La recarga siniestra

Un vecino me comentó el mensaje que le enviara una parienta desde los Estados Unidos: “Tírate para la calle, no tengas miedo, que la Base Naval de Guantánamo está esperando el momento…”

Suerte que el destinatario no lo creyó ni se dejó azuzar, al contrario, lo tiró a chacote: “No sabía que fulana, quien ni hace tanto se fue de aquí, estuviera informada de secreto tan grande”, comentó. Y tenía razón: no cualquiera está al tanto de los secretos militares que se cocinan en las alturas del “proceloso norte”.

Tampoco hay que ser adivino para vaticinar que tras su cacareada intervención humanitaria, no están las mejores intenciones. Lo suyo, por ahora, es calentar el ambiente y provocar hasta que perdamos la paciencia y le pongamos en la mano la esperada fruta madura, el pretexto necesario: un enfrentamiento fuerte entre su bando y el nuestro. Armados los nuestros, pisoteando los derechos humanos de “los opositores” –bien pagados–; en fin, una guerrita civil a la medida de sus antojos.

Pero no tienen en cuenta que ya estamos escarmentados, y en semejante lodazal no vamos a resbalar. Las armas no son necesarias para mantener las calles en manos de los revolucionarios, y menos lo que no es calle.

Quien tenga un criterio diferente, puede comunicarlo hasta los niveles más altos del Gobierno cubano y sin intermediario. Le basta emplear el correo electrónico; nadie se lo va a impedir. Lo que no puede es incitar a la subversión, al robo, el saqueo y el desacato a las autoridades; para frenarlos están las leyes por las que se rige el Estado cubano. Y se aplicarán con la agravante de estar transitando por una pandemia, una catástrofe nacional.

Quienes incitan a la subversión están allá, donde no le pueden ser aplicadas nuestras leyes. No nos creemos los dueños del mundo, como otros, con derecho a la extraterritorialidad. Pero los que están aquí… y les prometen una miserable recarga telefónica por golpear a un niño, filmar un video y decir que las marcas se las hizo un policía… esos tienen que estar locos para cometer semejante acto vandálico. Ese niño va a gritar y luego, en juicio, va a reconocer a una arpía tan perversa y va a declarar contra ella. El compañerito de juegos hará lo mismo, la vecina de al lado que lo vio todo, el que iba pasando e intervino, los padres del niño…

Y eso en Cuba, donde al decir de un amigo, español: “Los chavales la pasan bomba”, porque aquí, entre nosotros, nadie es más importante que un niño.

Será esa la recarga más cara que le salga en su vida y duros, muy duros, van a ser sus años en prisión porque entre nuestros reclusos no abundan los deshumanizados, y allí también un niño es un niño y quien los maltrate… llegó al lugar equivocado.

Sé de lo que estoy hablando, cada 15 días voy al Guayabo e imparto clases a los internos que pertenecen a mi taller de literatura y por mis manos pasan sus poesías, relatos, anécdotas, cuentos y novelas; de modo que conozco bien aquel mundo donde, por cierto, los mejores valores humanos no se pierden, se decantan y enriquecen.

Mal, repito, las va a pasar entre ellos quien maltrate a un niño.

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