El amor de José Julián

Hay muchos amores en la vida de José Julián Martí. Ama a Leonor, la madre que le ha dado el ser; a su padre a pesar de aquellas durezas que casi lo llevan al borde del suicidio. Es el único varón, se deshace en ternuras por sus hermanas a quienes atiende con solicitud paternal. Tiene en Fermín al amigo sincero, en los colegios, sueños o infortunios. Venera a su maestro Mendive, quien es por un tiempo decisivo, el padre espiritual.

En España entrega el amor de casi adolescente a una muchacha, Blanca Montalvo, a la misma que inmortaliza en su primer cuento: Hora de Lluvia, o en aquellos versos que otros jóvenes conocen de memoria: “Amo la tierra florida,-Musulmana o española,- Donde rompió su corola – La poca flor de mi vida”.

Parece que amó en su pensamiento a una mujer casada y escribe su obra de teatro Adúltera, donde descubrimos una contundente definición de amor: “¡Amor es que dos espíritus se conozcan, se acaricien, se confundan, se ayuden a levantarse de la tierra, se eleven de ella en un solo y único ser;-nace en dos con el regocijo de mirarse;- alienta con la necesidad de verse:-Concluye con la imposibilidad de desunirse!_ No es torrente; es arroyo; no es hoguera, es llama; no es ímpetu, es paz”. Quien así escribe solo tiene 19 años y está lejos de la familia.

Pasa José Julián por un puerto inglés, en una “luminosa mañana”, ama a una inglesita, por treinta minutos, le dice adiós y nunca más la vuelve a ver. Llega entonces a Estados Unidos. Allí le duele queha pasado más de una semana en ese país, y aún no ha amado a ninguna. Todavía José Julián no es el Apóstol, es un afiebrado y maduro joven cubano de veintisiete años.

En México tiene en Mercado un gran amigo y no falta el amor a otras mujeres. A Rosario de la Peña escribe cartas desesperadas: “Rosario, me parece que están despertándose en mí muy inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza; me parece que voy a hallar una alma pudorosa, entusiasta, leal, con todas las ternuras de mujer, y toda la alteza de mujer mía. Mía, Rosario. Mujer mía es más que mujer común”. Pero Rosario no acepta al poeta, solo queda una leal amistad, o la herida latiendo en unos versos sencillos: “He visto vivir a un hombre – Con el puñal al costado, – Sin decir jamás el nombre – De aquélla que lo ha matado”.

Rinde, José Julián, su amor a los pies de una camagüeyana: Carmen Zayas Bazán. Ella le da un hijo que le arranca quince poemas al Ismaelillo. Una muchacha en Guatemala no muere de frío, muere de amor por ese cubano cariñoso que le inspira frente al piano y la música que la consuela. Otra vez el poeta nos deja el rastro de una escena tremenda: “Él volvió con su mujer:-Ella se murió de amor. -Como de bronce candente-Al beso de despedida-Era su frente ¡la frente-Que más he amado en la vida!”

Y sin embargo, el mayor amor de José Julián está en aquel verso memorable: “Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”; en un discurso que conmovió a los tabaqueros de Tampa donde hablade amores que fundan: “Las palmas son novias que esperan, hemos de poner la justicia a la altura de las palmas”. Las verdaderas nupcias de José Julián estaban en cuatro letras que llevaba en el anillo de la mano izquierda, el que se hizo con los mismos hierros que arrastró en las canteras de San Lázaro. Su amor definitivo, Cuba.

Por eso el amor de Martí vive más allá de cualquier mujer, él carga una cruz desde Abdala que muere por Nubia, hasta la sangre de Dos Ríos, creció por encima de la hierbay alza sonriente, en el pecho de los que saben amar, rosas blancas.

(*) Profesor universitario y colaborador

 

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