De nuevo es enero, enero de victorias, enero con un Martí que cada día 28 renace entre las antorchas elevadas hasta lo más alto por las juveniles manos de quienes, 166 años después de su natalicio, siguen sus inmortales pasos.
Y ahí está, presente hasta en el más recóndito de los lugares, y nosotros evocándolo, porque siempre hay algo que decir donde citemos al Maestro o estén más vigentes sus sueños y alertas.
Pero es en los niños donde más está presente, en cada verso sencillo, en la interpretación de las estrofas que vieron morir de amor a la niña de Guatemala o entristecer a Espirta al ver partir a su hijo Abdala, en aquel poema dramático escrito hace 150 años por el inquieto adolescente.
Mas, ese amor que profesó a la Patria, que no es amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas, sino el odio invencible a quien la oprime y el rencor eterno a quien la ataca, también lo compartimos y multiplicamos hoy.
Sagaz, observador, supo advertir con su agudeza característica el peligro inminente que representaban los Estados Unidos para los pueblos de Latinoamérica y los países del resto del mundo.
Por él, por esa sociedad que nos enseñó a pensar y construir con todos y para el bien de todos, estaremos reafirmando el próximo 24 de febrero la nueva Carta Magna, un alto para recordar y homenajear al también guía de las luchas para que Cuba fuese libre y soberana.
Entonces pienso que el nacido en la calle Paula transita impetuoso por los senderos de la historia que lo abrazó en la eternidad, para seguir palpitando con el mismo coraje independentista y dar latidos de esperanza a la invicta Revolución de Fidel.
Injusta la vida y sabio el destino que aquel 19 de mayo de 1895 lo puso de cara al Sol en Dos Ríos. Solo hoy podemos comprender cuál era realmente su encomienda: convertirse en el fuego ardiente, la llama inextinguible que iluminará por siempre a su pueblo.
