Haití no ha sido un asteroide apartado del resto del mundo

Monumento a Macandal en las afueras del Palacio Presidencial de Haití.
Monumento a Macandal en las afueras del Palacio Presidencial de Haití. Foto: AfricaNews

La Humanidad surgió en África pues, según estudiosos de la genética, dos etnias de dicho continente protagonizaron la primera separación humana

100 000 años atrás en la Historia. Los grupos khoi y san (bosquimanos) tomaron distancia de los ancestros comunes que tenemos todos los seres humanos actuales, dicho acontecimiento ocurrió antes de que el hombre saliera de África para poblar el planeta (hace 60 000 años).

Estos descubrimientos científicos pusieron en crisis a la escuela clásica de historiadores, que tiende a marcar la diacronía en el eje este-oeste, que marca a Europa (Occidente) como la cúspide del proceso civilizatorio y por tanto «superior». Tal afirmación, que proviene de las tesis sobre filosofía de la Historia de G. F. Hegel, se refuta, además de mediante la genética, por los estudios culturales que toman distancia de los prejuicios occidentales y positivistas.

El eje este-oeste, formulado a fines del siglo xix, postulaba la línea «evolutiva» Grecia-Roma-Europa, que validó el modelo ario y racista, del que nacería la ideología bélica alemana promovida por los nazis. En el lado opuesto (y correcto) de la Historia se hallan las filosofías africanas (bantú, norafricana y egipcia), tan antiguas que no solo precedieron a Grecia, sino que fueron el abrevadero de los primeros pensadores helenos, así como también del judaísmo, los cristianos y los musulmanes.

Sin embargo, el planeta se olvida de África. En su libro Ébano, el periodista Kapuscinski nos habla del continente como un asteroide apartado del resto del mundo, al que Occidente decidió desconocer y rebajar.

Tanto el continente negro, como la diáspora africana, han padecido el uso ideológico y tendencioso de la Historia de parte de los occidentales, en un pulso de resistencia que tuvo su punto más brillante quizá cuando, en 1804, la Declaración de Independencia de Haití reconocía en uno de sus artículos: «A partir de ahora somos todos negros».

Tierra prometida

Mucho se habla de la Revolución Francesa como el desencadenante de los procesos emancipatorios en el mundo, pero se obvia que mientras la «Declaración de los Derechos del Hombre» era enaltecida en los salones de París, esa misma nación colonialista oprimía a la isla de Saint Domingue, la factoría más próspera del Nuevo Mundo. La economía francesa estaba compuesta en dos tercios por importaciones provenientes de lo que luego se conocería como la nación independiente de Haití.

Francia, España e Inglaterra no solo se habían puesto de acuerdo –echando a un lado sus diferencias geopolíticas–, sino que azuzaban el desacuerdo entre mulatos, blancos y negros, en un intento por impedir no solo la soberanía de los pueblos, sino una revolución social que generalizara los derechos humanos declarados en 1789.

En este epicentro, la colonia de Saint Domingue era una especie de tierra maldita para los negros esclavos, arrancados de las costas de sus países originarios. Con una población superior a la blanca y propietaria, los explotados de Haití se lanzaban con furia y desesperación hacia el cimarronaje. Cuenta la leyenda que así nació el Vudú, producto de la creencia en una tierra prometida, alcanzable solo cuando se vive en libertad y se pelea por ella. Tal fue el origen de las primeras republiquetas de los montes haitianos.

A dicha tierra prometida se dirigían –según cuentan los hougans– quienes morían despedazados por los perros del rancheador.

El mundo en deuda con Haití

Un famoso historiador de Santo Domingo, la porción hispanohablante de la isla, escribió: «Es doloroso, pero aquí se conoce mejor la historia de Europa y de cualquier nación americana, antes que la de Haití». De hecho, en mucha de la literatura acerca del continente, aparece 1810 como la fecha en que se inicia la independencia y no 1804, lo cual es un tácito suceso de exclusión y manejo oportunista.

Haití hizo la primera revolución social totalmente radicalizada de la Historia, ya que no solo promovió la independencia y los derechos de los negros, sino que reivindicó al hombre universal en toda su magnitud.

Nuevas corrientes de historiadores colocan el origen de los defensores de los derechos humanos y los padres fundadores de Haití en Mali, con la «Charte du Mandé» un documento del año 1222, redactado por el rey Soundiata Keita, carta famosa por su frase: «Todo hombre es un hombre», y que prohibía expresamente la esclavitud. Prueba de esa herencia ideológica tan avanzada sería la recurrencia en los documentos fundacionales de Haití al socorrido adagio: «Tout moun sed moun».

