Honrar honra. La mejor manera de recordar y agradecer a Lázaro Peña González, eterno defensor de los intereses y conquistas de los trabajadores, al cumplirse 47 años de su partida física este 11 de marzo, es trabajar más y mejor por la Patria y la vida.
Cuánto orgullo sentiría el legendario Capitán de la Clase Obrera Cubana si pudiera contemplar cómo mujeres y hombres de todas las generaciones han puesto el pecho para enfrentar los riesgos de la contagiosa enfermedad covid-19, devenida pandemia y al año de diagnosticados los tres primeros casos positivos en Cuba han abierto cauces a cinco candidatos vacunales en desarrollo clínico.
Este hecho es fruto de la actuación concertada del sistema de salud, la ciencia, la industria biotecnológica y 12 meses de batallar de todos con la misma constancia que lo hizo Lázaro Peña cuando sumido en la pobreza y la discriminación racial por su piel negra dirigió al proletariado en su lucha contra la opresión capitalista.
Desde muy joven sus compañeros lo eligieron para diversos cargos debido a sus cualidades morales, humanas, inteligencia y talento innato para presidir asambleas y dirigir debates.
Las luchas contra la dictadura de Gerardo Machado lo foguearon al participar en huelgas y mítines para exigir mejores salarios y derechos laborales.
Comenzó a ver el nexo entre las injusticias y crímenes del machadato y los designios imperiales de Estados Unidos. Su visión antimperialista nació en esas luchas.
En 1934, cuando ya era miembro del Comité Central del primer Partido Comunista, lo eligen secretario general del Sindicato de los Tabaqueros y miembro del Comité Ejecutivo de la Confederación Nacional Obrera de Cuba.
Centró también su quehacer en formar cuadros sindicales que fueran ejemplos, entre otros: Jesús Menéndez, Aracelio Iglesias, Miguel Fernández Roig, Juan Taquechel, Ursinio Rojas…, en unión de quienes en enero de 1939 crearon la Central de Trabajadores de Cuba y resultó electo para encabezar la combativa organización.
Encarcelamientos, persecución, represión y calumnias fueron enfrentados con valentía y patriotismo por el dirigente obrero.
Ya en 1945 participa en la fundación de la Federación Sindical Mundial de la cual fue parte de su ejecutivo, al ocupar una de sus vicepresidencias y ser también su secretario.
En 1947 y en 1952 enfrentó al Mujalismo, una variante reaccionaria que los gobernantes y oligarcas habían introducido en el movimiento obrero para dividirlo y minarlo.
El dictador Fulgencio Batista impidió su retorno al país en 1953, cuando volvía de la III Conferencia de la Federación Sindical Mundial, celebrada en Viena.
Al triunfo de la Revolución en Enero de 1959, se sumó a la construcción y defensa de la obra soñada, por la cual tanto luchó. Sus méritos avalaron su elección como secretario general de la Central de Trabajadores de Cuba e integrante del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
Contribuyó con su experiencia a la educación de la clase obrera y con su ejemplo estuvo siempre al frente de las tareas bajo su responsabilidad.
Acerca de su muerte diría el Poeta Nacional cubano, Nicolás Guillén: “A una inteligencia brillante, sostenida siempre por la acción, Lázaro añadía el don de lo criollo. Tenía un sentido fino, delicado, realmente cortés, para presidir una asamblea, para dirigir un debate, para aclarar un concepto yendo a su raíz, sin herir susceptibilidades, lo que le permitía encauzar la discusión como con mano de hierro bajo guante de seda”.
Se mantuvo trabajando hasta su último aliento, al respecto diría el Líder Histórico Fidel Castro Ruz en el sepelio del dirigente obrero: “Inútil era rogarle que moderara sus esfuerzos y atendiera su salud. Era lo único en que este militante modesto, dócil y disciplinado, desatendió los ruegos de sus compañeros y las exhortaciones de su Partido”.
Y las propias palabras de Fidel en esa ocasión definieron la estatura de Lázaro Peña González: “No venimos propiamente a enterrar a un muerto, venimos a depositar una semilla”.
El movimiento sindical y el pueblo siempre recordarán al Capitán de la Clase Obrera Cubana como símbolo de decoro, fidelidad y sacrificio, porque la semilla de la cual habló Fidel sigue fructificando en la obra de la Revolución.