Aquel día de futuro

No fue exactamente en los años ′90 del pasado siglo ni en 1959 que Cuba comenzó a cambiar, sino desde antes, cuando parecía que no habría salida a la gravísima situación del país, gobernado entonces por una feroz tiranía armada por EE.UU.

Ese viraje ocurrió con el asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, protagonizado el 26 de julio de 1953 por jóvenes con escopetas y organizados en secreto.

La audaz acción marcó el surgimiento de elementos decisivos para hacer la Revolución en medio de circunstancias muy complejas y con tal incertidumbre que el pueblo no creía ya en nadie.

De hecho significó la presencia en el escenario nacional de nuevos dirigentes jóvenes encabezados por Fidel Castro, entonces con 26 años y quien ya poseía conciencia martiana y marxista-leninista; de una organización de vanguardia sin precedentes; la definición de la lucha armada popular como táctica, y una estrategia que partiendo de la unidad de todo el pueblo, se proponía transformaciones radicales.

Ese avanzado programa lo presentó el nuevo líder ante quienes lo juzgaban tras fracasar la acción militar, devenida victoria irreversible.

El programático alegato conocido como La Historia me Absolverá, partía de un certero diagnóstico de la realidad nacional, proclamaba a José Martí como autor intelectual de la epopeya y planteaba reivindicaciones de justicia social y liberación nacional sin las cuales era imposible la república soberana que se proponía.

Entre sus puntos fundamentales trazaba los que daban respuesta a los principales males entonces, que tenían que ver con la tierra, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y la salud, aspectos esenciales que dormían el sueño eterno en la Constitución y que la Revolución triunfante cumpliera al tomar el poder cuatro años después, desde sus primeras leyes y realizaciones. Estas sirvieron de antecedente al socialismo y a su profundización.

Luego de demostrar la imposibilidad de la lucha pacífica ante el régimen militar instaurado con el golpe de estado de Batista en 1952, Fidel llega a la conclusión de que sólo mediante la lucha armada podía derrocar a la tiranía y comenzó a vertebrar junto a los jóvenes ortodoxos, desde mediados de ese año, una organización de carácter clandestino que llamaron El Movimiento, al que se sumaron hombres honestos: trabajadores, campesinos, estudiantes, profesionales, todos desvinculados de la política tradicional.

La vía insurreccional constituía el aporte esencial de esa generación, que tomó su nombre del Centenario por cumplirse en 1953 los 100 años del natalicio de José Martí, y emprendió la  liberación para concretar los sueños inconclusos del Apóstol.

Al referirse a la importancia histórica de la acción, Raúl Castro expresó en 1961, que el asalto “inició un período de lucha armada que no terminó hasta la derrota de la tiranía…”.

“El simple hecho de haber sostenido esa lucha durante tanto tiempo, –reconoció Fidel años antes de su desaparición física– constituye una prueba de lo que puede lograr un pequeño país frente al gigantesco poder del imperio”.

Ese día, hace 65 años en que se tomó el “cielo por asalto”, dejó de ser uno más, para trocarse en fecha de futuro, símbolo de resistencia y continuidad.

 

 

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Diego Rodríguez Molina
Diego Rodríguez Molina

Licenciado en Periodismo en la Universidad de La Habana. Tiene más de 40 años en la profesión

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