La deuda con Haití, según dicha postura historiográfica, comenzaría mucho antes de 1804, con la tradición libertaria de los pueblos originarios de África. Pero concretamente, sobran las razones para considerar que incluso Occidente tiene con el país caribeño un débito impagable, a la par que olvidado.

Estados Unidos en 1776 comenzó a ser víctima de un feroz bloqueo comercial por parte de Inglaterra, potencia que luchaba por aplastar el desarrollo de las rebeldes Trece Colonias. En ese contexto, gracias al intercambio con la isla de Saint Domingue, los norteamericanos lograron sobrevivir e importar los productos que el resto de las Antillas británicas le embargaban a Washington.

La parte española de la isla, hoy República Dominicana, también se sostuvo gracias al comercio con la porción francoparlante, mediante el contrabando –a través de la frontera y mediante precios muy favorables– de materias primas dominicanas por manufacturas haitianas. Este comercio era tan intenso y necesario, que fue oficializado en 1760 por las dos potencias coloniales implicadas.

En 1789, el plusproducto de la burguesía francesa era básicamente haitiano, al punto en que muchos historiadores señalan el papel decisivo de la isla caribeña en el desarrollo vertiginoso de la Revolución Industrial en Francia, paso decisivo que condujo al empoderamiento de la clase revolucionaria en 1789. La Humanidad le debe a Haití, pues, la ocurrencia misma de los sucesos posteriores a la Toma de la Bastilla.

Pero los hombres todos –sobre todo los mismos esclavos que aún existen– le deben a Haití la primera sublevación exitosa de la Historia contra el yugo esclavista. Un detalle que las potencias blancas no perdonan todavía y que rompió de una vez con la maldición que pesaba sobre los esclavos, desde el fracaso de la rebelión de Espartaco.

El país de los tres pañuelos

En el origen de la nación está el reconocimiento de los primeros luchadores hacia el multiculturalismo, un pensamiento heredado de la «Charte du Mandé». Cuenta la leyenda que François Macandal, líder del cimarronaje a mediados del siglo xviii e impulsor del Vudú, hizo un acto de magia con tres pañuelos, frente a sus seguidores, donde describió el pasado y el futuro de Haití: «El pañuelo amarillo para los primeros habitantes indígenas, el blanco para los europeos y el negro para nosotros, el futuro».

Según la postura de Macandal, la Revolución Haitiana sería primada en el impulso de las ideas que hoy son las bases de la izquierda progresista mundial. Dichas ideas fueron, además, plasmadas por primera vez en un nuevo estilo de gobierno llevado por Toussaint de Louverture, primer líder de la nación haitiana. Políticas públicas avanzadas, con el objeto de rescatar la economía y hacerla soberana, tuvieron tal éxito que llevaron al país en un corto periodo a los mismos indicadores de desarrollo que una década antes, bajo el dominio francés. Fue la primera vez en la Historia que el Estado intervenía de una manera exitosa en la economía, en un tiempo en que predominaba el librecambismo clásico. A inicios del siglo xix, el periódico francés Press reconocía que Haití estaba mejor gobernada por Louverture y Dessalines que por los colonialistas.

El mundo en una isla

El primer pensador en refutar las ideas raciales que conducirían hacia el holocausto de los pueblos sojuzgados por el nazismo, fue el haitiano Joseph Firmin, ensayista y diplomático, que en un viaje a París en 1883 se encontró con el florecimiento de las escuelas historiográficas racistas. La Humanidad le debe a ese intelectual un bello volumen llamado La igualdad de las razas, donde por vez primera se aborda desde la cuestión cultural el tema de la centralidad de África en la civilización.

En su contradiscurso Firmin reivindicó a Egipto como cuna de las ideas sociales imperantes en Occidente. También conceptualizó y definió las funciones antropológicas del racismo, cuyo origen moderno sería en los siglos xv y xvi, con el objetivo de legitimar la conquista de América y la opresión de los negros. La conclusión de Firmin de que «no existen razas superiores, ni biológica ni culturalmente», se anticipó pues a las verdades que arroja hoy la genética, en medio de un mundo que avanza científicamente, pero se estanca en lo político.

Cuentan que un hougan vudú hablaba de Haití como un pequeño universo, donde estaban contenidos todos los espíritus humanos, una metáfora de la tradición incluyente que definió la existencia de esa tierra prometida y olvidada a la vez. La leyenda narra que un día vivos y muertos vivirán felices en la misma isla.

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