Por Casandra Almira Maqueira
Mamá, ese ser tan grandioso en el que muchas –aún desconfiadas por fallar– ansiamos convertirnos.
Entonces llega el día y el dolor del parto se disfraza en alegría al traer al mundo un fruto por el cual velaremos el resto de nuestra existencia. Ahí es donde una se vuelve más juiciosa y empieza a comprender algunas cosas antes inexplicables.
Ya me lo decían a mí: “Hija eres y madre serás” ¡Cuánto de razón tenía la frase!, más ahora cuando en mi vientre florece otra vida, la segunda que entre mimos y regaños irá descubriendo pasos de una mano que nunca la soltará.
Aún siendo joven tiene la reflexión de una anciana y ya en la vejez trabaja con el vigor de la juventud, e incluso, en la ignorancia descubre los secretos de la vida con más acierto que un sabio.
Todos los días es su día porque en cada segundo, minuto u hora entrega sacrificios a quienes concibe con ternura desmedida.
Mañana será otro domingo de esos llenos de felicidad por ser el Día de las Madres y no bastará con un beso, abrazo y una flor para agradecer su amor inmenso y desmedido expresado en cada mirada, gesto o acento de sus labios.
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