Cubanidad y Cubanía

Bandera cubana en la Fortaleza de La Cabaña. Foto: Abraham Santana Díaz / Cubadebate
Bandera cubana en la Fortaleza de La Cabaña. Foto: Abraham Santana Díaz / Cubadebate

Intervención en el espacio Dialogar, dialogar de la AHS, realizado en la facultad de biología de la Universidad de La Habana, 16 de mayo de 2017

Los conceptos de cubanía y cubanidad merecen una reflexión. Son peligrosos si se enfocan de una manera extrema, dogmática o reduccionista. En primer lugar cubanidad es la calidad de lo cubano. Y cubanía es la vocación de ser cubano.

La cubanidad como la cubanía son categorías del espíritu y también volitivas. No fueron muchos los estudiosos del siglo XIX que hicieron reflexiones teóricas sobre estos conceptos de cubanía y cubanidad.

Lo cubano como esencia o como matriz cultural etnográfica mucho antes de ser motivo u objeto de teorizaciones, se expresó primero en las artes. Yo creo que el artista siempre ha sido una figura emblemática de la vanguardia, en todos los sentidos sobre todo desde el punto de vista de la intuición. Si pensamos en la música, veremos que los elementos llamados criollos, o sea, de cubanos ya nacidos en la Isla, están en las danzas de Manuel Saumell, luego en las contradanzas de un gran músico y compositor, Ignacio Cervantes, y en la música popular, en las zarabandas, en los minuets, en las chaconas amulatadas en géneros que derivaron todos de ritmos y danzas europeas, sobre todo francesas. Y por ahí vamos entendiendo un poco dónde está el oído del cubano para percibir ciertos aires y expresarlos en un género, en una manifestación rítmica, en un estilo que ya se iba perfilando.

Y qué decir de la plástica, la plástica cubana, que se inició como casi todas las expresiones de este continente básicamente en la religión. Tuvo uno o dos artistas plásticos que definieron lo cubano poniendo en sus cuadros un hombre negro en un óleo religioso. Es el caso de Nicolás de la Escalera ¿Y eso sería suficiente para afirmar que este pintor, que se inspiraba quizás en una escuela europea, era un pintor cubano? Todos estos son cuestionamientos. Digo que los conceptos de cubanía y cubanidad son peligrosos porque, si no están asimilados con una visión dialéctica profunda pueden derivar en un nacionalismo estéril y hasta nocivo, que nos puede limitar la visión que debemos tener todos los cubanos que vivimos en la isla, donde las fronteras están abiertas; puede ser una visión peligrosa porque al final somos parte del universo.

Sin embargo, hubo un intelectual en el siglo XIX, un gran estudioso de la cultura cubana y de las zonas periféricas o marginales de la sociedad, que entró en esa abigarrada urdimbre, en esa masa compleja de factores y elementos, y fue José Antonio Saco.

José Antonio Saco, sociólogo empírico, pionero de la visión sociológica de la cultura, tuvo el valor de asumir ciertos estratos populares, entenderlos, analizarlos; estudió el juego, la vagancia, los males de la sociedad, de la “mala vida” y fue el verdadero pionero, de la sociología cubana y de los estudios etnográficos. Él fue la figura cubana a la que más se acercó el maestro Fernando Ortiz. Su paradigma.

Cuando uno lee la obra de Fernando Ortiz, uno dice: bueno, y por qué no está citado José Antonio Saco más profusamente. Él hablaba de Saco, como historiador y lo hacía con respeto. Y es que todo lo que hizo Fernando Ortiz, desde ese texto que tituló Los factores humanos de la cubanidad, fue tratar de colocar la obra de José Antonio Saco en la contemporaneidad. Fue de las primeras cosas que escribió, así como Entre Cubanos de 1913, un estudio de la psicología tropical, como la tituló.

Por eso pienso que la obra de Fernando Ortiz, es todavía una obra desconocida. Se habla de la transculturación, de que Cuba es un ajiaco, y citan a Don Fernando; pero yo retaría a los estudiantes universitarios y a muchos profesores universitarios a que me dijeran si han leído La africanía en la música folklórica de Cuba, si han leído los cinco tomos de Los instrumentos de la música folklórica de Cuba, si han leído Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, si han leído El contrapunteo cubano del azúcar y el tabaco, si han leído Una pelea cubana contra los demonios, si han leído sus ensayos, sus artículos en revistas como la revista Bimestre, donde se publicó por primera vez; los factores humanos de la cubanidad, y no voy a quedar satisfecho con la respuesta, porque es curioso que un hombre que es un símbolo y una referencia necesaria para cualquier interpretación de la vida cubana, ya sea de la cultura literaria y artística, o de la política cultural y de la educación no sea leído como merece. Ortiz se ocupó también de la primera reforma universitaria y de asuntos jurídicos porque era abogado. Y escribió sus primeras obras, modestas, de principiante, cuando tenía trece años en Menorca, y otras obras también, con esa visión tan preclara que siempre tuvo y tan dirigida al análisis y la valoración de la cultura popular, tomando siempre como ejemplo la obra del maestro José Antonio Saco.

Para tener una apreciación justa, equilibrada, de qué es la cubanía y qué es la cubanidad tenemos que –como se dice ahora– mirarnos por dentro; mirarnos por dentro sin prejuicios, sin limitaciones, pero siempre con una visión amplia, con una visión integral, nunca con una visión localista, porque caemos en un nacionalismo chato, en un nacionalismo pueril, que no conduce a nada, que es estéril y peligroso, como ya dije.

