De listas espurias a feroz persecución

La gran pregunta dramática, para formularlo en términos literarios, que uno debe hacerse frente a los manejos de Joe Biden, el actual mandatario de los Estados Unidos, es si puede esperarse un cambio, a corto o mediano plazo, de su política respecto a Cuba.

Su antecesor, Donald Trump, nos acosó con una cifra espeluznante: de más de 240 acciones contra el Estado cubano, las instituciones de la nación, empresas y personas naturales, que es decir a todo un pueblo. Y no solo esto, puso a Cuba en listas restrictivas y espurias, canceló los cruceros, limitó viajes y envío de remesas y desató una feroz persecución a la colaboración médica cubana en todo el mundo.

A esto se suman las conscuencias de la reinclusión de Cuba en la engañosa lista del Departamento de Estado sobre países que supuestamente patrocinan el terrorismo.

Como expresara Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de la República y Primer Secretario del Partido, en la clausura del 8vo. Congreso: “Ningún funcionario estadounidense y ningún político de ese u otro país puede afirmar sin faltar a la verdad que Cuba patrocina el terrorismo. Somos un país víctima del terrorismo, organizado, financiado y ejecutado en la mayoría de los casos desde los Estados Unidos”, por lo que al rclamo por eliminar el cerco se une el de la salida inmediata de una relación que nada tiene que ver con Cuba.

Con semejante barraje de fuego, Trump puso fin a la veintena de acuerdos logrados por Obama a partir del 2014, encaminados a la normalización de las relaciones diplomáticas entre los dos países.

Biden logró la presidencia con el voto significativo logrado a partir de sus discursos de campaña, donde reiteró con insistencia su intención de retomar el camino emprendido por Obama. Sin embargo, ya transcurrieron algo más de cinco meses desde que asumiera el control de la nación y nada cambia, continúan las asignaciones millonarias para sostener los programas de subversión y no toma decisión alguna que pueda incomodar, aunque solo fuera ligeramente, a determinados grupos de poder, anticubanos, en el Congreso de esa nación.

Cierto que la mala sombra de Trump, quien todavía sigue vivo políticamente y ejerciendo una marcada influencia nefasta, conservadora y retrógrada, lo sigue como un fantasma y acosa por todos lados. Cierto que Biden no las tiene todas consigo, que no logra sentirse seguro, comprendido ni siquiera bien obedecido por algunos de los que componen su equipo de gobierno; y esto lo hace ser muy cuidadoso, lo obliga a andar con pies de plomo como diríamos en buen cubano.

Biden tiene, además, por delante, las clásicas elecciones de término medio, la mejor baliza de referencia cuando uno aspira a reelegirse como presidente de los Estados Unidos, y en ningún momento ha manifestado lo contrario.

La política de Biden, hasta ahora, sigue los manejos y el esquema de Trump; continúa la persecución a las transacciones bancarias de Cuba, hace todo lo posible porque no nos llegue petróleo, mantiene la prohibición de los vuelos directos y ni siquiera permite a sus propios ciudadanos hacer uso de su tan cacareada libertad y venir como turistas; en resumen, nada nuevo.

Con semejante panorama, un pronóstico puede vislumbrarse: si Joe Biden, algún día, mejora sus relaciones con Cuba, será como lo hizo Barack Obama: en la última parte de su segundo mandato como presidente –si es que logra reelegirse–, nunca antes. O sea, tienen que transcurrir primero otros cinco años y medio, como mínimo.

Un lapso de tiempo bastante grande, batuqueados por una pandemia, donde cuanto hagamos por sostenernos será poco porque importa además desarrollarnos. Y a eso nos llama la dirección de nuestro país. Su receta está prescrita hace más de 20 años y no caduca: aplica una vacuna con suficiente solera, diseñada por el Comandante en Jefe cuando en su Concepto de Revolución especificó que debemos: “emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”. No otro es el camino para resistir y avanzar aun en medio del acoso imperial.

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