Oleada de emociones

Ya habían terminado los trabajos de montaje y restauración del museo del Presidio Modelo en la Isla de la Juventud y estaba invitado Fidel para que conociera y diera su criterio respecto a la fidelidad con que había sido reconstruido el ambiente de la época en que él estuvo encarcelado ahí. Había prometido asistir en varias oportunidades, pero por diferentes razones se postergaba la visita. En la última ocasión se me asignó la tarea de explicar el museo. El folleto con la historia sobre el Presidio, al cual titulé “Dolor Infinito…”, había acabado de publicarse.
Pensar en la fuerte personalidad del Comandante en Jefe y en que debía explicarle hechos históricos de los cuales él fue protagonista, me tenían preocupada. Pasó la hora fijada y casi tres cuartos de hora después, las guías y yo comenzábamos a recoger nuestras carteras, esperando la “orden de desmovilizarnos”. Al asomarme impaciente a la puerta, vi el polvo levantarse en la carretera y varios vehículos acercarse. Me volví rápidamente y a partir de ese momento los acontecimientos se precipitaron como una oleada de emociones difíciles de explicar.

LO QUE FUERA SU CELDA

Lo primero que entró fue una nube de fotógrafos y periodistas. Fidel
venía acompañando a un visitante que ni siquiera recuerdo de quién se trataba. También estaban otros funcionarios. El pequeño salón que da entrada al antiguo Pabellón 2 donde estaba el hospital del antiguo Presidio se colmó de los destellos de flash, voces, gente por todas partes. Aquella masa humana me sobrecogió, me pegué a la pared del fondo del local y me quedé allí, inmóvil, con la mirada absorbida por la gigantesca figura del Comandante, quien explicaba con amabilidad a su huésped.

Rápidamente lo invito a pasar al cubículo, al lado del salón de entrada, el cual había sido su celda durante dos años y cuya reja estaba oculta por una mampara. La comitiva pasó a dicho cubículo. De pronto me percaté de que el bullicio había cesado y de la celda contigua llegaba un sordo rumor de voces. Yo estaba sola en el salón, pegada como una lapa a la pared del fondo.

Entonces llegó a mí la voz inconfundible del Comandante: “…pero, ¿y la historiadora? ¿Dónde está la historiadora?”

MI PRIMER ENCUENTRO CON EL JEFE DE LA REVOLUCIÓN
Sentí aflojarse mis piernas y un intenso mareo se apoderó de mí. ¿Cómo iba yo a explicar ante el protagonista principal de los hechos que ahí tuvieron lugar? Con su paso largo y elástico, lo vi avanzar a mi encuentro, me tomó por los hombros y pasando su brazo por mí espalda me introdujo suavemente en lo que fue su celda, no sé de dónde me vinieron las fuerzas. Fue el gesto de confianza camaraderil el que me infundió coraje para exponer serena lo que conocía.

Al final le pedí me rectificara si había omitido o alterado algo. Me dijo: “Bueno, lo primero es poner el camastro donde yo lo tenía porque está un poco corrido de lugar” y cogiéndolo por un lado me indicó con un gesto ayudarlo. Entre ambos lo colocamos en el lugar señalado.

“… Yo lo puse aquí –continuó–, porque era donde más me daba la luz que entraba por la ventana y así podía leer hasta más tarde, me habían quitado el bombillo eléctrico…”.
Así añadió otros detalles interesantes de su estancia en el lugar junto a los asaltantes al Moncada, lo que tuvo un incalculable valor para engrosarlos conocimientos que poseía. Así fue la experiencia de mi primer encuentro con el Jefe de la Revolución.

Georgina conversa con Fidel en una de sus visitas al territorio
Foto: Archivo

Después le siguieron otras visitas. Hablaba conmigo como si me conociera de siempre y al conversar con él uno se olvidaba de su cargo y jerarquía, teniendo la impresión de que charlaba con un viejo amigo, en cada visita posterior nunca dejó de interesarse por mi salud, por si había trabajado mucho o si me hallaba cansada. No obstante lo anterior, no pasé por alto que con una habilidad extraordinaria me hacía el más riguroso examen que podía concebirse del tema.

