Carga y estrellas de julio

“…antes cada uno soñaba con la felicidad de sí mismo y hoy todos sueñan con la felicidad para todos”, respondió Fidel al preguntársele la diferencia entre generaciones antes y después de la Revolución.

¿Dónde comenzaría a nacer ese pueblo nuevo?

Aunque su forja se remonta a la manigua insurrecta desde 1868, no se vislumbraría el real e inminente nacimiento hasta el 26 de julio de 1953, en que junto con el histórico asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, de Santiago y Bayamo, espigaron cuatro pilares decisivos “para –como afirmara Villena en versos– matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones”.

Nuevos dirigentes jóvenes encabezados por Fidel, una organización de vanguardia también nueva, la táctica de la lucha armada popular y un programa de unidad e indispensables reivindicaciones de liberación nacional y justicia social, fueron cimientos que sentaron las bases del triunfo y para un proceso irreversible.

Al Moncada entró un grupo y salió un pueblo entero, protagonista ya de su historia, que absolvió a su líder y lo hizo guía de la justicia, maestro de la verdad.

De tal alcance fue aquella carga redentora que el cuartel pudo al fin convertirse en escuela y a la gran pena del mundo en sonrisa de niño, que es hoy toda Cuba, que se alista para superiores etapas, o mejor aún, para proseguir, sin tregua, las batallas de la Patria nueva contra el acoso descomunal del mismo imperio que armó al tirano Batista, sostuvo las dictaduras que desangraron al continente y hoy prepara golpes contra los latinoamericanos.

Ellos no comprenden que las nuevas generaciones, lo dicen los muchachos con naturalidad y sin miedo, somos fruto de la Revolución y demostramos el compromiso de perfeccionarla.

Los jóvenes de la Generación del Centenario Martiano se lanzaron decididos a aquel asalto al cielo, que conquistara el pueblo con toda la justicia en sus manos, cual dueño también del porvenir que es, además de cada día, cada uno de los once millones de sueños, que agigantan la obra y la hacen indestructible.

A 64 años de la acción, junto al ejemplo de sus mártires y héroes, desde Abel Santamaría hasta su joven jefe, Fidel, el Moncada sigue inspirando la firme convicción de sus asaltantes, la misma fe en el futuro y en la magia que troca en victoria los reveses.

Más que pasado, el Moncada es hoy y mañana. El 26 de julio de 1953 enraizó en la historia un hecho cuya trascendencia es inmortal como la eternidad de su líder que no es tumba, sino asalto al cielo.

Tenía razón el poeta: “¡Qué ciegas estaban las manos de aquél/ que arrancó los ojos, los ojos de ensueño,/ los ojos de Abel! …/ que

ahora son estrellas de un cielo risueño/ y alumbran el paso triunfal de Fidel!”.

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Diego Rodríguez Molina
Diego Rodríguez Molina

Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana. Tiene más de 40 años en la profesión

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