Lista negra en el Norte

Ilustración: Internet

Antes de estampar el cuño, legalizó el documento con una firma no complicada; acababa de casar a una pareja de conocidos a quienes serví de testigo en la Oficina de Trámites Jurídicos de La Fe.

Terminada la ceremonia, tuvimos un aparte que recuerdo todavía. “¿Me dijeron que te vas para el norte en breve? Le pregunté. “Ay, sí, ¡por fin!”, respondió con la descarga emocional de quien alcanza el sueño de toda su vida, y en verdad lo era porque desde siempre quiso irse de este país. Todos sus conocidos lo sabíamos.

– ¿Y que vas a hacer allá? De abogada, ni soñarlo…

– No sé, cualquier cosa.

Transcurrieron menos de dos años, y ayer pregunté por ella. “¿No te enteraste? Estaba cuidando a un anciano, se le contagió de covid y la familia la demandó; perdió sus pocos dolaritos y quedó sin trabajo…”.

Malo, malo; quedarse sin trabajo allá y con mala recomendación. Ahora le será casi imposible lograr la colocación más simple. Sus empleadores la pusieron en la lista negra de empleos.

Y es que allá no es como acá, por si no lo sabía usted. Hay oficinas de empleos, sí, pero porque usted haga la cola, le toque el turno y un empleo de su gusto, conveniencia y preparación, esté esperando por su persona…¡ni lo espere! Le llenan un documento –un cuéntame tu vida– y le dicen que si es aceptado se le comunicará luego.

Un contratante de ilegales quizá le ofrezca entonces una bagatela de empleo que usted tendrá que aceptar antes de morirse de hambre, sin derechos a nada ni perspectivas de jubilación. Ah, y muy importante: a cada nueva extorsión, ponga buena cara, diga “sí señor” y muéstrese diligente porque hay otros muchos muertos de hambre como usted esperando a que los boten para ocupar su miserable puesto.

Allá, cuando usted llega, cualquiera le da la bienvenida y le regala 20 dólares, es cierto; como también es cierto que a la semana ya usted apesta y lo están achuchando con “cuando llegué no tuve nadie que me recomendara y tuve que abrirme camino desde cero”.

¿No lo cree? Pues mire, seguro conoce a muchos que andan por ahí, conocidos suyos, estuvieron del otro lado y podrán confirmar cuanto digo. No por gusto regresaron.

Y las recomendaciones son tan imprescindibles allá que si usted no tiene quién lo avale, ni se le ocurra intentar el alquiler de una vivienda. Eso de llegar, preguntar cuánto vale y a los diez minutos ya estar bajo techo, nada más ocurre en Cuba.

Allá, como en sus oficinas de empleo, cuando usted solicita alquilar una pieza le ponen delante la consabida planilla, luego le dan las gracias y a la calle otra vez. Si tiene dolaritos, vaya para un hotel porque hasta que no lo filtren muy bien no dormirá bajo otro techo.

Allá no es como aquí, por eso tantos quieren volver. Y si lo hacen propalando el despelote, las marchas “pacíficas” y demás bellaquerías es porque no les queda otro remedio: puede creerme. A los gringos los conozco muy bien. Fui guía de turismo internacional, hablo su lengua, conozco su cultura y también su descultura; de aquel monstruo, como José Martí, conozco hasta las entrañas.

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