Algo bueno cada día

Los cambios diversos en la vida cotidiana hacen reflexionar en qué país queremos. La historia enseña cómo el hombre puede ser dueño de su destino y como se transforma a sí mismo mientras edifica obras.

Los cubanos no estamos exentos de la influencia de un mundo enrarecido por telones falsos de la democracia burguesa y los contrastes en detrimento de millones de vidas inocentes.

La Cuba de hoy, envuelta en fenómenos aparecidos después de la década del 90 del pasado siglo, apuesta por la actualización de su modelo económico y social, pero lleva a cuestas el peso de algunos contagiados por los antivalores, mentalidades obsoletas que entorpecen el desarrollo y criterios erróneos de los marcados por extrañas ideas.

Pero, nos hemos preguntado ¿qué nos corresponde como ciudadanos en pos de una sociedad próspera y sostenible?, ¿qué hacemos?

Siendo realistas no puede dejarse de ver que hay quienes aún se esconden detrás de la crítica, de insatisfacciones personales y justificaciones para no asumir el rol social como constructores colectivos de esa nación mejor a la que aspiramos.

Suele reprocharse lo que incomoda, pero pocas veces nos acercamos a la matriz del asunto para eliminar de conjunto los obstáculos. A lo anterior se añade el desaprovechamiento de los espacios concebidos para la atención y el debate sistemático, unas veces por rigidez, otras por la caducidad en los procedimientos y en no pocas ocasiones por la falta de seguimiento a la solución de los problemas.

Los responsables de ejercer el mandato emanado del pueblo tienen el reto de ser más activos en su quehacer y hacer práctica diaria lo que advertía el General de Ejército Raúl Castro Ruz: “…Conversar con la gente, pero de verdad, para saber que piensa. No contentarse con hablar, sino también con oír, aunque no agrade lo que nos digan…”.

Centrarse en la satisfacción de las necesidades básicas y subjetivas de la población es también la mejor respuesta a la subversión enemiga empeñada en desunirnos y acentuar las dificultades y el descontento.

Hechos de vandalismo, indisciplinas sociales, alteración del orden público, que no se corresponden con nuestros valores, parecen infiltrarse en algunos privados de la responsabilidad ciudadana que reclama este tiempo de consenso y unidad en medio de la diversidad.

Crear ofertas atrayentes, dinámicas e instructivas desde el plano cultural, educacional, recreativo y social, son presupuestos que, sin el deseo de dar recetas, podrían resultar útiles y factibles junto a las nuevas normas que refuerzan la indispensable disciplina social.

Más, los éxitos de 60 años de Revolución no son perpetuos. Su mantenimiento necesita el aporte consciente de todos los que disfrutamos de sus beneficios, desde el cuidado de los medios puestos por el Estado a nuestra disposición y el aporte monetario de los contribuyentes, hasta la lucha contra el despilfarro y la corrupción no solo administrativa que tanto daño económico y moral ocasionan.

Si todos aportamos a la defensa de las conquistas sociales, entonces tenemos derecho a exigir por la calidad de los servicios que de ellas se derivan. Las autoridades competentes tienen además el desafío de velar más porque no sea cotidiano el maltrato ni la desatención a la población.

Algunos cubanos, en busca de códigos nuevos que les hagan parecerse al hombre aparentemente emprendedor del siglo XXI, han sido náufragos en la pseudocultura, en un mar preñado de aspiraciones banales, con mayor preocupación por el tener que por ser mejores seres humanos. Se exhiben como modernos, pero carecen de la espiritualidad, que, sin embargo, mucho enriquece a las personas de bien que tienen la grandeza de ser humildes y auténticas.

Ellas no necesitan tanto afuera porque llevan mucho dentro.

Ante estas encrucijadas y paradojas cotidianas, uno puede encontrar puerto seguro cuando arriba a la conclusión de que solo el arte nos puede salvar. Definido este no como mera expresión cultural cuya función sentimental es obvia; sino el arte de construir un país, de amar y proteger lo nuestro, de erigir la sociedad martiana (con todos y para el bien de todos), el arte de comprender que cada idea por la que luchemos tenga una fuerte vocación patriótica colectiva y compromiso con ese proyecto de nación.

Ser artistas de gran talla no es quimera, es necesario experimentar la creencia del Apóstol en la utilidad de la virtud, la cual se basa en una paternal frase a su hijo: “Haz algo bueno cada día en nombre mío”.

Así nos salvamos de la enajenación, de la embriaguez que alienta el capitalismo hacia el egoísmo salvaje y de la peligrosa deshumanización que disgrega y nos aleja de la bondad, la honradez, la decencia, integridad y otros valores que dan la mayor fortuna y fortaleza a los cubanos en su andar de cada día hacia un futuro mejor entre todos.

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