiar que trabaja o de remesas desde el exterior. En su lugar, cualquiera tendría “motivos” para sentirse incómodo y renegar de la posibilidad de hacer del trabajo la principal fuente de riqueza legítima.

Mas no es el caso de la mayoría, esa que sabe arrimar el hombro para, con otra mentalidad, hacer posible la mejoría entre todos y para el bien de todos.

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