Don Fernando con todo su aparato teórico y su formación empírica como antropólogo y como historiador–porque él era, repito, un abogado, criminólogo, graduado en Derecho Público, todo lo que hizo fue estudiar, leer, estar al día y sobre todo consultar la obra de los grandes antropólogos, los grandes historiadores y los grandes etnólogos de su época como Enrico Ferri, César Lombroso y Manuel Salés y Ferré, su maestro de Sociología en Madrid.

Tuvo sus diferencias grandes con la Escuela de Chicago y con la figura de Melville Herskovits, que defendía el concepto llevado y traído de aculturación que al final es colonialista. Fue por eso que en su libro Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar introdujo esa nueva teoría, que es más que un neologismo, es un concepto que lleva un análisis muy riguroso de la fusión de los elementos de una cultura que, al fusionarse, crea una tercera categoría, o sea, un tercer producto, que tiene sus raíces en estos dos elementos duales, pero que ni uno choca con el otro, ni uno reduce al otro, los dos constituyen aportes fundamentales y crean eso que hoy nosotros podemos definir como lo nuestro, lo cubano, la cubanidad en este caso.

Un antropólogo polaco-norteamericano, Bronislaw Malinowski, de la escuela del noreste de Estados Unidos, la escuela de Yale, y también de Harvard, aunque él era profesor en Yale, sí apoyó este concepto de transculturación frente a la Escuela de Chicago, frente a la obra de Melville Herskovits, de Ruth Benetict y de otros antropólogos, de la propia Margaret Mead, y creo que Bronislaw Malinowski, que hizo el prólogo al libro Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, fue uno de los intelectuales norteamericanos que mejor entendió el propósito primario y fundacional de la obra de Fernando Ortiz. No solo por haber asimilado y adoptado el concepto de transculturación, que Don Fernando va creando ya mientras está escribiendo este libro, este pequeño opúsculo que nosotros convertimos en libro porque es un ensayo publicado en la revista Bimestre cubana en el año 1939, y que es el resultado de una conferencia que dio Don Fernando, como él dice, “en mi querida universidad”; querida universidad que le entregó el Honoris Causa después que la Universidad de Columbia se lo había dado. Así es la vida. Hay buenos cubanos y cubanos menos buenos.

Don Fernando no siempre tuvo la anuencia y la simpatía de todos los profesores universitarios. Había prejuicios hacia el negro, hacia las culturas de origen africano. Y él fue un precursor de los estudios sobre esas culturas, y un hombre que luchó contra muchos esquemas y que abrió muchas brechas; brechas necesarias para entender hoy justamente el término que él también llamó en este ensayo ajiaco; ese caldo donde se cuecen productos de todo tipo, de todos los elementos: una cazuela abierta. Dice él que eso era lo que comían los aborígenes. Bueno, él hacía sus conjeturas también, porque como intelectual creativo tenía su imaginación. Afirma que eso era lo que comían los aborígenes. Quién puede saber si ese caldo llamado ajiaco lo comían los aborígenes, lo que sí sabemos que los aborígenes comían pescado, plátano y comían yuca, comían lo que tenían a mano, hasta jutias y había ya en esa época. Pero, bueno, en este ensayo él introduce esta idea de que Cuba es un ajiaco, una especie de Melting Pot donde confluyen muchas tendencias, confluyen muchos elementos, confluyen todo tipo de corrientes: corrientes nacionales, corrientes religiosas, corrientes étnicas, corrientes culturales. Si Don Fernando Ortiz hoy estuviera impartiendo aquí una conferencia, diría; Caramba, ese ajiaco se ha enriquecido porque nosotros ahora no podemos hablar de lo cubano sin tomar en cuenta también la presencia rusa o soviética que tuvimos aquí durante muchos años. Es decir que este es un ajiaco que se ha ido cociendo gradualmente y sin prejuicios, sin descartar ninguno de los productos que constituyen ese precioso caldo.

Yo decía que las expresiones de lo cubano primero se han dado –y decía por eso que el artista es siempre un vanguardista, un pionero, un precursor– en la música, en el arte en general, y ahí están las muestras en nuestra cultura. Mucho antes que Don Fernando, José Antonio Saco, y más tarde en el siglo veinte Miguel de Carrión, Jorge Mañach, Elías Entralgo, Juan Pérez de la Riva y otros estudiosos que han indagado un poco en qué es lo cubano, esa gran pregunta, esa pregunta tan difícil a la cual yo no le hallo una respuesta definitiva ni concreta, porque está relacionada con la identidad que es su prima hermana; un concepto muy resbaladizo porque la identidad se está forjando desde que esta isla empezó a recibir influencia del exterior, cuando el famoso choque de culturas al que Don Fernando llamó encontronazo entre las culturas aborígenes llamadas taínas arbitrariamente porque taína en aquel momento no definía a una entidad o a una etnia; era un término, aruaco o arauaco, que quería decir “hombre de paz”, clima suave, u hombre bueno como está en los diccionarios. Figúrense, los indios cubanos, los aborígenes cubanos, llegaron aquí del noroeste de Venezuela huyendo de los Caribes, que sí eran agresivos, y estos eran los indios que había aquí. No había más de 130 mil, de acuerdo con las investigaciones que se han hecho por los arqueólogos y por los antropólogos y los yacimientos que se han encontrado en las excavaciones. Realmente según los restos humanos, no había más de 130 mil habitantes en la isla, mucho más concentrados en las provincias del este del país, de Mayarí, lo que es hoy Holguín, Banes, toda esa zona. También había en Pinar del Río y se definieron de alguna manera como guanahatabeyes, siboneyes, incluso Don Fernando cayó en esas clasificaciones y era lógico, era la época.

