Perder la corona para llegar al Olimpo

Casi una hora sin fluido eléctrico y ya la casa se calentaba como el interior de un horno. De pronto, el ventilador de pared comienza girar y suena el motor del refrigerador. La luz de stand by en el televisor se enciende.

Mi novia lo prende con rapidez. El aburrimiento nos tenía mirándonos a los ojos buscando algún motivo para discutir. Entonces, ella recuerda el mundial de atletismo. Sintonizamos Tele Rebelde.

Como por arte de magia, el canal irrumpe en mi sala con la presentación de la final de los cien metros planos. La última vez en esta modalidad para el velocista más increíble de la Historia: Usain Bolt.

Ariadne se alegra, parece que la vida no dejará que nos perdiéramos ver a mi ídolo en la carrera donde más gustábamos observarlo.

Las cámaras están en el vestuario. Coleman y Gatlin lo acompañan. Bromean, conversan y chocan sus manos. El espectáculo está a punto de comenzar.

Presentan a los corredores, del británico, que se coló en la final por sorpresa, hasta Coleman, el mejor tiempo del año. El “bólido” sale al último, menos animado que de costumbre. Desde Beijing 2008 no ha parado de ganar, pero lleva Jamaica, y al mundo en sus hombros. Hasta Atlas se cansó.

Bolt se anima, Jamaica se anima, el mundo se anima, mi novia se anima. Yo lo veo y me entristezco. Otra vez Rodolfo García anuncia la victoria de “Bolto” (como acostumbro a decirle). “Mal augurio”, pienso.

Justo antes de disparo, la cámara enfoca la estrella jamaiquina. No es él, es otro. Su cara no es alegre aunque se ría; no hace sus acostumbrados alardes, hasta parece modesto. Ariadne se recuesta para disfrutar. Con dolor interrumpo su placer con una frase lapidaria: “No ganará”.

Mi novia se molesta, me critica por pesimista y pesado. No quiero molestarla pero la derrota está escrita en la cara de nuestro ídolo. Gatlin, solo mira la pista, Coleman se ve confiado; Bolt saluda con falsa alegría.

Suena el disparo y solo el británico arranca después del “Bólido Amarrillo”. Acelera. A Coleman casi no se le ven los pies y lleva medio metro de ventaja. Bolt aumenta la velocidad como acostumbra. Ya casi lo alcanza. Quedan pocos metros.

La pista se acaba y no tuvo fuerzas para rebasar la centésima de segundo que tenía Coleman, y menos para ver como Gatlin, tomó la delantera para ganar como si corriera a la velocidad de la luz.

Justin Gatlin llora, ríe, salta, grita y agita su bandera. Por primera vez, el estadounidense deja de ser Compay Segundo para ser Primer Ministro. El Rey de la velocidad fue muy lento y los hombres lo aprovecharon.

El inigualable jamaiquino por primera vez mira hacia arriba para rendir cortesía al nuevo rey. Está vencido, frustrado, caído. Pero el público lo ovaciona. El Rey es Rey aunque sus súbditos dominen el castillo. Hasta Gatlin se arrodilla para rendir cortesía. Es la despedida de sus seguidores.

Este 2017 termina una leyenda, la historia de otro hombre que fue único y casi imbatible. El “Bólido” se va. Ahora su lugar es en un trono, junto Serguéi Bubka, Yelena Isibáyeva y Javier Sotomayor.

Usain Bolt, ahora, es un Dios.

(*) Estudiante de Periodismo

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