“Ciudadanos: la mujer, en el rincón oscuro y tranquilo del hogar, esperaba paciente y resignada esta hora hermosa en que una revolución nueva rompe su yugo y le desata las alas”.
Las palabras dichas con vehemencia se pierden en el atronador ruido de los aplausos y quien las expresa, Ana María Betancourt Agramonte, lo hace en un mitin efectuado en una calle de la Plaza de Guáimaro, el 14 de abril de 1869,cuatro días después de instaurada la Primera Asamblea Constituyente de la República en Armas.
En su arenga, la insigne patriota expone con sólidos argumentos la razón por la cual proclama la igualdad femenina: “Ciudadanos: aquí todo era esclavo: la cuna, el color y el sexo. Vosotros queréis destruir la esclavitud de la cuna peleando hasta morir. Habéis destruido la esclavitud del color emancipando al siervo. ¡Llegó el momento de libertar a la mujer!”.
Nace en Puerto Príncipe, hoy Camagüey, pertenece a una familia acaudalada y su vida cambia al casarse con el hacendado Ignacio Mora de la Pera, uno de los camagüeyanos que secundan la clarinada libertaria del Diez de Octubre de 1868, dirigida por Carlos Manuel de Céspedes.
Ella sigue a su esposo en la manigua y ambos caen en manos de una tropa española, el nueve de julio de 1871.Gracias a una estratagema consigue que él huya, pero la detienen.
Al negarse a escribirle pidiéndole la rendición, los colonialistas en venganza la mantienen tres meses bajo una ceiba, a la intemperie, en la sabana de Jobabo, como carnada para atraer al coronel Mora.
Enferma de tifus saca las fuerzas para escapar de sus captores, llega a La Habana y parte hacia el exilio. Vive en México, Nueva York, Jamaica –donde en noviembre de 1875 conoce la noticia del fusilamiento de su marido– y después se radica en España.
El siete de febrero de 1901, a los 68 años, fallece en Madrid. Sus restos los trasladan a La Habana y luego a Guáimaro, donde reposan en un mausoleo erigido a su memoria al lado de la misma casona donde aquel 14 de abril de 1869 deviene precursora de la lucha a favor de los derechos de las cubanas.
Con el triunfo de la Revolución se hizo realidad la petición de Ana Betancourt respecto a la igualdad, derechos políticos y económicos femeninos y en la actualidad significa un reto continuar la batalla por la igualdad de la mujer en el trabajo, el estudio, la cultura, el hogar, la familia, en fin, en todos los ámbitos de la vida.