En el libro de Las cuatro culturas indias de Cuba se vio seducido por esas clasificaciones, que ahora han sido completamente superadas por estudiosos más recientes. Nosotros publicamos recientemente un libro en la Fundación Fernando Ortiz, de la estudiosa chilena Lilian Moreira, una contribución importante, donde ella define las culturas aborígenes, o sea, los llamados indios, por sus funciones, por el trabajo que realizaban, por el desarrollo que tenían, si eran ceramistas o preceramistas, si eran agricultores, si eran pescadores, y así. Y es como se tiene que definir y clasificar una cultura tan compleja como la cultura aborigen nuestra.

Pero, bueno, hubo también ideólogos del siboneyismo con sentimientos racistas porque estaban en contra de la pujante presencia africana en nuestro país, que fue decisiva y rotunda y lo es aún hoy. El siboneyismo nació entre otras cosas para combatir precisamente esa tendencia y esa literatura y esa poesía que desde Espejo de paciencia exponía factores visibles de la presencia de origen africano.

El siboneyismo inventó todas esas clasificaciones, en que cayeron seducidos tantos estudiosos. Pero el libro de Lilian Moreira aclara muy bien que el concepto o la definición étnica de taíno es muy imprecisa.

Hoy hasta en los museos de Francia, cuando se va a hablar de la cultura del Caribe, de la República Dominicana y de Cuba y Puerto Rico, se habla de taínos y se ha asimilado digamos ese etnónimo como una clasificación étnica. Y quedó patentizado así.

El caso es que Don Fernando fue pionero hasta en eso, hasta en los estudios de arqueología, y yo decía que después de la obra de José Antonio Saco y quizás de la obra de algunos costumbristas y viajeros notables-porque para conocer la cultura cubana, para conocer la historia de Cuba-no basta con leerse los libros de teoría o de sociología. La sociología que se estudió en esta Universidad no era la más adelantada. De Cuba no se hablaba casi nada. El doctor Roberto Agramonte daba Metodología de la Investigación Sociológica, pero muy poco se refería a Cuba. Nos enterábamos cuando Raúl Roa, Jorge Mañach o Fernando Ortiz hacían una conferencia. Después cerraron la Universidad y se acabó todo cuando los esbirros ocuparon esta universidad en el año 1956. Yo pasé a la Escuela de Publicidad porque quería conocer a los profesores de la Universidad, y así fue que tuve que pasar a una escuela de publicidad. A mí la publicidad no me interesó nunca, pero era donde estaban los maestros que habían perdido sus cátedras y sus puestos en la Universidad. Era una escuela de publicidad privada de influencia norteamericana en Cuba, en los años 1957, 58 y 59.

Don Fernando hizo cursos de verano en esta Universidad, eso sí y fueron muy importantes, en los años 1947 y 1948. Hizo dos cursos que llamó Escuela de Verano, pero yo era un niño y solo tengo información de esas escuelas por sus estudiantes. ¿Por qué digo esto? Porque la sociología que se estudiaba aquí era una sociología con una metodología que venía de la escuela europea, ni siquiera de la escuela de antropología de México, que era la escuela más importante de América Latina, ni la de Brasil, eran textos muy escuetos, muy fríos, gélidos casi, de manuales sociológicos, Metodología de Investigación, genérica. De Cuba no se hablaba; de Cuba hablaba Raúl Roa, de Cuba hablaba Fernando Ortiz, de Cuba hablaban José Lezama Lima y Cintio Vitier cuando daban una conferencia o Argeliers León, y uno se enteraba de qué era lo cubano. Pero por los estudios sociológicos que se hacían aquí uno no se enteró nunca de nada de eso. Recuerdo que en aquella Escuela de Publicidad Marta Vesa daba una asignatura que tituló Medio Social Cubano y allí si nos acercamos a la verdad, a lo que eramos como cubanos. No olvidaré aquellas clases, ahí estaban presentes las obras de Fernando Ortiz, de Juan Luis Martin, de Lydia Cabrera.

Y puedo decir, quizás exagere, que quien primero teorizó sobre lo cubano, así, propiamente sobre lo cubano y sobre la cubanidad, fue Don Fernando Ortiz en este texto publicado en la revista Bimestre y que después publicamos en la Fundación a Fernando Ortiz como un pequeño libro.

Este concepto de cubanidad y cubanía lo toma Don Fernando de una de las figuras que él más admiró en su vida. Él admiro mucho a hombres como Malinowski, incluso a Herskovits, Ruth Benedict, admiró mucho a Roger Bastide, Franz Boas a Curt Sachs. El estaba al día, increíblemente sin Internet, sin I pad, sin tabletas, sin celulares ni nada, Don Fernando tenía una información al día de todo, se escribía con el mundo entero. No creo que haya un escritor, un investigador cubano que haya tenido más relaciones con figuras del mundo, como Don Fernando Ortiz.

