Que este Primero de Mayo los cubanos nos quedemos otra vez, puertas adentro, con las mismas ganas de desfilar que en 2020, no significa en modo alguno que renunciemos «a cal y canto» a la fiesta por el Día Internacional de los Trabajadores, una celebración universal de más de un siglo de vida, que en Cuba se traduce como el espectáculo más masivo del año, como un espacio de privilegio para compartir con la familia y el entorno laboral.
Foto: Ilustración tomada de Cubasí

Que este Primero de Mayo los cubanos nos quedemos otra vez, puertas adentro, con las mismas ganas de desfilar que en 2020, no significa en modo alguno que renunciemos «a cal y canto» a la fiesta por el Día Internacional de los Trabajadores, una celebración universal de más de un siglo de vida, que en Cuba se traduce como el espectáculo más masivo del año, como un espacio de privilegio para compartir con la familia y el entorno laboral.

Las transformaciones en el escenario económico –la aprobación de medidas dirigidas a dotar de mayor autonomía a la empresa estatal socialista, la aplicación de una nueva política para el perfeccionamiento del sector no estatal, la implementación de la Tarea Ordenamiento, con la consiguiente reforma de salarios, y las recientes decisiones en pro del ramo agropecuario, por solo citar algunas– estimulan nuevas oportunidades de desarrollo de las fuerzas productivas.

Ante la imposibilidad de colmar las plazas y de drenar la sed de reunión y de festividad acumulada, la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) ha convocado a una celebración virtual que nazca de cada hogar y de cada centro de trabajo, que desborde originalidad y que ratifique el respaldo a la Revolución nuestra.

Motivaciones para festejar hay muchas: el país sigue resistiendo la embestida del obsesivo bloqueo económico, comercial y financiero del Gobierno de Estados Unidos, acrecentado con la administración de Donald Trump, que aplicó 242 medidas de asfixia –ninguna derogada hasta hoy– y el efecto de la pandemia de la COVID-19, que ha hecho flaquear, incluso, las economías más poderosas.

Tal combinación de adversidades, al parecer imposible de contrarrestar para cualquier Estado del mundo, más para una pequeña Isla sin el beneficio de grandes recursos naturales, obviamente ha impactado en el desarrollo del país, ha limitado sus capacidades financieras, con efectos en el desabastecimiento del mercado interno, en la elevación de los precios y una disminución de la capacidad de compra del salario, así como en la paralización o intermitencia de los procesos productivos del sector industrial, según reconoce la propia convocatoria de la CTC, a propósito de la celebración proletaria.

Frente a un escenario tan realista como desafiante, los comunistas cubanos acaban de realizar el 8vo. Congreso del Partido, una reunión trascendental en la continuidad del proceso de traspaso de las principales responsabilidades de la organización política y del país a los pinos nuevos, una generación que creció admirando a los mismos guerreros de la Sierra que ahora siguen «con el pie en el estribo», por la hondura de los debates, por sus enfoques críticos y autocríticos, por los caminos que enseñó y los muros que derrumbó.

Uno de esos caminos, el de la innovación y la soberanía, el de potenciar las fuerzas y reservas internas, el de aprender a hacer lo mucho que nos falta con nuestras propias manos –acaso un mandato de Fidel y de Raúl que aún tenemos pendiente–, es el que vienen recorriendo los trabajadores de la Salud y la Ciencia, en este contrapunteo por la vida, tan necesario y criollo como aquel del tabaco y del azúcar del cual, hace ya 80 años, hablara Don Fernando Ortiz.

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