Ida se fue y si bien se mira nos dejó una enseñanza, otra más para no apostar recursos a un juego incierto. En la lucha de cada hora cuanto hagamos por resultar menos vulnerables cobra mayor importancia. Y en nuestra Isla –Señora del Corredor de los Ciclones– las tormentas y los huracanes son tan esperables como que a la noche sigue el día. Así de sencillo.
Con buenos ojos hemos visto, después de Gustav, la introducción de una nueva especie maderable: la acacia dominicana, árbol que crece muy rápido; bueno incluso para el aserrío, donde se le estima por sus largos troncos sin abundancia de nudos. También resulta útil para cualquier trabajo de carpintería, si se le destina a resguardo de la intemperie.
La copa de esta especie tiende a ser alargada, cubierta siempre de abundante follaje, garantía de un sombreado perenne que la convierte en otra bienvenida maravilla del siglo: un enemigo acérrimo del marabú. Tanto lo sombrea, lo ahoga, que el legendario enemigo no prospera, comienza a dar troncos cada vez más delgados hasta tornarse enclenque y perder toda vitalidad.
La acacia dominicana parecía el remedio esperado por tanto tiempo, un control natural del marabú capaz de competir con ventaja y destruirlo en su propio medio. Posee, además, otra ventaja: es una variedad invasora, de esas a las que si se les da un dedo se cogen la mano. Se reproduce tan rápido como crece y va ocupando terrenos enmarabusados a un ritmo sostenido, aplastante, realmente una visión alentadora frente a la larga contienda sostenida a fuerza de voluntad y machete.
Con semejante aval, la acacia dominicana se puso de moda y comenzaron a proliferar las cercas vivas, donde sus troncos rectos semejaban la mejor hilera de postes, alentadas hasta por el departamento correspondiente en la Delegación del Ministerio de la Agricultura que las estimula y financia si se les presenta como proyecto de cercas vivas de cualquier tipo, aunque ya es hora de lograrlas más fuertes, duraderas y sostenibles.
Hoy, tras el paso de Ida muchos de nuestros agricultores ven esta realidad de un modo distinto, cientos y cientos de metros de sus cercas vivas están en el suelo sin recuperación posible. Al mismo tiempo el alambre de púas, siempre tan escaso, tragado por los troncos y corroído por la acidez, ahora está partido en tantos pedazos como el peor rompecabezas.
Todo esto debido al sistema de raíces de ese árbol, tan superficial que no le ofrece sustentación suficiente ni defensa contra los vientos de un huracán, aunque sea de mínima intensidad.
Se ha pagado un alto precio, por inexperiencia.
Como muestrario aleccionador quedan los tendales de acacias a ambos lados de la autopista, unas tumbadas sobre las otras en orden perfecto, como acomodadas a mano, un verdadero efecto dominó.
Nadie dejará de tenerlo en cuenta, en la Señora del Corredor de los Ciclones debemos buscar otros árboles para las cercas vivas –y no escasean los resistentes–; el ganado las necesita por su sombra, los insectos y las aves aprovechan sus flores y frutos, mientras nosotros nos beneficiamos por su economía, belleza y otras muchas razones.