No se ha publicado la correspondencia de Lezama Lima, no se ha publicado la correspondencia de Mañach, de Raúl Roa, pero yo sé que el hombre que más se comunicó con el mundo fue él. Y por eso digo que los conceptos de cubanidad y cubanía son peligrosos, porque en Ortiz son universales, nacen de una visión proteica, no desde una visión localista o bastarda y estereotipada que nos llega del American way of life de Miami. Universalidad desde el enfoque antropológico de diversidad cultural. Esa es la visión de Fernando Ortiz.

Nosotros hemos publicado ya tres tomos de la correspondencia de Don Fernando compilados y acuciosamente comentados por la licenciada Trinidad Pérez, vicepresidenta de la Fundación. Y ahí verán ustedes las polémicas sobre lo criollo, sobre lo cubano, las polémicas con la Iglesia Católica, con el Padre Rubino; las polémicas sobre un tema tan vigente hoy como el clima, Don Fernando fue un precursor de los estudios climáticos y atmosféricos con El Huracán, su mitología y símbolos. ¿Qué símbolo era? El símbolo de la destrucción, el símbolo del demonio. Don Fernando fue un precursor en todo. Y creo, sin temor a equivocarme, que nadie teorizó sobre lo cubano y la cubanía, que es el tema de ustedes hoy aquí, como él. Nadie aterrizó en eso de esa manera, él aterrizó en un Boeing, no en una avioneta, porque él venía montado en un Boeing, él estaba en el mundo, mirando al mundo, y analizando qué decía por allá Arthur Ramos, Edison Carneiro, qué decía por acá Melville Herskovits, qué decía Miguel de Unamuno. Y a propósito de Miguel de Unamuno, uno de sus grandes modelos, uno de los hombres que él más admiró desde su primera juventud, y con quien estableció también una correspondencia. Fue a partir de la idea de la hispanidad y la hispanía en Miguel de Unamuno que Don Fernando traspoló estos conceptos.

Pero si ustedes leen las ideas de Fernando Ortiz sobre lo cubano, la cubanidad y la cubanía verán que todo es muy impresionista que no hay definiciones categóricas, que él no dice: lo cubano es esto y no esto otro, no, lo otro no. Lo cubano puede ser de intención volitiva, lo otro él no lo toca; lo que no es cubano él no lo toca. La cubanidad sí, porque son los factores ya materiales, etnográficos, que definen la cubanía.

¿Qué cosa es la cubanidad? La cubanidad es cómo nos comportamos, cómo hablamos, cómo sentimos, qué música nos gusta, qué arte nos gusta, es decir, la argamasa de lo cubano, Y la cubanía la puede sentir incluso una persona que no haya nacido en este país; una persona que viva en este país y que diga: tengo la voluntad de ser cubano. Pero, ¿qué es lo cubano? ¿Lo cubano que definió Fernando Ortiz en el año 1939 es lo cubano de hoy? ¿Es que no han pasado por aquí diferentes etapas en nuestro devenir y nuestra historia? Para terminar no, para continuar en el hoy que es el socialismo, que es más integrador, que tiene principios como la solidaridad, el humanismo, el nuevo humanismo; es un rescate del pensamiento martiano, del pensamiento de Félix Varela, de Ortiz, de los próceres de nuestra nación.

Entonces en las ideas de Fernando Ortiz tanto de lo cubano, de la cubanidad y la cubanía, no hay nada que sea estrechamente sellado o marcado por una visión categorizante, y es que Don Fernando, además de ser un pensador, era un gran escritor y apeló siempre en toda su obra al mundo tropológico. Y yo digo que un verdadero investigador, un verdadero poeta, un verdadero escritor, si no tiene su mundo de metáforas está perdido. Y él tenía su mundo metafórico. Por eso aplicó la idea de que Cuba es un ajiaco, que es una simple metáfora, pero que él definió de una manera muy acertada y original.

En las cartas de él a Miguel de Unamuno y en las de Unamuno a él, que no son muchas, pero son muy interesantes y polémicas, Unamuno se expresa con profunda admiración de la obra de Fernando Ortiz, porque entiende, como buen pensador y filósofo, que Don Fernando no está haciendo una investigación o un registro etnográfico por gusto. El hace todo eso, y lo entendió Unamuno y lo entendió su amigo Edison Carneiro, cuyas cartas yo leí cuando se las mandaba a Don Fernando, al hacer esa investigación tan abarcadora, tan meticulosa, no se le escapó un solo instrumento de los que existían en la época. Hasta la tumbandera en Pinar del Río. Fue allá a investigarla. La tumbandera es un instrumento de los cordófonos, como una caja enterrada y después, con un palo flexible y una cuerda, se tocaba, y tenía un sonido muy profundo, muy resonante, como un bajo, un instrumento congo de los congos de Pinar del Rio y de las comunidades haitianas.

