La chirimoya o mamón manteca es un árbol pequeño, de tronco corto y copa amplia más o menos redondeada. Tiene un sistema de raíces superficial y ramificado, con dos o tres pisos o planos a diferentes niveles, aunque poco profundos. Sin embargo, según hemos podido observar, resiste los vientos huracanados.
El fruto es una baya verde-glauco con numerosas semillas de color negro, ovoideas y brillantes; machacadas se preparan con alcohol y resultan un eficaz pediculicida. La fruta contribuye a reducir el colesterol en sangre y al control de la glicemia.
Resulta muy recomendable para quienes sufren de hipertensión, los vasos sanguíneos o el corazón. Regula el estrés y reduce gran parte del ácido úrico. Es un excelente diurético. Por su contenido en calcio, retrasa el envejecimiento de los huesos. Entre sus vitaminas predominan las del grupo B y la C. También posee fósforo, calcio y hierro.
Le van bien los suelos ligeros, profundos, provistos de materia orgánica, bien drenados y que permitan una buena aireación de las raíces.
Su propagación se lleva a cabo mediante semillas o injertos sobre patrón del mismo cultivo que se utilice como variedad.
Es una planta muy competitiva por la luz para la producción, que se concentra en las faldas, por lo que es conveniente la poda de formación. Se emplean variantes bastante libres con ligera semejanza al vaso, abriendo el centro a la luz y dándole un porte llorón. Tras la cosecha se procede a la eliminación de chupones.
El momento de la recolección se manifiesta por cierto cambio en la coloración del fruto, que torna a rojizo cuando está aún firme, listo para disminuir los problemas de transporte y conservación.
Por cierto, las chirimoyas más grandes, jugosas y tiernas las he comido en Cocodrilo, crecidas sobre el diente de perro y en un ambiente impregnado de sal. Eso no aparece en textos de referencia.
