¿Es la nuestra la Isla del Tesoro?

De ser la de la novela de piratas, se tendrían muy atractivas razones para promoverla en la próxima cartera de oportunidades turísticas.


Según su costumbre, al proyectar su novela La Isla del Tesoro Robert Louis Stevenson realizó un enorme trabajo de investigación previo. Interesantísima recopilación, desafortunadamente no apreciable en las actuales traducciones al español donde, en mayor o menor grado, se simplifica e infantiliza siempre el texto original.

Aunque escrita en inglés, las mejores ediciones, aquellas con el vuelo primero en su grandeza, cuentan con hasta 40 páginas de vocabulario para que los propios hablantes de ese idioma pudieran entender la jerga antigua hablada por los hombres de mar.

Stevenson, incluso, varía la ortografía de las palabras para dar la pronunciación correcta de otras épocas. Y esa minuciosidad suya no se da solo en el vocabulario, en el trazo de los personajes ocurre otro tanto. Con facilidad se identifica al grumete Hawkins o al viejo Tom Morgan con los piratas de iguales apellidos.

El nombre de la hostería: Almirante Benbow, no es casual. Pocos lo saben. John Benbow fue un vicealmirante inglés. Anduvo por los mares cercanos a nuestras costas y murió en Jamaica, a mediados de 1702, al cortarle una pierna a consecuencia de sus heridas. Su nombre fue muy popular y apareció en las puertas de posadas y tabernas.

De John Silver, el de la pata de palo y la cotorra al hombro, escribe Stevenson que perdió una pierna, según el propio forajido, en combate a las órdenes del inmortal Hawks; o sea, Lord Edward Hawks, almirante inglés muerto en 1781.

A un solo personaje, Israel Hands, dedica el capítulo XXVI. Así se nombraba el capitán de uno de los barcos que componían la flotilla de Edward Teach, el famoso pirata Barbazul o Barbanegra.

Por su novela Stevenson hace desfilar a otros personajes rigurosamente históricos y notorios como los célebres capitanes piratas England, Edward Davis, Bartolomé Roberts o el Capitán Kidd.

La minuciosidad en este tipo de detalles lo lleva a mencionar hasta la batalla dada en una perdida aldea belga: Fontenoy, donde en 1745 los franceses derrotaron al Duque de Cumberland.

¿Y qué decir de la cotorra de John Silver? Repite como un energúmeno: “Piezas de a ocho! ¡Piezas de a ocho!”. El pata de palo explica que lo aprendió porque estuvo al sacar a flote los galeones del oro, y había allí ¡350 000 piezas de a ocho!; hecho histórico cierto. Ocurrió el 19 de febrero de 1715. Un fuerte temporal hizo zozobrar la flota al mando de don Juan Esteban de Ubillas y luego se mandaron buceadores de La Habana, quienes antes de llegar los piratas lograron sacar 350 000 piezas de a ocho y depositarlas en Cabo Cañaveral.

DÓNDE OBTUVO EL MATERIAL PRIMARIO SOBRE ISLA DE PINOS

Igual minuciosidad se observa al describir sus paisajes, aunque para notarlo es necesario conocer la fuente principal de donde obtuvo la información: Dampier.

En East Coker, Inglaterra, nació William Dampier, en 1652. Las aventuras publicadas de este célebre filibustero, notable viajero, naturalista y explorador –quien describió la Isla de Pinos del siglo XVII– le ofrecieron el material primario.

No es casualidad entonces, el mapa de la Isla del Tesoro trazado por Stevenson tiene un contorno muy preciso, inconfundible. Al primer golpe de vista permite identificarla con facilidad como Isla de Pinos.

Mapa mejor, incluso, que el oficial de 1797, el primero donde aparecen en detalle las costas y el interior de nuestra isla; realizado por el coronel don Juan de Tirry y Lacy; Stevenson le agrega al suyo –y esto falta en el de Tirry– una pequeña y solitaria islita: La Isla del Esqueleto, nuestro actual Morrillo del Diablo o Cayo de los Monos, frente a la playa Punta Colombo.