Toda esa riqueza, ese tesoro que hay en los cinco tomos de los instrumentos está hecho para justamente tratar de explicarle al lector el poder simbólico –fíjense lo que digo–de esos instrumentos. Él se adelantó a Fernand Braudel en las teorías del simbolismo y se adelantó a las teorías de la mentalidad, a todas esas teorías que en su época, los años 40, 50 y 60 no estaban en boga, como se adelantó en El engaño de la raza, al ADN, y al concepto de que no hay raza. José Martí dijo no puede haber odio de raza porque no hay razas, pero él demostró científicamente por qué no había razas, sino diversidades biológicas que tienen sus características, pero que, si había discriminación hacia el negro, era por la esclavitud evidentemente. Y nos han querido convencer de que el negro era inferior porque llegó aquí esclavizado, pero un ente “inferior” que contribuyó a desarrollar la economía. Todo el mundo habla de la rumba y del mambo y de la santería y del palo monte y del abakuá, pero el aporte fundamental del negro a Cuba fue en la economía, levantó la economía de este país. Hicieron los castillos, las iglesias, hicieron las fortalezas y trabajaron arduamente en el sistema intensivo de plantación azucarera, que fue lo que enriqueció a este país y al mismo tiempo lo hundió porque nos enajenó al convertirnos en un país de monocultivo, y España y Estados Unidos se aprovecharon de eso y sembramos caña, sacrificando otros cultivos.

La cuota azucarera que vendíamos a Estados Unidos fue un arma de doble filo y una coyunda. Yo pienso que si uno analiza a fondo cada descripción que hay en Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba, de la teatralidad de los negros, en cada uno de los instrumentos que aparecen en los cinco tomos de los instrumentos, se dará cuenta de que Don Fernando estaba tratando de decirle al mundo: aquí hay una cultura, aquí hay una cosmogonía, aquí hay una filosofía que no es la nuestra, que es una filosofía occidental, pero hay otra filosofía y un imaginario y hay una cultura que ha contribuido al corpus identitario de nuestra nación, que la ha definido y esa influencia está en estos instrumentos, en estos bailes, en este teatro, en estas expresiones. Y es el signo que marca a todo el Caribe.

Hace años en España conocí a un discípulo de Julio Caro Baroja, un antropólogo de la escuela de la hispanidad; como Miguel de Unamuno. Y yo siempre digo que Don Fernando fusionó en su persona a estos dos extraordinarios intelectuales, que él admiró tanto, a Miguel de Unamuno con su concepto de la hispanía volitiva, el concepto de lo español unitario, no regionalista, con la obra de Julio Caro Baroja, que fue un estudioso de las periferias de los pueblos de España, y en cada uno de sus estudios de los pueblos de España está definido claramente, sin ser un teórico de las mentalidades o del simbolismo, definió Julio Caro Baroja, como lo hizo Fernando Ortiz, la mentalidad de estos pueblos de España, la diferencia entre un extremeño, entre un andaluz, entre un andaluz y un catalán, todos estos pueblos que él estudió. Ortiz es un poco, por poner un ejemplo de dos intelectuales prominentes de habla hispana, la fusión de los conceptos de Miguel de Unamuno y la obra etnográfica y sociológica de Julio Caro Baroja; pero supera por supuesto con creces la obra de Julio Caro Baroja, porque don Fernando va en el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar a hacer un análisis socioeconómico muy profundo de nuestra vida y nuestra economía, y es donde él denuncia justamente al terrateniente, al monocultivo y a los latifundios.

Voy a leer una frase de él. Dice Don Fernando: “Hemos dicho que la cubanidad es sobre todo una condición de cultura, la cubanidad es la pertenencia de la cultura cubana. ¿Pero cuál es la cultura característica en Cuba?”

Todo en él es así, en ese sentido también es un pensador dialéctico. Siempre se lo está preguntando todo. Para saberlo, habría que estudiar un intrincadísimo complejo de elementos emocionales, intelectuales y volitivos. ¿Cuáles son las culturas que se han ido fundiendo en Cuba? Toda la escala cultural que Europa pasó en más de cuatro milenios, en Cuba se ha experimentado en menos de cuatro siglos. ¿Qué pudiéramos decir ahora, que tenemos aquí…? Nosotros a todos los españoles les decimos gallegos, pero a los azerbaiyanos, a los armenios, a los de Uzbekistan, a los georgianos les decimos rusos. Somos iguales, es lo mismo, aquí cualquiera que venga de allá de lo que fue la Unión Soviética es ruso, y cualquiera que venga de España es un gallego.

Cito: “Como ocurre en el ajiaco, lo sintético nuevo está en el fondo, en las sustancias ya descompuestas, precipitadas, revueltas, fundidas y asimiladas en un juego común, caldo y mixtura de gente de cultura. La cubanía, que es conciencia y raíz de patria, surgió primero entre la gente aquí nacida y crecida, sin retorno ni retiro, con el alma arraigada en la tierra, la cubanía fue brotada desde abajo y no llovida desde arriba. La cubanía es la esencia de la que se nutre la cubanidad.”

Pero miren lo que les dice él en el año 1939 a los estudiantes: “El estudio de los factores humanos de la cubanidad es hoy de más trascendencia que nunca para todos nosotros.” Si eso lo dice en 1939, ¿qué podemos decir ahora que tenemos una aplanadora con elementos foráneos que están penetrando en nuestra cultura? Y no todos son positivos, porque a veces tenemos la idea de que todo lo que viene de fuera es lo bello, es lo hermoso. Todo lo que viene de Estados Unidos no es necesariamente bueno. Muchas cosas son muy buenas, el rock, el jazz, acabamos de tener el Día del Jazz. No podíamos hacer un Día del Jazz sin contar con Quincy Jones, sin contar con Herbie Hancock y con tantas figuras. Pero tenemos nuestros jazzistas maravillosos también, como Chucho Valdés y otros más. Y el jazz, como ustedes saben, en esa transculturación de la que habla Ortiz se enriqueció con Chano Pozo, con Mongo Santamaría, con Machito y Chico O´Farril, con Mario Bauzá y Graciela Pérez. Con toda esa gente que fue a Nueva York y allí crearon el jazz latino o el Afrocuban Jazz. Entonces esa teoría de la transculturación funciona perfectamente para definir este proceso.

