Capital del Arte Rupestre Caribeño

J.J Guarch, arqueólogo, hijo de arqueólogos. Foto: Archivo de la familia Guarch

Al llegar a Banes, en la provincia Holguín, para participar como ponente en la XV Jornada Nacional de Arqueología, lo primero que movió nuestra atención fue la gigantografía que recibe, siempre, a quien llegue hasta su portón de entrada: Bienvenido a la Capital  Arqueológica de Cuba.

Y de inmediato lo imaginamos traspuesto a nuestra islita lejana
–porque no resulta deshonroso copiar lo bueno– recibiendo a sus numerosos visitantes con un contundente: Bienvenido a la Isla de la Juventud, Capital del Arte Rupestre Caribeño.

Blasón para el que sin dudas tenemos mérito sobrado: ninguna otra isla del Caribe atesora tanta belleza en una sola de sus cavernas: 213 pictografías aborígenes, como pueden apreciarse en la Cueva No. 1 de Punta del Este.

República Dominicana, única que pudiera disputarnos la subida a este pódium de campeones, tiene más pictografías en una de ellas, es cierto, pero son de factura menos acabada, menos artística. Las nuestras les rebasan en mucho, tanto por su diseño, tan rico, variado  y colorido como por lo abstracto, sugerente y enigmático de su múltiple representación.

JOYA PATRIMONIAL CONTRA DETERIORO

Ya a finales de los años ’80 el Expediente Científico que recogiera las observaciones más recientes sobre Punta del Este, alertaba que “un alga verde-azul desde hace varios años ataca al material empleado y penetra entre los granos de pigmento hacia la roca soporte, lo que provoca la disgregación y desprendimiento de los pigmentos con su consecuente peligro de destrucción”.

No se encontró hasta el presente cómo detenerlo –acotamos en Banes, donde se dieran cita varias de las eminencias más notorias en la arqueología cubana–: esto, unido a las alteraciones o cambios más recientes sufridos por aquel ecosistema, está difuminando las pinturas. Provoca que considerables capas de piedra se desprendan del techo, caigan al duro suelo y hagan pedazos. Donde estuviera el trazo primoroso de la mano aborigen, único, irrepetible, queda ahora un gran desconchado, en blanco…

QUIEN BUSCA ALIADOS, LOS ENCUENTRA

Caridad Rodríguez, en Punta del Este, ocupada en labores de repinte de las pictografías aborígenes. Foto: Archivo de la familia Guarch

A finales del ’69, ya a últimos de aquel frío diciembre, estaba terminada la primera restauración que se hiciera de las pictografías que nos ocupan en este acercamiento periodístico.

Juan José Guarch Rodríguez participó en los trabajos de rescate que allí se realizaran, sudando sus primeras vacaciones de adolescente. Cuando arribó a mediados de año, su padre, el conocido arqueólogo cubano Juan Guarch del Monte “estaba haciendo una excavación en el arenazo frente a la Cueva No. 1 y dirigía, además, toda la operación que rectoreaba Núñez Jiménez”; y su madre, Caridad Rodríguez  “…hacía personalmente la mayor parte del trabajo de repinte de las pictografías”.

“No entiendo –se asombra ahora este arqueólogo, hijo de arqueólogos– cómo los pineros no acaban de reaccionar todavía, y dejaron pasar más de 30 años sin solicitar ayuda para eliminar esa alga verde-azul, cuando cualquiera de nosotros, y no solo los especialistas cubanos, se sentiría muy honrado si nos llamaran, a tiempo completo, para salvar la palma del patrimonio rupestre caribeño”.

Y LA SOLUCIÓN ESTÁ EN LA LUZ

Todas las algas, y así lo defendimos en la XV Jornada Nacional de Arqueología, necesitan una determinada cantidad de luz para hacer su fotosíntesis. En otras palabras, sin la exacta cantidad de luz que está recibiendo la invasora en la Cueva No. 1 de Punta del Este, no prospera esta fatídica alga verde y muere.

Basta, y fue en Banes nuestra muy bien recibida propuesta de solución, darle al problema la salida más natural: subir la luz, hacerla  más potente, más intensa, inaguantable o… que falte por completo. Sin la luz apropiada, la que está recibiendo hasta ahora, la conveniente, no hay fotosíntesis. Ni alga verde.

(*) Colaborador e integrante de la Unión de Historiadores de Cuba

 

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