Luego, el autor le dio al mapa un cuarto de vuelta sobre su eje, a la derecha, para alterar la relación de las costas con los puntos cardinales. Pero varió la orientación después de tener en su dibujo los accidentes principales según su autor de referencia; por eso, al volver el mapa a la posición original aparece mucho más concordante con el escenario actual, y casi al pie de la letra o exactamente igual al de Dampier, llamado también el Gran Filibustero o el Rey del Mar.

Según leyera Stevenson en tan insigne maestro, coloca una ciénaga en medio de la Isla del Tesoro, en dirección oeste-este, cuyas aguas corren hacia este último punto. Una alta montaña está al centro como La Daguilla de ahora, y por el sur de la isla pasa una fuerte corriente marina. La misma en uso por las flotas españolas del oro y conocida por los numerosos piratas que las atacaron: la Corriente del Golfo.

Vuelto el mapa de La Isla del Tesoro a su posición normal, su costa occidental corresponde al sur de nuestra isla.

Hay más, Dampier dice: “…y en el centro se levanta una alta montaña con picos, por lo general, cubierta de nubes, y para los piratas esa elevación atrae todas las nubes, ya que no se observan nubes en ninguna otra parte; no obstante, dicha elevación rara vez, o nunca, está despejada”.

Y hasta ese detalle, la nube sobre La Daguilla –anterior a la tala masiva de bosques– lo emplea Stevenson. La goleta Hispaniola llega a estas costas y John Silver explica por qué a esa montaña alta con la nube encima los piratas la llaman El Catalejo.

Diferentes autores, para señalar a Isla de Pinos como la del Tesoro hablaron siempre de su paisaje nórdico, abundante en compactos pinares; características de una flora como no tiene otra isla tan al sur.

También referían lo dicho por Dampier: “Los árboles aquí son de clases muy diversas, muchos de ellos desconocidos por mí. El mangle rojo crece en las tierras bajas pantanosas frente al mar, pero en la parte lomosa, de tierra firme, abundan los pinos. De estos hay grandes bosques de árboles corpulentos y de buena altura, derechos y lo suficientemente largos como para construir mástiles para buques pequeños…”.

EL PUERTO MÁS CERCANO

La goleta Hispaniola, al dejar La Isla del Tesoro, navega casi al garete por falta de marineros y pone proa al puerto más cercano de la América Española para alistar nuevos tripulantes. Luego de afrontar vientos contrarios y un par de temporales llega a un bellísimo golfo bien cerrado donde es rodeada por botecillos llenos de negros e indios mejicanos. Mejicanos, repito.

¿Dónde está entonces La Isla del Tesoro, aquella con una sola islita al norte: La Isla del Esqueleto-Morrillo del Diablo? ¿Dónde si no en este Mar de Las Antillas? ¿Y dónde si no en esta isla con paisaje nórdico tan al sur, cubierta de pinos, con una ciénaga al medio que corre oeste-este, la montaña más alta y cubierta de nubes al centro, y una fuerte corriente marina al sur capaz de llevar a una goleta casi al garete hasta un puerto mejicano como el más inmediato de la América Española?

Y MÁS TODAVÍA

Dampier dice, Isla de Pinos “…es una pequeña isla de unas nueve o diez leguas de largo”. Stevenson acota, La Isla del Tesoro “… era de unas nueve millas de largo”. Solo cambia la medida de longitud, de leguas a millas; pero mantiene la expresión “de largo”. Escoge la más corta.

¿Y el ancho?

Dampier refleja: “… y tres o cuatro de ancho”. Stevenson, ante la nueva ambigüedad del informante, precisa: La Isla del Tesoro tiene “… cinco de ancho”. Le agrega una al filibustero, impreciso por necesidad.  Pero mantiene la expresión: “de ancho”. Y si antes escogió la medida más corta ahora lo compensa al agregar… una milla.

Saque usted sus propias conclusiones: ¿es la nuestra La Isla del Tesoro?

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