Conrado tiene la palabra

Foto tomada por  Lázaro Machín Pérez

Este año se cumplen 40 del debut de la Isla en nuestros clásicos nacionales y en su honor he creído propicio revivir la figura de quien, sin duda, ha sido uno de los más brillantes jugadores pineros de la década de los 50 y 60.

Los jóvenes de hoy podrán apreciar, a través de esta narrativa, los perfiles excepcionales que como atleta poseía el llamado Peje como cariñosamente le nombraba la afición en aquellos años, que no puede ser muy popular entre nuestros aficionados jóvenes por haber permanecido sumergido en el anonimato, pero hoy su nombre salta al recuerdo de los grandes del béisbol en la Isla, esos que entregaron vida y prestigio al deporte de las bolas y los strikes y que poseían extraordinarias condiciones dentro y fuera del terreno de juego.

Su rostro se iluminó cuando le dije que venía para hablar de pelota, fue su esposa quien rápidamente me invitó a pasar.

Conrado Cartel Moor nació el 19 de febrero de 1936, de origen humilde, con apenas 13 años y su cuerpo endeble, figuraba en las alineaciones de equipos de mayores, impresionando por su velocidad en el corrido de las bases, su bateo y la extrema facilidad con que fildeaba.

“Empecé a jugar en 1953 contra un elenco que se llamaba Estrellas de Batista que vinieron desde La Habana, el gallego Fermín era su director, que más tarde crea el plantel Los Cubanitos”.

Conrado Cartel llegó a constituir una especie de héroe para los jóvenes de su época, debido a su calidad como jugador y su coraje como atleta, fue él quien más le conectó a Pico Navarro, un lanzador que vino a la Isla precedido de enorme fama por la gran velocidad en sus envíos.

“En la década del 50 vinieron acá muchas novenas a jugar. La primera fue de Artemisa, que tenía un lanzador que le llamaban Pico Navarro, este era soldado de la tiranía y uno de los mejores pitcher en aquellos tiempos, tiraba durísimo. Por cierto yo fui uno de los que mejor le bateó”.

Conrado cierra los ojos, como buscando en el pasado un recuerdo en una época donde jugar béisbol era un privilegio de ricos.

“Formé parte de aquel famoso conjunto que se llamaba Pro-Campo Deportivo que jugaba en la zona de Vitico Muñoz. En una ocasión llegamos a ganar 13 juegos consecutivos, en ese equipo estaban Cecilio Soto, Alfredo Macoy, Eduardito Escribano que jugaba los jardines, Fernando Vallo, y otros grandes jugadores de la época”.

El Peje tenía notable tacto, corría como un bólido, poseía respetable brazo y tenía gran inteligencia. Datos que obtuve de contemporáneos que lo vieron jugar.

“En un choque contra La Habana conecte un triple y cuando pase por tercera Jorge Trigoura me aguanto por un pie y me caí, discutimos fuertemente, yo le reclamé a los árbitros y él reía de forma burlona.

“Conocí a Alfredo Street, a Guagüita López y otros grandes que brillaron, por cierto, el primer partido de 0 hit 0 carrera que dio Cecilio Soto, fue al equipo de Caimito y yo jugué en ese encuentro”.

Aunque el béisbol le corría por las venas, este parecía un sueño lejano, apartado de la realidad más concreta, la situación reinante en aquellos años le pasa factura  y el Peje le dice adiós al béisbol.

Interrogado cobre la actualidad de este apasionante deporte, me comentó: “Ha cambiado mucho, pero hoy los jugadores tienen mejores condiciones y pueden practicar y jugar sin preocupaciones”.

¿Jugador favorito?

“Michel Enríquez, es un fuera de serie, es una lástima que a última hora lo estén ignorando”.

Hoy al analizar a este fabuloso atleta, llego a la conclusión de que constituyó un caso insólito de jugador sin proceso de aclimatación, que no requirió enseñanza, ni previo adiestramiento para lograr su enorme desarrollo. La escuela del Peje a todas luces, fue el placer por el deporte y su práctica sistemática.

Finalmente nos despedimos con el compromiso de volvernos a ver.

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