El habla ya de transculturación en 1939 y durante el gobierno de Laredo Bru, después vino el gobierno de Fulgencio Batista, el primer gobierno de Fulgencio Batista, que hizo escuelas cívico-militares. Como todo dictador empezó a hacer cosas grandes, obeliscos y cosas así, hizo el obelisco de Marianao, hizo escuelas, hizo algunas cosas. Después se convirtió en un sicario, en un asesino.

Pero él dice aquí: “El estudio de los factores humanos de la cubanidad es hoy de más trascendencia que nunca para todos nosotros. Perdonadme lo esquemático y elemental de estos apuntes. Es a vosotros, jóvenes estudiantes cubanos de cubanidad y cubanía, a quienes corresponderá agotar esta investigación”. Él reconoce que la investigación no está agotada, porque la identidad es un proceso progresivo, continuo, permanente.

Y continúa: “A quienes corresponderá es a ustedes agotar la investigación, la experiencia, el juicio y hasta la práctica” –la práctica, muy importante la práctica. “No desmayéis en su estudio, en ello os va la vida.” Fue en 1939.

La vida demostró que tuvimos un proceso larguísimo, del 40 al 59, en que la cultura cubana fue despojada, fue distorsionada, maltrecha, fue víctima de situaciones realmente deplorables de mediocridad, también de figuras excelsas, como José Lezama Lima, Alejo Carpentier, Virgilio Piñera o Nicolás Guillén. Se promovió un arte muy banal y muy mediocre en la televisión, en la radio, telenovelas muy insustanciales, muy banales. Y todo eso tratamos de rescatarlo a partir del 1959 con una visión distinta, más profunda, yo diría más científica, de cuáles son verdaderamente los valores que nutren nuestra identidad, no los valores que la deprimen o que la distorsionan y la empobrecen.

Eso fue lo que quiso decirnos Fernando Ortiz: vayamos a los valores sustanciales, vayamos a las esencias, vayamos a lo verdaderamente cubano, y no olvidemos que el concepto de cubanía tiene que poseer siempre una visión universal, no una visión manca, esquemática y localista.

Ese es el ejemplo que nos dio Don Fernando (APLAUSOS).

Intervención oral de Miguel Barnet en la Universidad de La Habana en Mayo de 2017.

Intervenciones durante el debate

Tú diste –se refiere a intervención de Enrique Ubieta- un marco sociopolítico ahí muy importante, porque yo creo que justamente, aunque Martí no mencionara el concepto de nación, lo que estábamos tratando de forjar con un gran esfuerzo dentro de la guerra, de la gran guerra de independencia, la Guerra de los Diez Años, en esa integración de todos los factores, étnicos, raciales, ya con esa fusión era como unas nupcias donde se producía, no una transculturación que ya existía, sino una fusión, que daba pie a acercarnos a un concepto de patria liberada, de patria que no estaba enajenada, que quería romper con esa colonia, como tú dices, que estaba ya tan agotada, tan desvencijada, y que había perdido el imperio que tuvo donde no se ponía el sol, y esos cubanos que lucharon igual esclavos, ex esclavos, ex cimarrones que se incorporaron a las guerras con los generales que son hoy los próceres. Eso estaba forjando ya una unidad, o por lo menos el principio de una unidad, que iba creando el concepto de qué cosa es Cuba, no hablamos de nación; es Cuba. Y al final se forjó la nación cubana.

No creo que esa integración de gente humilde con los hombres ricos terratenientes que se incorporaron a la batalla por la libertad de Cuba haya sido el primer paso. Yo creo que desde que llegaron aquí los andaluces después los primeros esclavos africanos y se produjo la miscegenación con los indígenas ya se estaba creando un nuevo ente, un nuevo ente social, un nuevo ente humano. ¿Cómo le llamamos? Criollo, cubano, no sé, pero ya empezó ahí. Luego en todos los procesos históricos, como tú defines ahí en las Guerra de Independencia, que fue ya la consolidación de esa unidad.

Eso lo entendió también muy bien José Martí, porque José Martí estaba convencido, cuando otros no lo estaban que los cubanos se iban a unir todos en un haz coherente de luz para lograr la independencia de Cuba de España. Él estaba convencido.

Esa fue su gran lucha, y por eso creó el Partido Revolucionario Cubano, donde integró a un grupo de mambises que venían de la Guerra de los Diez Años y se incorporaron al Partido y a la guerra necesaria, que fue la guerra de 1895. Otros no, ahí estuvieron las polémicas famosas con Enrique Collazo, con Ramón Roa y otros para qué vamos a entrar en eso. Martí sufrió mucho, mucha incomprensión.

Yo hice ahora en Nueva York una ruta que nunca había hecho. La hice con un amigo historiador cubano, Lisandro Pérez, hice la ruta de José Martí en Nueva York, casi todo en lo que se llama el Down Town, por allá por Wall Street, por Front Street, por allá abajo. Señores, estando yo ahí en los primeros días de marzo, había un frío tan grande que yo nada más que pensaba en Martí con el chalequito y la herida en la pierna y en el tobillo, pasando ese frío. ¿Qué cosa era Front Street frente a la Bahía? Un aire que venía como una ventisca que acababa con uno, que te clavaba como un cuchillo en el cuello. Y Martí sintió todo eso. Pero sintió también el dolor de la incomprensión de algunos de esos hombres próceres que tú dices, que pelearon en la Guerra de los Diez Años, que no entendieron que ese hombre allá en Nueva York estuviera forjando la unidad de la Patria. Y lo hizo.