Y VOLVÍ A SENTIRME “APROBADA”
En cada caso y como al azar, llamaba a su lado a determinada persona para preguntarme acerca de un hecho del cual esta había sido protagonista. Cierta vez me preguntó por el tipo de fusil que utilizaban los custodios de las circulares del Presidio. Un rato después le oí hacer discretamente la misma pregunta a José Ramón Fernández, quien había estado preso en la Circular 4. La respuesta coincidió y yo volví a sentirme “aprobada”.
Posteriormente las preguntas se fueron ampliando y pasaron del tema del Presidio al de algunas curiosidades geográficas de la Isla de laJuventud, por suerte siempre tuve respuestas exactas. Solo en una oportunidad me interrogó acerca de la edad geológica de la Isla y como conocía la existencia de varias teorías acerca de la formación de Cuba y en específico la Isla de Pinos, le respondí que no podía darle un dato exacto de ello.

Uno de los integrantes de la delegación, y que a la sazón era Secretario del Partido en una provincia, después de oír mi respuesta me pregunta que si alguien se interesaba por saber cuántas piedras formaban el suelo de la Isla, ¿qué yo le diría?
– “Invento una cifra cualquiera”, contesté.
–“¿Por qué entonces no le dijiste un número de años cualquiera?”,
ripostó él con cierto enfado.
–Yo puedo mentirle a cualquiera –respondí–, pero al Comandante no le mentiría nunca, ni siquiera en lo que considerara intrascendente.
LECCIÓN INOLVIDABLE
Un ejemplo de la inmensa paciencia y comprensión, además del tacto
extraordinario en las relaciones internacionales, ocurrió en la visita
que el entonces presidente de Angola, Agostinho Neto, realizó a una de las escuelas de alumnos de su país.

El Comandante en Jefe acompaña al Presidente angolano en uno de sus encuentros con estudiantes del país africano
Foto: Archivo

Su arribo en compañía de Fidel se produjo en horas de la mañana. Él había expresado su deseo de reunirse a solas con los estudiantes angolanos. Alrededor de las diez de la mañana se le dejó en la escuela junto a sus acompañantes, mientras Fidel y los cubanos que lo acompañábamos nos retiramos a la casa donde habitualmente se quedaba. Allí estaba previsto el almuerzo de ambos estadistas. El presidente Neto debía avisar cuando desease que se le recogiera. Pasaron las horas y no se producía el aviso. A las dos de tarde había un hambre feroz y algunos comenzaron a impacientarse. A las cuatro y media se escucharon expresiones duras y hasta de “desconsideración”.

Fidel aplacaba los ánimos: “Hay que comprenderlos, es un pueblo muy humillado y sufrido, debemos ser pacientes y comprensivos”, decía.

A las cinco de la tarde fuimos a recoger al Presidente, allí conocimos que al mediodía se había sentido mal y pidió recostarse un poco. Se acostó en la Enfermería y quedó dormido. Nadie se había atrevido a despertarlo conociendo su delicado estado de salud. Para quienes habíamos considerado casi como una afrenta la actuación del Presidente, fue una lección inolvidable la serena y clara actuación del Jefe de la Revolución.

 

 

Por: Georgina González Uranga

(Nació el 15 de febrero de 1942 y falleció el 11 de enero del 2020. Fue Secretaria general de la FMC, miembro del Buró Ejecutivo del Comité Municipal del Partido, delegada al Poder Popular y de 1986 a 1993 diputada a la Asamblea Nacional. Llegó a territorio pinero en 1970, donde se gradúa como profesora de Historia. (Agradecemos a los familiares la gentileza de hacernos llegar este testimonio escrito por ella))

Otros artículos del autor:

    None Found

Fidel Castro
Colaboradores:

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *