Primer levantamiento en tierra pinera

Foto: Archivo

Ocurrió antes del acontecido en 1896

“Presénteme pruebas –dijo el senador norteamericano– de que Isla de Pinos participó en las luchas por la independencia de Cuba, y votaré a favor de que sea ratificado el Tratado Hay-Quesada”.

El doctor Cosme de la Torriente, primer embajador cubano en los Estados Unidos, tres días después le mostró el libro Mi Mando en Cuba, de Valeriano Weyler, donde aquel espadón refería la represión impuesta al levantamiento armado que aquí ocurriera el 26 de julio de 1896, más conocido por la participación de la joven Evangelina Cossío.

Del mismo modo pudo hacerlo con uno muy anterior, el de 1875… siete años  después del inicio de nuestra Guerra Grande.

De este, no tenemos todavía todos los elementos probatorios, estamos acopiando información, pero lo encontrado hasta ahora nos permite adelantar ya ciertos resultados.

Como hilo conductor, chinos deportados a Isla de Pinos.

A Cuba se les trajo para realizar los mismos trabajos de los esclavos, cuando ya la trata negrera estaba oficialmente suspendida. Y aunque se los contrató por 8 años, como hombres libres, al llegar sin representación oficial, diplomática, que los protegiera, se les vendió y trató como a esclavos y hasta mucho peor que a estos. En definitiva, el esclavo era una propiedad. El chino venía a ser, al decir de los amos, como el caballo alquilado.

Eran asalariados, pero contratados por engaño con promesas de ganar mucho dinero, y sin embargo puestos luego junto al negro esclavo –cosa inadmisible para un hombre libre– con la obligación  de  hacer sus mismas labores, mal alimentados y en jornadas extenuantes que superaban muchas veces las dieciséis horas.

Y para someterlos a ultraje tan bárbaro, no escatimaban los cuerazos, el cepo o el grillete y… hasta las mutilaciones. De entonces nos viene la mofa de la época:lo engañaron como a un chino.

Por supuesto, aquellos “celestiales”, resultaron “ariscos, vengativos, crueles, rebeldes”, pretexto para ser deportados a Isla de Pinos.

A muchos, por su intransigencia, se les cortó inclusive la coleta, la trenza, símbolo de rebeldía, de su oposición a muerte contra el imperio manchú. Cortárselas era hacerles la mayor afrenta.

A todos se les impuso un nombre a la española, y cuando varios coincidían con igual calificativo dentro de una dotación entonces, para diferenciarlos, la mofa iba hasta el punto de darle un rango principesco: Segundo, Tercero…

En los documentos consultados aparece un chino al que llamaban Anselmo, de 51 años, asesinado en el potrero de El Abra.

Dos meses después, el 9 de septiembre de 1875, Ramiro Tercero, de 24 años, es pasado por las armas.Y al otro día, corresponde igual destino a Alfonso o Idelfonso, de 32 años, así como a Calixto Tercero, de solo veinticuatro.

No es casualidad, en dos días tres hombres pasados por las armas. Un escarmiento que antes ni después se aplicó en esta isla, contra ningún deportado, hasta el levantamiento de 1896.

Es una evidencia documental que continuaremos rastreando en la abundante papelería del Archivo Nacional.

Mientras, como una exclusiva, y por ser este un suplemento por el inicio de nuestras guerras de independencia y en homenaje a los caídos, les adelantamos la punta del ovillo en esta investigación.

“…un día, me consta, ya ausente yo de aquella isla –apuntó en su libro Mis Buenos Tiempos, el independentista Raimundo Cabrera, quien vino deportado a Isla de Pinos en 1869– un grupo numeroso de presuntos jefes, cabeza de un levantamiento en armas, fueron confinados en la temida Prevención. La justicia tremenda ejercida en aquel asilo del despotismo y la miseria –recogí para la historia de la patria este primer levantamiento en tierra pinera– se cebó cruelmente en los desventurados detenidos. Uncidos al potro, recibiendo en las espaldas humillantes garrotazos prodigados por los soldados de la guarnición empedernida, expiraron muchos que o fueron víctimas de acusación injusta, de un ensañamiento salvaje o de un deseo patriótico, valiente y generoso.

“Guarde la historia local –concluye– el recuerdo de su martirio”.

Por Wiltse Javier Peña Hijuelos (Colaborador)

 

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