Yo estoy de acuerdo con todo lo que él ha dicho -se refiere a Enrique Ubieta-; no estoy de acuerdo porque quiera irme, sino que estoy de acuerdo, es verdad. Hay una diferencia muy grande entre la cultura del tener y la cultura del ser. La cultura del ser es lo que quiso o intentó definir Fernando Ortiz como cubanía, es la cultura del ser, del ser ontológico, del ser existencial, es la cultura de defender los valores históricos, los valores de permanencia, no los valores transitorios. Y yo pienso que el término afrocubano y cubanoamericano… El término afrocubano lo utilizó el cronista Antonio Veitía en 1847, y fue la primera vez. Don Fernando se valió de ese concepto para una parte importante de su obra para establecer una diferencia cultural entre los elementos hispanos como factores importantes de nuestra cultura de los elementos de origen africano de nuestra cultura. Fue una apropiación de un término que no tenía sino una intención cultural, no racista.

Yo creo que hoy el concepto de afrocubano como el concepto de negritud son conceptos que están pasados de moda, que están viejos ya, caducos completamente, porque el concepto de negritud es un concepto de un nacionalismo enfermizo, exagerado, extremo, que reacciona frente a un poder hegemónico en África y en Europa.

El término afroamericano existe y todavía tiene vigencia en los Estados Unidos. Pero es válido en los Estados unidos porque allí todavía el hombre y la mujer negros están discriminados, están compartimentados en estancos, en nichos. Usted va a Nueva York, va a Harlem y allí ve una comunidad inmensamente mayoritaria de negros, va a la Quinta o Sexta avenida y ve unos cuantos. Es distinto. Hay una compartimentación, el sur de los Estados Unidos, lo que se llama el Bible Belt, el Cinturón de la Biblia, es básicamente de hombres y mujeres negros de religiones evangélicas. Entonces, como allí existe ese racismo brutal, despiadado, donde usted ha visto que los blancos matan a los negros y quedan impunes los blancos en la gran mayoría, a pesar de haber tenido un presidente negro, que no hizo más que responder a los intereses hegemónicos, la verdad es esa. Y lo que hizo aquí fue una payasada, lo que hizo aquí reuniéndose con los pequeños empresarios fue una payasada, porque a mí que no me digan que él representa a los pequeños empresarios, él representa a las transnacionales y a las corporaciones, y representa al poder hegemónico y a la cultura del tener. Pero, bueno, hizo algunas cosas buenas; ya lo estamos extrañando (RISAS). Yo sabía que lo íbamos a extrañar. Entonces decir aquí a un negro ahora…

(Se dirige a un compañero: ¿tú te consideras afrocubano? ¿Qué te consideras, cubano, no?)

(El compañero le responde: “cubano”)

Se dirige a otro compañero: ¿Y usted, profesor, cubano, verdad?)

(El compañero le responde: “cubano”)

¿Quiénes se consideran afrocubanos? Ah, les voy a decir, les voy a decir con todas sus letras quién: un grupo de llamados afroascendientes a las escalerillas de los aviones, que van a los simposios que hacen en los Estados Unidos y en Alemania y por aquí y por allá a hablar del racismo en Cuba. Aquí hay elementos y rezagos todavía de posiciones raciales, pero a mí que no me digan que aquí hay un racismo desmedido como el que hay en Estados Unidos.

Yo he dado conferencias en los Estados Unidos, y tengo que respetar a los que se consideran africanamerican, porque tienen necesidad de identificarse de alguna forma, de reconocerse frente al poder blanco hegemónico, y ese es su modo de defensa, porque la sociedad está compartimentada.

Pero yo estudié en una escuela norteamericana, ¿qué les parece? Ocho años. Y Fernando Ortiz, su primer idioma fue el menorquín. Yo puedo decir que mi primer idioma académico fue el inglés, porque yo estudiaba en una escuela de la Embajada Americana, en mi aula había dos cubanos nada más: Humberto Cortina, el nieto de José Manuel Cortina, que era mulatico claro, pero estaba ahí porque tenía mucha plata, podía pagar la matrícula, José Manuel Cortina hacía contribuciones a la escuela, un autobús, un VAN, y entonces el muchacho estaba ahí. Era un mulatico claro, podía pasar por blanco. El otro era Isidro Barredo, el dueño de una cadena de pollerías aquí, era una gente rica. Y yo no, mi padre era nada más y nada menos que agente de ventas de la Firestone y entonces yo aprendí el inglés… Yo no aprendí la gramática en castellano, yo no supe lo que era la gramática, eso que ustedes llaman gramática. Yo aprendí spelling, en inglés.

La única profesora que tenía de Español era la doctora Carolina Coronado, que daba una asignatura que yo extraño mucho, siento una gran nostalgia por ella, y se lo he dicho a la Ministra de Educación, que esa asignatura tendría que recuperarse. Era en español, se llamaba Moral y Cívica. Ahí se hablaba de los símbolos, de la bandera, del himno, de lo importante que era la nación, la patria. Pero esa profesora daba la clase esa un día a la semana, el resto de las clases eran todas en inglés: geografía, historia. Yo me sabía de memoria las capitales de todos los Estados de los Estados Unidos. Y si en aquel momento, en los años ’50, tú me hubieras preguntado dónde está Banes o Baitiquirí, no te hubiera sabido contestar; ahora, si tú me preguntas dónde está Madison, te digo que es la capital de Wisconsin.

Entonces, ¿qué pasó conmigo? Lo que pasó fue que vino la dictadura de Batista. Brutal. Mataron a compañeros míos, mataron a Oscar de Varona, que era un compañero mío no de clases, del barrio. Y yo empecé a tomar conciencia política porque ya yo estaba como en un misil, para allá. Mis padres eran… Ya yo tenía la beca y todo en una universidad en Illinois. Y vino el Comandante y mandó a parar.

Y yo te puedo decir a ti, y lo digo con emoción, que Fidel Castro me enseñó a amar a Cuba. Porque yo era, no un cubanamerican, yo era un proyecto de americanito nacido en Cuba.

Cuando yo empecé a estudiar la obra de Fernando Ortiz en el ’58 y a meterme en la santería a estudiarla, y en las reglas del Palo Monte y en la Sociedad Abakuá y todo eso, mi familia pensó que yo iba directo para un manicomio. Y a mí me hizo mucho bien que triunfara la Revolución si no, yo estuviera ahora a lo mejor manejando un ascensor en un hotel o de profesor de español en una universidad, quizás cuando más. No hubiera escrito mi modesta obra.

Entonces hay una cosa tremenda, voy a decir un disparate grandísimo. Yo no le temo a las modas, no le temo a las modas porque en aquellos años mis ídolos eran Patt Boone y Elvis Presley. Yo no bailaba rock and roll porque nunca he bailado ni un vals. Pero de pronto, cuando yo empecé a visitar el solar Miami, que estaba en la calle Calzada y J. Yo miraba desde mi edificio de Art Déco donde yo vivía, a los negros y a los chinos entrar ahí con los tambores…Y yo tenía 13 o 14 años, y tenía un amigo negro, Napoleón, que vivía allí en el solar y era del barrio, era hijo de un chofer amigo de mi papá. Y yo me fui con él un día al solar, me metí allí, y vi todo aquel mundo y aquella parafernalia y me resultó tan atractivo aquello, tan interesante, que cuando triunfó la Revolución yo fui a conocer a Argeliers León, y Argeliers León me introdujo a Don Fernando Ortiz. Y yo fui otro, mi vida cambió.

Yo creo que la cultura del ser se apoya en los valores espirituales, en los valores éticos, y valga la redundancia, en las expresiones culturales. Tú puedes ser un joven rockero, tú puedes pertenecer a una tribu de la calle G, lo que tú quieras. Ahora, esas tribus de la calle G, ¿qué cosa es lo que están traspolando a sus esquemas o a sus códigos? Lo abakuá, ¿sabías eso? Están traspolando la santería, están traspolando esas cosas y utilizando los signos de esas culturas. Claro, con intenciones no religiosas, no sanas. Pero es la cultura cubana, son elementos de la cultura de origen africano en Cuba. ¿Para qué hacen eso? Para destacarse, para crear estatus, porque lo importante es tener un estatus en la sociedad, lo importante en esos jóvenes es lograr un estatus, y cuando un joven no se siente identificado con un discurso oficial, va a buscar algo diferente, como un sello, como un signo, como un tatuaje. El que se tatúa es para mirarse al espejo. Tú no te tatúas y te viras de espalda, después que tú te tiras un tatuaje te miras al espejo: qué bonito me queda, me van a mirar. Eso es que estás buscando: tener una identidad diferente, y eso es legítimo. Pero todo eso es temporal, todo eso es temporal, todo eso pasa, cuando la gente de verdad adquiere una cultura. Y yo siempre digo que una puerta que se abre y no se cierra jamás es la de la cultura, esa sí no se cierra. Tú puedes tener otra vocación, otra cosa, puede gustarte un género musical y después no gustarte; pero una visión cultural profunda, que te alimente y te nutra, a la vez que tú la vas adquiriendo se convierte en un sano y fructífero vicio que te robustece.

Y a mí lo que me salvó de no ser un cuban american es la cultura, es haber estudiado la obra de los maestros, de José Martí, de Fernando Ortiz, y también de Elías Entralgo, de Jorge Mañach,de Lezama Lima, de Nicolás Guillén, de Alejo Carpentier, de Cintio Vitier. Eso es lo que nos da solidez, lo que nos da fuerza y nos hace resistir cualquier embate.

Y yo creo, y tú lo dijiste, Enrique, que la cultura es lo más importante. No por gusto Fidel dijo: “La cultura es lo primero que hay que salvar”. Lo dijo. Y yo creo que lo que nos salva a todos es la cultura, a ustedes la educación, los estudios que hacen aquí en la Universidad, las lecturas. Yo leería más a Martí, leería más a José Lezama Lima, leería más a Carpentier, a Guillén, a Fernando Ortiz, porque estoy seguro que ustedes han leído muy poco de Fernando Ortiz, no me lo tienen que decir, no se sientan culpables, muy poca gente ha leído la obra de Fernando Ortiz, porque es una obra muy voluminosa, son muchos tomos. ¡Pero la cultura salva! Lean hasta que se le irriten los ojos.

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